Cuando, en 2019, se reclamaba en las calles de Moscú unas elecciones limpias, Konstantin Kotov estaba allí; también cuando se demandaba la liberación del cineasta ucraniano Oleg Sentsov, acusado sin pruebas de participar en altercados en Crimea tras la ocupación rusa y cuando se protestó por la propia invasión de 2014. Su presencia en las manifestaciones no generó tumultos ni desórdenes callejeros, como los vídeos probaban, pero su insistencia lo llevó a juicio, y a prisión.
La perseverancia de activistas como él, que mantienen encendida la llama de la reivindicación de democracia en Rusia, demanda otra constancia, la de abogados dispuestos a defender lo más básico a sabiendas de que habrán de hacer frente a sentencias enlatadas que no proceden del juez y de que lograr visibilidad para sus casos es, en el contexto de ese país, vital: el conocimiento mediático e internacional de estos pleitos puede, si no evitar el paso de los acusados por la cárcel, sí cambiar el trato recibido y su suerte penal. Y una de las letradas que, protesta tras protesta, acude a defender a los detenidos, en ocasiones muchachos, es Maria Eismont, que fue periodista y decidió convertirse en abogada para contribuir a cambiar las cosas.
Ella, más que el propio Kotov, protagoniza el documental El caso, de Nina Guseva, disponible ya en Filmin. La cineasta ha rodado con estilo limpio, sin hacerse partícipe del desarrollo de los acontecimientos, la vida y labor de esta profesional de hierro en el periplo judicial del joven ruso, marcado desde el principio por la arbitrariedad. Se le condenó a cuatro años de cárcel por no respetar la libre circulación de los demás, en un fallo que la mayoría entendió como castigo ejemplar, más destinado a poner sobre aviso a navegantes que mediten la idea de salir a las calles a expresar su descontento que a censurar el supuesto comportamiento del reo.
Eismont, David contra Goliat, logra divulgar la situación, expresando en televisión la injusticia caminando sobre la cuerda floja para que sus palabras no puedan interpretarse como un llamamiento a la rebelión. Y logra que públicamente se pregunte a Putin por Kotov; su inenarrable respuesta sugiere que casos como el suyo se castigan más duramente en otros países, sobre todo al ser reincidente, pero afirma que lo revisará (en evidente reconocimiento de quién tiene la última palabra en la justicia). El siguiente recurso presentado, con la colaboración de otros profesionales, reducirá la condena a dieciocho meses.
El documental nos lleva al despacho y a la casa de la abogada, a la cafetería y a su centro de estética, cargando siempre Eismont el peso del atropello, y nos presenta a su hija, reducto de calidez en medio de una continua hostilidad, hasta para entrar en la cárcel, hasta para obtener un café. Los gestos en el rostro de esta mujer son los de quien no espera nada, pero no renuncia a la posibilidad de alcanzar una brizna de razón del derecho, y sus reflexiones cuando precisamente teme lo peor podrían acercarnos, quizá, al sentimiento presente entre muchos de quienes en Rusia se oponen al abatimiento del silencio: sonreímos en las televisiones para ser escuchados y ello podría hacer pensar a muchos que las cosas están mejor de lo que están; se pregunta, también, si quienes trabajan en su senda tienen realmente la posibilidad de ayudar a las víctimas de un sistema corrupto o se hacen la ilusión de que luchan por ellos.
Quien aparece en la camiseta de Kotov cuando recibe el veredicto es el mencionado Oleg Sentsov. Un documental sobre su caso, más conocido internacionalmente que el de aquel, también puede verse en Filmin; lo dirige Askold Kurov y pone de relieve, además de los métodos de la justicia rusa, la perfecta conciencia del encausado de lo que se estaba dirimiendo en Ucrania ya desde 2014. A Sentsov, lo decíamos, se le acusó de participar en actividades terroristas a partir de testimonios captados bajo coacción; la verdadera razón de su detención fue su apoyo, práctico, a los defensores de su Crimea natal. Antes de ser juzgado se le aseguró que sería condenado a veinte años de cárcel y ni uno más, ni uno menos, se le adjudicaron finalmente.
El filme narra los esfuerzos de su familia y sus abogados por la liberación, en principio sin éxito, y la implicación también de cineastas internacionales como Pedro Almodóvar, Wim Wenders, Agnieszka Holland o Ken Loach exigiendo el fin de su proceso kafkiano (recibió el director el Premio Sarajov). Cinco años después, en 2019, pudo regresar a su país en un intercambio de presos largamente negociado. ¿Por qué está también en camisetas? Porque tras los barrotes de la sala de vistas, afirmó que él siempre sería ucraniano independientemente del destino administrativo de Crimea, dado que ni él ni los suyos son esclavos que se entregan con la tierra. Y por afirmar que no le preocupaba demasiado la duración de su pena, dado que el enano sanguinario, en sus palabras, no permanecería siempre en el Kremlin. Hoy Sentsov está en el frente.