Muchos sabéis que mañana, 29 de abril, se cumplen cuarenta años de la muerte de Alfred Hitchcock y nuestra actual situación (no queremos ponerle ya nombre) nos pone en bandeja acordarnos de los miedos y fantasías presentes en Los pájaros y La ventana indiscreta.
Pero en Fuera de menú queremos rendirle homenaje repasando uno de sus más impresionantes ejemplos de la teoría del MacGuffin, ese elemento que motiva la historia pero que podría ser perfectamente prescindible. Hablamos de Encadenados (1946), su producción para RKO protagonizada por Cary Grant e Ingrid Bergman, convertida ella en icono indiscutible tras este thriller psicológico.
Para muchos, esta película volvería a poner de relieve, cuatro años después del rodaje de Casablanca, que el gran amor se expresa a través de la renuncia. Y de nuevo la guerra actuó como transfondo de una relación sentimental a tres bandas con tintes trágicos.
Bergman interpreta a Alicia Huberman, una estadounidense hija de un espía nazi que, por amor a un agente secreto de su país, Devlin (Cary Grant), decide casarse con otro. Debe dejar atrás su vida despreocupada para descubrir qué sucede en casa del nazi Alexander Sebastian (Claude Rains), que ha huido a Sudamérica.
Cuando Alicia sigue la pista de una enorme cantidad de uranio de contrabando, esa casa se convertirá en una trampa mortal para ella, porque su marido, desengañado, la envenenará paulatinamente con arsénico. Hasta que, en el último momento, Devlin llega para salvarla.
El hecho de que el detonante, el MacGuffin, de la trama sea el uranio, necesario para la construcción de armas atómicas, es secundario por completo en esta historia de amor atemporal. De hecho, a Hitchcock se le ocurrió la idea por casualidad en 1944, un año antes del lanzamiento de la primera bomba atómica en Hiroshima.
Otro factor determinante en Encadenados es la economía dramática manejada por el director, que aprovecha las coincidencias estructurales de los filmes de espías y los románticos. Ambos géneros tienen en común que en ellos se lucha por la confianza, acechan la deslealtad y la traición, y es necesario guardar ciertos secretos hasta revelarlos en el momento adecuado. Así, Hitchcock nos permite intuir que Devlin está enamorado de Alicia mientras ella, por el contrario, sufre a causa de dos hombres: por un lado, debe acostarse con Sebastian, que la abruma con su confianza ilimitada; por el otro, tiene que soportar la frialdad con la que la trata Devlin, que reacciona ante el servicio patriótico que ella se ha propuesto con evidente sarcasmo.
Nos encontramos ante el clásico conflicto entre el amor y la obligación, en el que Ingrid Bergman concede a la inclinación al sacrificio de Alicia, que solo parece debilidad vista desde fuera, un fervor estremecedor. Por el contrario, Devlin, el personaje de Grant, se presenta casi como un MacGuffin erótico. Y Sebastian, el nazi, ama de verdad a la Huberman, así que vive la traición como una experiencia trágica que nos lo hace, incluso, simpático. Se trata de un extraordinario ejemplo de bribón complejo, nada raro en el cine de Hitch, quien solía tratar a personajes de este tipo con compasión. Como le sucedió a Bogart en Casablanca, Claude Rains, más bien bajito, usó tablas de madera para aparecer en pantalla junto a la actriz sueca, muy alta como es conocido.
La complejidad de la trama contrasta con la transparencia del estilo narrativo. Algunos de los recursos utilizados han pasado a la historia del cine, como el sugestivo simbolismo de los líquidos aplicado a Alicia: ese elemento aparece siempre en relación directa con el sufrimiento del personaje, desde su autoinfligida intoxicación etílica hasta el intento de asesinato con el citado arsénico. La resaca que experimenta tras la noche que ha pasado bebiendo con Devlin se expresa mediante un giro de 180 grados sobre el eje de la imagen, así el espectador sabe que ella está ebria y que el personaje de Cary Grant tiene un cariz turbio.
Más adelante, Hitchcock llamará nuestra atención una y otra vez sobre la llave de la bodega en la que está escondido el uranio. Y tampoco podemos dejar de mencionar el célebre beso cinematográfico más largo de la historia entre Grant y Bergman: tres minutos en total (aunque el director tuvo que interrumpir la secuencia continuamente en el montaje final, porque el Production Code solo autorizaba tres segundos seguidos).
Es posible que Encadenados sea el filme más romántico del cineasta británico, pero la tensión sexual subyacente permite anticipar algunos de los rasgos estilísticos que desarrollaría en el futuro, presentes por ejemplo en el inusual pero lógico final, en el que Alicia y Devlin logran escapar. Sebastian emprende un camino opuesto: la muerte.