Vuestro trabajo os frustra, trabajáis pantalla con pantalla con un tipo que responde estrictamente a la definición de insoportable, os persigue el fantasma del éxito de vuestra exmujer (que os engañó) y vuestro profesor de escritura será competente, pero lo suyo no es corregir con delicadeza. Sin embargo, vosotros queréis escribir, por encima de cualquier otra cosa, y literatura de verdad, de la que tiene sentido y perdura, no novelas mediocres con las que hacer giras comerciales y caer en el limbo de lo prescindible. Vuestro profesor os dice que el único camino es partir de la verdad, zambulliros en ella, vivir. Tener experiencias auténticas, propiciarlas. Y se os va de las manos, a vosotros, que hasta hace poco eráis personas corrientes, difíciles y leídas pero comunes, no malintencionadas.
Inspirándose con libertad en El móvil, una de las primeras novelas de Javier Cercas, Manuel Martín Cuenca cuenta esta historia cómica, negra e inquietante, en El autor, convirtiendo a Javier Gutiérrez en ese escritor frustrado que es tenaz en la búsqueda de su voz propia, un hombre deseoso de escribir la gran novela andaluza contra todo y contra todos, finalmente contra sí mismo también.
La mina de su inspiración, y a la larga de su desgracia, es la comunidad de vecinos a la que se muda tras separarse: como tantas, un verdadero filón poblado de lo que él mismo llama personajazos. Primero los mira y escucha accidentalmente, poco a poco se va convirtiendo en voyeur y se adentra por la sinuosa senda de la intromisión, la manipulación mezquina en favor de sus intereses… se va convirtiendo en ese colmo de los hombres malos: los que aparentan bondad para llevar al personal a su terreno y luego dejarles con el agua al cuello.
En El autor hay humor, más negro que blanco, maldad, retorcimiento, realismo social… la ironía está en el mismo título: ¿de qué es autor el autor si sus argumentos se los dan sus vecinos, las sombras platónicas que ve en el patio de vecinos? ¿Puede haber verdad tras la manipulación, hay verdad en las escuchas y los vistazos casuales? ¿La gran literatura puede nacer del empeño de hacerla, del deseo de trascender, o solo del talento sin más, y lo demás es ridiculez?
Al escritor en ciernes lo comenzamos admirando, sobre todo cuando se rebela contra todo y contra todos y deja a un lado a su mujer, que lo engaña, y un empleo que lo constriñe, y le terminamos sintiendo mequetrefe, ridículo, loco por una gloria que no va a alcanzar. La interpretación de Javier Gutiérrez no puede dar más de sí, en el buen sentido: su mirada de hombre común con un ojo en el cielo y su anclaje físico en el suelo y mental en lo imposible lo convierten en el Quijote perverso ideal para esta historia, que tiene también su Madame Bovary.