2, 27 metros, 212 kilos y 36 centímetros de pie eran las medidas, registradas por la ciencia, del que llamaron gigante de Alzo: un señor de ese pueblo de Guipúzcoa que vivió entre 1818 y 1861 y que padecía acromegalia, enfermedad que hizo que no dejara de crecer desde los veinte años. En su tiempo fue muy conocido y paseó por media Europa llamando la atención, convertido en hombre-espectáculo.
Su historia la ha recogido el equipo que dio a luz a ese prodigio sencillo que era Loreak para crear Handia, una película sobre la importancia de la familia y las raíces y también la de mantenerse fiel a uno mismo. La narración, en líneas generales, se atiene a lo que sabemos de la vida de este hombre; mejor ponerle nombre: Miguel Joaquín Eleizegui. Pero solo en general, porque también incorpora elementos fantasiosos y no es fácil distinguir unos de otros por los pocos datos que tenemos; ese es el atractivo del juego de enigmas que se establece con el espectador.
Huérfano temprano de madre, Eleizegui tuvo una infancia y una adolescencia normales en el caserío de Ipintza-zar hasta que comenzó a crecer sin freno y un empresario propuso a su padre obtener beneficio económico de la exhibición de su rareza.
El hombre, sencillo y apegado a su caserío y sus costumbres, quedó convertido en circo para reyes y plebeyos para alegría de los bolsillos familiares y tristeza de Eleizegui, cada vez más harto de no ser escuchado y de ser solo tenido en cuenta como medio de subsistencia o de entretenimiento. No le miran a los ojos cuando habla y no es solo por la altura.
El tono de Handia es el de una fábula mágica a medio camino entre lo más real (la tierra, la familia de la que no es fácil alejarse) y el sueño y el misterio, entre lo atávico y los deseos de enriquecimiento y de ser lo que no se es. En la película, dirigida por Jon Garaño y Aitor Arregi, comparte protagonismo con el gigante uno de sus hermanos, el principal encargado de exponerlo, deseoso de ganar dinero y de convertirse en un dandi. Su carácter no se parece en nada al de Miguel, que siente por él la devoción ciega hacia el hermano mayor siendo consciente de hasta qué punto se está aprovechando de él. Esa es su pena, pero tenerlo claro no mina la lealtad: hacia el paisaje familiar, hacia los suyos.
Handia no es una película biográfica, sino un acercamiento original a una figura insólita, por fuera, por lo grande, y también por dentro, por lo pequeño; un acercamiento realizado desde un enfoque de autor, con una fotografía perfectamente cuidada y un guion preciso, aunque echemos de menos una profundización mayor en la psicología del personaje, un tanto pasada por alto en favor de la recopilación de sus exhibiciones y su incomodidad en el papel de bufón. Con todo, es una obra preciosa que habla de dignidad y del enorme asidero que puede encontrarse en el ambiente cotidiano frente al frío y las risas maliciosas de fuera.