El pasado fin de semana llegó a cines La banda, primera película de Roberto Bueso y una de esas que, sin grandes pretensiones, con sencillez y en menos de una hora y media, traza algo parecido al retrato de una generación: la de quienes hoy se encuentran entre los veinte y los treinta y navegan en dudas a causa de la situación económica y laboral pero también de una falta de asideros que es, sobre todo, interior.
Su protagonista, Edu (Gonzalo Fernández), es un músico de un pueblo de Valencia que se marchó a Londres para poder vivir de su talento. Regresa a España para acudir a la boda de un hermano con el que tiene en común poco más que ese vínculo, pero antes de volver deja sin hacer en Inglaterra una prueba fundamental de clarinete -las dudas las traía puestas, ya sondeaba la idea de quedarse en España-.
Y es en su pueblo, menos gris, donde se desarrolla la mayor parte del filme: se presenta al espectador su relación tierna, pero llena de incomunicación, con una familia con la que en el fondo ya ha consolidado distancias, y vivencias con sus amigos de infancia que son la sombra de lo que fueron pero que igualmente Bueso capta desde la delicadeza y la dulzura, con sencillez pero también con sabiduría. Entre unos y otros se abren ya fracturas que no podrán cerrarse; parece que la fuerza de sus relaciones la traen los recuerdos, origen de los lazos del presente.
Edu regresa a un hogar que no es el que creía haber dejado; él mismo lo explica al espectador cuando, tras buscar el lugar concreto donde se perdió con la novia de su mejor amigo en medio del bosque, no puede encontrarlo. Y ese es, quizá, un pero de la película, el insistir por momentos en la evidencia: el público puede ya interpretar con aquella metáfora que los lugares del pasado no existen por más que, físicamente, no se hayan disuelto y no era seguramente necesaria la explicación de esa secuencia, clave, por otro lado, en la película; también resulta fácil anticiparse a las palabras de su padre cuando explicita que les causa dolor que se marche, pero más lo haría que se quedase y redunda en el asunto vital de la incomunicación las referencias a los silencios del protagonista.
Aún así, Bueso ha logrado una primera película profundamente emotiva, con instantes llenos de gracia (el mejor, probablemente, el que convirtió a Edu y a sus amigos de nuevo en banda), bien trabada en el manejo de las complicidades, los recuerdos, las sonrisas dolorosas… y representativa del estado de la cuestión para muchos jóvenes con pocas respuestas claras.
También muy nuestra: será fácil que logren empatizar con sus personajes muchos que marcharon de sus pueblos (no tanto del entorno de las ciudades) y muchos que se quedaron, para lo bueno y para lo malo.