Los fines de semana que restan del mes de septiembre (este incluido), regresa a la sala Cuarta Pared de Madrid el proyecto IF (La ligereza), tras su buena acogida el pasado enero y su participación, también exitosa, en citas como MADFERIA o el MIT, el Festival Internacional de Teatro de Ribadavia.
Lo dirige Pedro Casas y lo lleva a escena La Compañía del Señor Smith, un conjunto de artistas vinculados a diferentes disciplinas (artes plásticas y escénicas, danza, dramaturgia) que se han lanzado a contar historias nuevas buscando hacerlo desde perspectivas y lenguajes actuales. Su peculiaridad es que su función nunca es la misma, dado que se trata de una experiencia interactiva: se ha planteado como juego de ficciones, pero también como viaje a las tablas de lo que todas las vidas tienen de inconstante, surreal y frágil; el público podrá elegir qué historia desea que le sea contada, entre dos posibles, en cada uno de sus tres actos. Serán así los espectadores actores a su manera, responsables parciales de lo que verán.
Tras los años oscuros de pandemia, Casas ideó este montaje con el fin de reclamar la necesidad de regresar al encuentro y la celebración de lo cotidiano; también de apostar por modos de vida más cercanos al juego y abiertos al azar, como lo está justamente IF. En esta pieza no cobrará tanta relevancia el argumento, con mucho de fábula, como el modo en que sus hechos se formulan y llegan a los espectadores, y son sus intérpretes Andrés Acevedo, Tania Medina, Marta Pons, Iván Serrano, Luna Mayo y Jorge Vidal.
Nos conduce este relato variable a plantearnos la disyuntiva eterna (y fácil, en cuanto que consiste en imaginar) de qué hubiera sido de nuestra vida si la suerte o nuestras decisiones nos hubieran conducido por otros caminos: qué autoficciones, simulacros o sueños podemos elucubrar en torno a lo que pudo ser y no fue. Y su título, eso de la ligereza, viene a recalcar que lo que en el pasado pareció serio y respetable (lo sólido, la riqueza, la estabilidad en empleos y relaciones) en buena medida tiene hoy otra consideración; cayó, o eso parece, lo grande y sublime y lo evanescente es imperativo, con los peligros que esto conlleva: precariedades, incertidumbre y ansiedad.
Si cada individuo es por completo responsable de su bienestar, aquel que no puede procurárselo es tenido por incompetente en un contexto en el que nuestra mayor virtud ha de ser hacernos livianos, flotar o surfear sobre nuestras circunstancias, contemplar todo esto como un ejercicio de recreo sin objetivos. Tampoco los tiene, concretos, esta obra, con seis participantes además del público, una mesa, media docena de sillas, varios objetos e importantes programas de mano. Como preparación, y durante medio minuto, los actores-jugadores presentarán sus dilemas, los instantes cruciales de su pasado, a los que ellos han dado el nombre de IF, y los espectadores tomarán la decisión de elegir cuáles de esas historias de vida desean ver ficcionadas. Todas esas tramas (los intérpretes lo serán de múltiples personajes) darán forma a muchas obras en una; son sencillas, fluidas y carecen de pretensiones, pero no por ello dejan de sugerir lecturas diversas y generar su poso.
