El camino más largo para volver a casa es la historia de un duelo sentimental, el de Joel (Borja Espinosa), que acaba de quedarse viudo, y sus ritmos son tan lentos, pausados y tristes como los que conocen quienes han vivido experiencias similares. Su desolación, su abandono personal, se nos muestran en primeros planos en los que no se omite lo duro ni lo cruel, así que la película, la primera de Sergi Pérez como director, puede resultar incómoda para quienes rechazan contemplar el dolor representado en pantalla sin azúcares ni elipsis.
Podríamos decir que El camino más largo…es susceptible de dividirse en fases relacionadas con el tratamiento dado por el protagonista al perro de su mujer ya fallecida, deshidratado y enfermo tras pasar varios días sin alimentarse, los mismos que Joel ha permanecido en la cama. Sus formas de comportarse con el animal simbolizan las etapas de su tristeza y de su actitud ante la pérdida de su esposa: primero trata de revivirlo por todos los medios, después de abandonarlo (a él y al recuerdo de ella), más tarde se rebela violentamente contra su suerte y su sufrimiento y por último se reconcilia con lo ocurrido, asume su situación y encuentra, por fin, las llaves para regresar a casa, el refugio añorado, porque el título de la película es tan metafórico como literal.
La desgracia de Joel, con el que llegamos a empatizar perfectamente pese a sus acciones a veces reprobables, en ningún momento se nos explica de forma explícita, así que es el espectador quien debe atacar cabos a lo largo del filme hasta llegar a comprender cuál es la desgracia que explica su comportamiento sin rumbo y su mirada perdida y las reacciones entre la compasión y el desconcierto de quienes se van cruzando con él.
Sobria, sencilla, conmovedora en el mejor sentido, El camino más largo para volver a casa se filmó con una extrema sencillez de medios (fue financiada a través de Verkami). Su austeridad no impide que transmita, fotograma a fotograma, una melancolía incluso estética; la palabra suena melodramática pero quizá no haya otra mejor para describir el dolor por esa ausencia de la mujer que explica cada paso errante de Joel. Lo que tiene de simple en recursos materiales, lo tiene la obra de Pérez en complejo en cuanto al tratamiento emocional, elaborado y contundente, del protagonista, castigado por sí mismo y por la vida y sometido a un sufrimiento físico y mental que se transmite con una autenticidad enorme.
No se le juzga, y del resultado de la película y de los encuentros de Joel con el reparto de personajes subordinados a su historia podemos deducir que nadie puede emitir juicios sobre los traumas ajenos y las maneras de superarlos de cada uno.