¿Recordáis Muerte de un ciclista de Juan Antonio Bardem, aquella cinta en la que el personaje interpretado por Lucia Bosé engañaba a su marido con el profesor Alberto Closas y en uno de sus encuentros atropellaban a un ciclista y huían para que nadie descubriera su relación?
Esa película que la censura calificó en España como “gravemente peligrosa” apuntaba en el fondo a las miserias morales de las altas jerarquías y la pobreza interior en la que caen quienes todo lo fían al dinero, y este asunto es el que viene a plantear El capital humano, del director italiano Paolo Virzì, también con el atropello a un ciclista, del que aquí nada sabemos, como excusa narrativa, aunque su inspiración no viene del filme de Bardem sino de una novela del escritor estadounidense Stephen Amidon, del mismo título que la película.
El capital humano, que tiene mucho de thriller, se articula en tres partes correspondientes a los puntos de vista de tres de los personajes principales-Dino, Carla y Serena-, acompañadas de un prólogo y un epílogo, de modo que el espectador puede percibir la historia, y el friso social que se deriva de ella, con toda su riqueza de detalles, con el conocimiento que no llega a alcanzar ningún personaje. Personajes que, pese a su individualización cuidada, resultan, por desgracia, arquetipos universales que explican por sí mismos los prolegómenos de “la crisis”: empresario tiburón sin escrúpulos ni con el dinero propio ni con el ajeno, ya no digamos con los sentimientos (eso sí, con infinito éxito social); señora que junto a él se siente vacía y que palía su desocupación con compras y hobbies que no se toma en serio, pero con la que, aún así, podemos empatizar por su capacidad para darse cuenta de su situación; envidioso de clase media cuyos intentos por trepar resultan patéticos, y familiares que intentan mantener la cordura en el teatro de apariencias en el que han convertido sus vidas los anteriores.
También quienes no han caído bajo la dictadura del dinero reciben lo suyo; Virzì no se queda en una mera crítica a la ambición, y para muestra el errático tío del culpable directo del accidente y novio último de Serena (ambos forman la única pareja en la que no hay trampa ni cartón). Se introducen además momentos de humor: impagable la secuencia de la reunión de los tocadísimos críticos y autores con los que Carla (Valeria Bruni) se reúne para tratar de poner en marcha un teatro en un edificio abandonado, y luego cedido a la especulación.
La mirada despiadada de Virzì hacia ese mar de hipocresía en el que hasta las rupturas adolescentes tienen que esconderse por miedo al qué dirán y las angustias visten trajes millonarios termina de dejarnos helados cuando se nos revela, al final de la película, que la cifra que cobrará de los seguros la familia del ciclista fallecido no está preestablecida, sino que dependerá de la calidad y cantidad de sus relaciones personales, su esperanza de vida y su nivel de ingresos. Es lo que se conoce como capital humano. No conocemos el del fallecido, sí el de quienes estuvieron alrededor de su muerte.
El recurso del triple punto de vista, sin ser novedoso, sí resulta acertadísimo en este caso, brillante por el rol que concede a un espectador omnisciente. No os la perdáis.