Invitación de boda: el gran viaje de la vuelta a casa

12/06/2018

Invitación de boda. Annemarie JacirResiste en la cartelera más de un mes después de su estreno –por esos milagros raros muy de agradecer– Invitación de boda, el tercer largo de la directora Annemarie Jacir. Sus dos filmes anteriores, ambos recomendables pero menos logrados, podemos entenderlos como una preparación del terreno para llegar a esta última película: en el primero, La sal de este mar, se ocupaba de la historia de una refugiada que regresa a su país, y en el segundo, Al verte, hablaba de nuevo de refugiados, de una familia dividida por la guerra y de un niño que hace lo posible por escapar y por entender.

En Invitación de boda no hay refugiados, pero sí un joven palestino, Shadi, arquitecto en Italia y emparejado con la hija de un líder de la OLP, que regresa a su ciudad, Nazaret, para asistir a la boda de su hermana. Para entender el contexto de su historia, hay que tener en cuenta que esta es una de las ciudades israelíes con mayor porcentaje de población musulmana y que parte de su población es cristiana. No es el conflicto político ni el religioso el que da sentido a esta historia, pero sí es una de las barreras que separan a Shadi de su padre, un profesor con una visión tradicional de la vida, herido por la marcha de su exmujer a Estados Unidos y más tolerante con sus vecinos judíos; vive junto a ellos, quiere ascender en su trabajo y, ante todo, es un hombre que no busca problemas. Tampoco quiere llamar la atención en un entorno conservador y parece que prefiere mentir y mentirse antes que aceptar realidades como que su hijo no es médico, ni tiene previsto regresar a su país, ni casarse con una chica de su gusto. Ni casarse siquiera.

Pocas ocasiones son más propicias para que queden claras las diferencias y el cariño entre dos que un viaje, por eso Invitación de boda tiene mucho de road movie, por más que padre e hijo no salgan de Nazaret. Los dos son los encargados de repartir, puerta a puerta y mano a mano conforme a la tradición palestina, las invitaciones de boda de la hermana de Shadi, y sus conversaciones, en los traslados y con sus invitados, nos desvelan el grado de distancia en el pensamiento y de cercanía en el afecto de un padre y un hijo a los que la vida ha conducido por caminos muy distintos. Sus puntos de vista parecen irreconciliables y las circunstancias de la boda los colocan a los dos al borde del fin de la paciencia; solo la comprensión de que las circunstancias nos explican, y la reflexión un poco distanciada, pueden llevarlos a la empatía. A compartir cigarro final después de recriminarse el vicio una y otra vez.

La historia de Shadi y su vuelta tensa al hogar no es distinta a la de tantos, es el relato del conflicto atemporal entre lo tradicional y lo moderno, entre los que se van y los que se quedan. Un conflicto que, por más que sea universal, tiene a veces, también, algo de artificioso: aquí se hace patente, con sencillez pero sin hacer de esta una historia fácil, que en los avances van implícitos los comienzos y que cada padre y cada hijo, también cada sociedad, tiene sus formas propias de crecer.

 

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