Murió hace diez años y nació hace cien, así que este año es doble el motivo, en lo que a efemérides se refiere, para acordarnos de Ettore Sotsass, quizá el nombre más internacional del diseño italiano pese a haber nacido en Innsbruck.
De padre arquitecto, creció en Milán y se licenció en arquitectura en Turín, finalizando sus estudios justo el año en que arrancaba la II Guerra Mundial. Él se enroló en el ejército italiano, pasó buena parte de los años siguientes en un campo de concentración yugoslavo, y de hecho fueron precisamente las dificultades materiales que padeció en la posguerra las que motivaron que se dedicase al diseño de objetos y no al de edificios. Tuvo que esperar hasta 1948 para abrir, de nuevo en Milán, su propio estudio arquitectónico e industrial y por fin conoció la suerte cuando se fijó en sus proyectos Adriano Olivetti, el empresario al que le debemos nuestras máquinas de escribir más resistentes.
La colaboración de cerca de tres décadas que ambos mantuvieron tuvo como frutos la muy difundida Mainframe Elea 9003 y la portátil Valentine, que forma parte de los fondos del MoMA y que impactó con su luminoso plástico rojo. De hecho, Olivetti fue en aquellos años, aproximadamente entre los cincuenta y los ochenta, el mejor pasaporte de presentación de los grandes diseñadores italianos fuera de ese país y también el de su introducción en los hogares internacionales, en la esfera de la cultura popular. Sus diseños de máquinas Olivetti le valieron a Sottsass el Premio Compasso d´ Oro (en 1960, junto a Mario Tchou y Roberto Olivetti, por la Elea 9003) y un doctorado honoris causa por el Royal College of Art de Londres.
Pero en esos largos años en que trabajó para Olivetti, Sottsass no dejó de desarrollar su producción personal, realizando objetos en los que volcaba experiencias individuales, a veces relacionadas con sus muchos viajes y con la cultura india y lo tántrico, dos de sus pasiones. Quizá buscando que su obra no se asociara universalmente a una imagen de marca, el diseñador se ligó también a arquitectos jóvenes que trabajaban en proyectos de corte experimental, como Archizoom, los valedores del antidiseño, o Superstudio.
Junto a Arata Isozaki, Andrea Branzi o Michele de Lucchi puso en pie en los ochenta el grupo MEMPHIS, del que saldrían muebles icónicos, como la librería Carlton. En alguna ocasión, Sottsass declaró que el diseño era para él, más que una actividad, una manera de relacionarse con el mundo: Para mí, el diseño es una forma de discutir la vida, de discutir la sociedad, el erotismo, la política, la comida y el diseño mismo.
A raíz del éxito de Memphis, Sottsass puso en marcha la consultoría de diseño y arquitectura Sottsass Associati, desde la que defendió la necesidad de que la arquitectura no se alejase nunca de las necesidades del hombre y de la adaptación al medio natural. Devoto del poder de la belleza, buscó expandirla a todo tipo de materiales: además de muebles, edificios y máquinas de oficina, trabajó en joyas, orfebrería, cerámica, vidrio o lámparas. Con todos ellos quiso provocar una emoción.
Coincidiendo con el centenario de su nacimiento, Le Stanze del Vetro, un centro artístico dedicado al vidrio en la isla de San Giorgio Maggiore, abrirá el 10 de abril una muestra que incluirá dos centenares de sus trabajos en vidrio y cristal, procedentes en su mayoría de la colección Ernest Mourmans. Muchos de ellos serán inéditos para el público.
Podremos descubrir allí que Sottsass concibió estas piezas de índole artesanal como organismos complejos. Con el fin de dar vida al vidrio y desafiar los límites de su técnica, incorporó a ellas plástico y policarbonato.
Una respuesta a “Ettore Sottsass en busca de la emoción”
Pilar
Extraordinario el post y el video, gracias.