Entre la poesía y la víscera: en el regreso de Toro salvaje

06/06/2023

Martin Scorsese. Toro salvaje, 198343 años después de su estreno, ha regresado a cines Toro salvaje, en una copia restaurada en 4K y supervisada por Martin Scorsese; la peculiaridad de la ocasión, y la razón de que muchos hayan querido avivar sus recuerdos de Jake La Motta en salas, es que esa restauración ha podido realizarse a partir del negativo original de la película, rara vez disponible.

Nos traslada el filme a los años cuarenta, cuando el personaje real de La Motta, boxeador nacido en 1922 en Manhattan pero de ascendencia italiana, era uno de los mejores del mundo en el peso medio por sus dotes, casi paranormales, de frenar golpes y efectuar ataques inesperados. Además de Toro salvaje lo llamaban Toro del Bronx, y no era lo que se dice un púgil esteta, sino un golpeador brutal al que le resultaba difícil controlar su fuerza tanto dentro del cuadrilátero como fuera. Lo padecían su esposa, su hermano y manager Joey (que interpretó Joe Pesci) y los mafiosos de Little Italy: carente de toda diplomacia, Jake (Robert de Niro) llega a ser incluso apartado de los combates, y de los títulos, por aquellos despliegues de furia.

En una suerte de encuentro entre bella y bestia, da el boxeador con Vickie (Cathy Moriarty), una muchacha de solo quince años que se codea con los gángsters de Hell´s Kitchen y por quien pide el divorcio. Pero el nuevo matrimonio no le trae la calma sino todo lo contrario: sus ataques de celos son cada vez más virulentos y el ocaso llegará cuando… en 1949 le permitan por fin optar al título de campeón.

Scorsese adaptó para este trabajo una autobiografía de La Motta, atreviéndose a dar forma a un proyecto muy deseado por Robert de Niro: el actor llevaba intentando convencerle de que hiciera suya la obra desde 1974, en las fechas en que rodaban Alicia ya no vive aquí, y no cejó en el empeño. Sus intentos comenzaron a dar fruto en 1977, cuando después del batacazo que supuso para el director New York, New York, y estando casi derrotado por dentro y por fuera en un hospital, sí que le fascinó la historia de este hombre y de su vida autodestructiva; además, oteó la posibilidad de introducir en el filme algunas experiencias propias.

Antes de filmar Toro salvaje, ya habían decidido que la película no narrara tanto la trayectoria del Toro en el ring (en el metraje, los combates no ocupan demasiado espacio) como sus experiencias vitales y su sufrimiento: el periplo de un hombre que procede del ambiente de la inmigración italiana -que Scorsese conocía bien por su propia infancia- y que arruina paulatinamente su vida pese a contar con oportunidades privilegiadas.

Para De Niro, Toro salvaje fue uno de los grandes desafíos de su carrera, porque en su papel sondea muchos límites de la interpretación al tratar de hacer convincente, con su presencia física, la violencia que este hombre dispensaba a los demás y a sí mismo. Para resultar creíble en los combates, explicó que entrenó durante meses, recibió enseñanzas del propio La Motta (que tuvo larga vida y falleció en 2017) y llegó a pelear, aunque sea especialmente recordado que engordó unos 25 kilos para interpretar al boxeador cuando, ya envejecido, actuaba como vieja gloria en malos tiempos animando clubes nocturnos.

Martin Scorsese. Toro salvaje, 1983

Tanto como su actuación, y la del resto del reparto, destacan las cualidades formales de la película, el montaje, el sonido y la fenomenal fotografía en blanco y negro de Michael Chapman, que buscó captar la vida del boxeador con la sobriedad despiadada propia del neorrealismo italiano y de los semidocumentales de los cuarenta. La cámara se queda a menudo inmóvil ante los estallidos de violencia del protagonista, que nos parece así un animal encerrado, incapaz de arreglárselas en un mínimo espacio y de escapar. Es, sobre todo, en esas imágenes donde Scorsese transmite los tormentos de La Motta: los combates parecen, en esos planos, una consecuencia necesaria de su vida, a la vez que muestran el peso enorme de su ruina moral.

Nos enseña la cámara muy de cerca, y a su vez de modo hermético, lo que ocurre en el cuadrilátero, aproximándose casi a la posible percepción subjetiva de Jake. Sangre y sudor en su ritmo vertiginoso señalan, además de lo violento del momento y de su vida, una intimidad inquietante: como si el verdadero La Motta solo se desplegara en el ring, con los golpes como medio de comunicación… y de compensación de todo lo demás.

 

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