Este viernes, 8 de mayo, se estrena en España Hipócrates, segundo filme dirigido por Thomas Lilti tras Les yeux bandés, de 2007. Lilti ejerció como médico durante diez años, se sigue definiendo como tal, y en Hipócrates ha convertido al joven médico residente Benjamin (Vincent Lacoste) en herramienta para denunciar, con inteligentes toques de humor, los males (políticos) de los hospitales públicos y poner de relieve las disyuntivas de carácter moral que el ser médico implica para todo el que se sumerge en el oficio con un mínimo de sensibilidad.
A medio camino entre la denuncia y la comedia, Hipócrates tiene un hospital, público pero de gestión privada, como único escenario, como tantas series televisivas en los últimos años. Pero la perspectiva que se nos traslada del día a día en lo relativo al trato con los enfermos y al desarrollo personal de los médicos es mucho más rica: Benjamin comienza plegándose cándidamente a los consejos de los gestores (empezando por su propio padre, director del centro) de que oculte a las familias de los enfermos ejemplos claros de malas prácticas para terminar rebelándose contra esa ocultación y contra la primacía de los criterios de rentabilidad, frente a los meramente médicos, y sobre todo humanos, en el cuidado de los pacientes.
Resulta fundamental en ese tránsito la relación de Benjamin con Abdel (Reda Kateb, César por este papel), médico empático con los enfermos y poco interesado en relacionarse con sus compañeros, también residente pero más experimentado al haber ejercido previamente en su país, Argelia. Aunque se echa de menos que cuente con algo más de peso en la película, supone en un principio el contrapunto honrado, maduro y firme al joven Benjamin; ambos se mueven entre la tensión causada por sus diferencias iniciales y la amistad sólida del desenlace. La historia de su relación es también la del crecimiento como persona y como profesional de Benjamin.
Resulta llamativo cómo se contrapone la capacidad de compasión, de acercamiento a los enfermos, de los médicos más jóvenes, frente a la relativa indiferencia de los veteranos.
Aunque el lado cómico de Hipócrates se hace especialmente patente al inicio de la película y se mantenga, remitido, a lo largo de la narración, Lilti ha convertido en el eje de la película el debate sobre si son compatibles sanidad y rentabilidad y sobre el tratamiento a pacientes terminales: ¿mantener la vida a cualquier precio? ¿evitar el sufrimiento?. En este sentido Hipócrates se aproxima en numerosas secuencias a los rasgos de un documental.
Aunque no se profundice demasiado en temas de este calado (habría resultado contradictorio con el tono del filme), Hipócrates nos gusta por plantearlos sin caer en sentimentalismos facilones.