Guadalupe Nettel y otras historias incómodas

31/01/2017

Guadalupe Nettel
Guadalupe Nettel

Dicen que únicamente somos nosotros mismos cuando estamos solos y que donde hay dos, hay teatro. En las historias de Guadalupe Nettel participan en el teatro personajes que muy rara vez intentan aparentar y que hacen todo lo posible por ser ellos mismos en entornos que no se lo ponen fácil (los entornos que todos conocemos).

Os hablamos de ella al sugeriros, hace casi un año, cinco jóvenes novelistas a los que seguir los pasos, aunque para conocer mejor a Guadalupe y adentrarnos también en las raíces de sus relatos nada hay mejor que leer El cuerpo en que nací, un rastreo de su infancia y adolescencia humorístico, descarnado y delicioso con forma de soliloquio ante su psicoanalista, la doctora Sazlavski.

Comienza y acaba hablando de su “defecto” visual: una mácula sobre la córnea del ojo derecho que siendo niña no pudo operarse y que derivó en una catarata y en la obligación de llevar parche, con los comentarios y miradas de lado preceptivos en el colegio. Cuando, ya siendo adolescente, iba por fin a pasar por quirófano (invirtiendo su madre en ello los ahorros de años) el cristalino lo desaconsejó, y ya sin la expectativa de curarlo y descartada la ceguera, comenzó a ver la vida de otra forma: Mis ojos y mi visión siguieron siendo los mismos pero ahora miraban diferente. Por fin, después de un largo periplo, me decidí a habitar el cuerpo en el que había nacido, con todas sus particularidades. A fin de cuentas era lo único que me pertenecía y me vinculaba de forma tangible con el mundo, a la vez que me permitía distinguirme de él.

Es un simbolismo demasiado obvio el de asociar ese ojo inoperable de Nettel a su manera profundamente original de contemplar el mundo, pero no sería justo no mencionarlo. Porque en el resto de libros de Nettel, publicados casi todos por la editorial Anagrama, podréis ir comprobando que sus protagonistas tienen de comunes lo que tienen de especiales y la labor de la autora es jugar con sus rarezas y hacerlas convivir o combatir con la supuesta normalidad, la que llevan dentro y la circundante, o con otras rarezas: las de su familia, pareja y amigos. Y en ese tira y afloja entre lo supuestamente sensato y lo supuestamente extraño se encuentra el disfrute, ya que los estudiantes, niños y parejas de Nettel nos son a la vez ajenos y cercanos; ajenos porque sus manías y gustos quizá no tengan nada que ver con los nuestros, cercanos porque nosotros también tenemos manías y gustos que no sabemos cómo manejar, si dejarlos vivir, si ocultarlos o si tratar de suprimirlos.

Guadalupe Nettel. El cuerpo en que nací
Guadalupe Nettel. El cuerpo en que nací

No hemos leído sus ensayos (es autora de dos sobre Octavio Paz), pero sí podemos aseguraros que esta autora mexicana se desenvuelve con similar soltura en novelas y cuentos; entre las primeras se encuentran El huésped, la citada El cuerpo en que nací y Después del invierno, con la que en 2014 ganó el Premio Herralde; entre los segundos, hemos podido leer El matrimonio de los peces rojos, con el que obtuvo un año antes el Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero y el anterior Pétalos y otras historias incómodas.

Quizá su obra más lograda, en cuanto a disección de sentimientos, sea Después del invierno, sobre el intento de unión de dos números primos con París y sus cementerios como telón de fondo y muchos miedos y neurosis en el camino, pero cualquier introvertido puede ser propenso a disfrutar con El huésped, la historia de una niña que quizás lleve dentro otro ser algo inquietante, o puede que no, y que ha de desenvolverse en un mundo poblado por seres que, como ella, no encuentran su sitio.

El matrimonio de los peces rojos contiene, por su parte, cinco narraciones que enlazan los comportamientos de personas, animales y hongos en los ámbitos de la maternidad, las relaciones amorosas o las crisis adolescentes y los seis relatos que contiene Pétalos son igualmente retratos, entre lo radiográfico y lo poético, de personas delicadas y obsesas; en nuestra mano está pensar si como cualquiera o no.

En cualquier caso, y lo adelanta Nettel en El cuerpo en que nací, la suya es una apuesta por encontrar lo bello en lo que nos perturba, en lo que a ojos convencionales nos convertiría en feos, que es muchas veces, a su vez, lo que nos hace diferentes: El cuerpo en el que nacimos no es el mismo en el que dejamos el mundo. No me refiero solo a la infinidad de veces que mutan nuestras células, sino a sus rasgos más distintivos, esos tatuajes y cicatrices que con nuestra personalidad y nuestras convicciones le vamos añadiendo, a tientas, como mejor podemos, sin orientación ni tutorías.

 

Guardar

Comentarios