Dice Ferdinand von Schirach en el prólogo de Crímenes, su primer libro de relatos (y su primera obra literaria en general), que él, como Jim Jarmusch, prefiere dedicar su trabajo a hombres que sacan a pasear a su perro que a emperadores chinos; por eso, y porque empezó a escribir tras una larga carrera como abogado defensor, sus obras están dedicadas a seres humanos que hacen cosas deleznables y a seres humanos que las padecen, personas que provocan sufrimientos y que, a veces, se sienten culpables, y a casos, muchos casos, en que los veredictos judiciales no son lógicos ni éticos aunque acaten las leyes (o precisamente por acatarlas).
Von Schirach publicó después de Crímenes otro libro de relatos, Culpa, y dos novelas que comparten temática con sus cuentos aunque sean muy diferentes entre sí: El Caso Collini y la más reciente, y distinta a todo lo demás, Tabú (también es esta la única obra suya cuya portada, en Salamandra, no cuenta con un misterioso tipo de negro con sombrero saludándonos).
Que nadie se llame al tedio: este autor alemán no describe los pormenores de procesos judiciales, nada más lejos; ha elegido fijarse en tipos humanos: los de víctimas, culpables y no culpables, y ha sabido encontrar en cada uno un dilema moral, subrayando una y otra vez que, como un tío suyo, también jurista, le repetía una y otra vez de niño, la mayoría de las cosas son complicadas y la culpabilidad es siempre un asunto peliagudo.
Por las narraciones de Von Schirach transitan asesinos, violadores, traficantes de drogas, prostitutas, ladrones de mucha y poca monta, gente que ante el delito se puso interesadamente de perfil, quien arrastra culpas y quien por nada del mundo está dispuesto a sentirse culpable. Lo valioso del enfoque del escritor es que, sin caer en el relativismo ni poner en duda la necesidad de la moralidad como guía, nos transmite que cada sujeto tiene una vida previa a sus acciones, una historia individual y única que no tiene por qué justificar sus actos pero que sí dificulta nuestro juicio sobre ellos.
El planteamiento no es nuevo; remite a la máxima del nada humano me es ajeno, a la idea de que, muy en el fondo, no somos tan diferentes y todos podemos ser capaces de lo mejor y de lo peor bajo determinadas circunstancias, pero lo que sí atrapa al lector es la originalidad de los planteamientos y la perspectiva escrupulosa, a medio camino entre la frialdad del profesional necesariamente distanciado pero obligado a conocer la verdad y el escritor empático desde la que Von Schirach cuenta cada caso.
Cada uno de sus crímenes es la historia de un fracaso, habitualmente no individual aunque la responsabilidad última sí lo sea, y sobre todo implica un desafío, para el juez y para el lector, que ha de hacer el ejercicio de entender y de ponerse en el lugar de delincuente y víctima, con todas sus consecuencias y con lo que este ejercicio tiene de autoexamen, porque no siempre se sentirá más cercano al inocente.
Él lo explica ya en el prólogo de Crímenes: Nos pasamos la vida danzando sobre una fina capa de hielo; debajo hace frío, y nos espera una muerte rápida. El hielo no soporta el peso de algunas personas, que se hunden. Ese es el momento que me interesa. Si tenemos suerte, no ocurre nada y seguimos danzando. Si tenemos suerte. Para Von Schirach, lo que separa al ciudadano corriente del crimen, o del abismo con o sin delito, es esa fina capa de hielo, y la misma lucidez con la que se refiere a los protagonistas de sus relatos la logra transmitiéndonos sus virtudes y miserias y el devenir de sus juicios.
Los relatos de Crímenes y Culpa se basan en casos reales que el escritor ha conocido en el ejercicio de su profesión de abogado –con lo que esto implica de frío por la espalda– y aún así logra contárnoslos, además de con respeto y piedad, con una sobriedad compatible con la ternura y la ironía, y por supuesto con la asepsia que implica no juzgar, o al menos mantener el juicio personal al margen. Tanto en estos libros, como en El caso Collini, apunta, además de al gran misterio que es cada individuo, a las deficiencias de la justicia; Tabú conjuga esos asuntos con una reflexión algo surrealista sobre los límites y consecuencias de las filias (y la dificultad de juzgarlas).