La chica desconocida y las pequeñas culpas

08/03/2017

La chica desconocida, DardenneSon fieles a sí mismos, porque cultivarían la incoherencia si se alejaran ahora del cine social u optaran por abordar el género desde el enfoque directo de Loach, pero los Dardenne continúan buscando las vueltas de tuerca a su estilo propio de apelar al espectador, apuntando hacia nuestras zonas de duda o error. Y esas vueltas de tuerca parecen el fruto, no solo de reflexiones puramente fílmicas, que también, sino morales.

La chica desconocida, en cartelera desde el pasado fin de semana, parte de una tragedia que en el cine de suspense o policial hubiese originado un thriller pero que ellos utilizan para, desde su sutilidad habitual (quizá incluso mayor), invitarnos a fijar nuestra mirada en los olvidados: en los muertos que nadie reclama, en lugar de en un posible asesino al que encontrar y castigar. Puede que no sean ellos los interesantes, los merecedores de atención, en cualquier trama o en cualquier suceso.

Jenny Davin es una joven médico muy cualificada que trabaja en un centro de atención primaria de barrio, absolutamente centrada en el trabajo, amable pero calculadamente empática. Por profesionalidad o carácter mantiene a raya sus emociones, lo que la distancia del estudiante en prácticas que colabora con ella. Su relación con él es ambigua, porque la película no pretende en ningún momento que entremos en detalles de su vida privada que no aporten contenido a la trama, pero sí podemos llegar a intuir que ella puede tener necesidad también de dejarse, alguna vez, llevar por esos afectos.

Un día cualquiera alguien llama a la puerta cuando el centro acaba de cerrar. El pasante pide abrir, ella le dice que hay que respetar los horarios. Al cabo de unas horas, la policía acude al lugar para interrogar a Jenny, porque quien pedía ayuda era una joven hallada muerta en el río, una mujer negra a quien no han podido identificar.

La obsesión de la doctora, desde ese momento, es averiguar su nombre, saber cómo murió, encontrar a sus familiares. Hacerse cargo de la situación que antes había esquivado más por llevar la contraria a su ayudante que por insolidaridad. Desde ese momento apreciamos un cambio en Jenny (contenido, porque la interpretación de Adèle Haenel escapa deliberadamente a las florituras): se deja atrapar en distintas situaciones peligrosas para hacer por la víctima lo que antes no hizo, compra su nicho en el cementerio (uno junto a un árbol), se desvive por saber el nombre que poner en la lápida y busca indicios en cualquier detalle. También rechaza trabajar en una clínica privada para seguir atendiendo a sus enfermos.

En los diálogos no encontramos emociones sino datos prácticos, y el rostro de ella refleja su pragmatismo (es inevitable pensar que el carácter de Haenel ha de parecerse bastante al de su personaje), así que solo podemos deducir si esos esfuerzos se deben a su culpabilidad, su deseo de contrarrestar ese carácter frío anterior, al interés genuino o a la suma de los tres factores a través de la intuición. De la empatía que en algún momento a casi todos los personajes de esta película faltó; porque la víctima, como nos depara el desenlace, lo acaba siendo de todos. De una suma de hechos delictivos, deplorables o descuidados de los que muchos, incluso los más cercanos, fueron responsables.

Como decíamos, estamos lejos de un thriller, no de cierto suspense psicológico, y aunque el fondo de la historia es el que es (la tragedia de los olvidados en tiempos de hiperconectividad, y de los que no conocen la piedad), cualquier tono moralizante, cualquier sermón quedan mitigados por el peso en la trama de los actos y la coherencia en la personalidad de la protagonista. Los Dardenne cuentan mucho explicando poco.

La chica desconocida, Dardenne

 

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