¡Eh, Stella! Setenta años de Un tranvía llamado deseo

16/04/2021

Las versiones cinematográficas de obras teatrales no arrastran mucho prestigio (tendréis opiniones propias sobre si está o no justificada su mala fama; en cualquier caso eran objeto de intenso debate en los cincuenta), pero hay al menos una en la que no se cumplió el maleficio e incluso dio un nuevo rumbo tanto al teatro como al cine del siglo pasado: Un tranvía llamado deseo, la adaptación del drama del mismo título a cargo de Tennesee Williams por Elia Kazan, en 1951. El propio Williams participó en la elaboración de su guion, junto a Oscar Saul.

Un grito inquietante hacía temblar la noche sofocante de Nueva Orleans: ¡Eh, Stella! Y Stanley Kowalski (Marlon Brando) no tuvo que esperar mucho para que cayera en sus brazos, musculosos, Stella (Kim Hunter), atraída magnéticamente por su virilidad casi animal. Otra mujer se perderá en esa atracción despiadada: Blache Dubois (Vivian Leigh), hermana de Stella, que terminará enloqueciendo con las agresiones de ese polaco malhablado. Ella está convencida de que merece una vida mejor que la que le ofrecen los rancios estados sureños y Kowalski le enfrenta a la cruda verdad: la sitúa frente a su pasado amargo y, además, hunde aún más su presente al someterla a una violación.

Elia Kazan. Un tranvía llamado deseo, 1971
Elia Kazan. Un tranvía llamado deseo, 1971

La lucha entre sus personajes no implica solo una confrontación de sexos, también de formas, opuestas, de actuar: Brando era un actor de método, recién salido entonces del Actor´s Studio de Lee Strasberg (cofundado por Kazan), y deviene Stanley en cuerpo y alma: la crítica lo alabó mucho por esta papel. Parece por su modo de interpretar, directo como el del proletario al que da vida, que no percibe la presencia de la cámara: habla con la boca llena, ocupa todo el espacio con su presencia física (y popularizó el uso de la camiseta, que, en el lado frívolo, adquirió cierto protagonismo en la película).

Escribió entonces The Washington Post que la interpretación de Brando en el papel de Stanley es uno de esos escasos mitos del cine que son tan buenos como se dice: poética, tremenda, tan profundamente sentida que apenas se puede asimilar. En manos de otros actores, Stanley es como una crítica feminista de pesadilla a la masculinidad: bruto e infantil. Brando es bruto, infantil y está poseido por un sufrimiento que no alcanza a comprender o expresar.

No es demasiado fácil explicar lo que entendemos por método: varios actores clásicos aventuraron en que, en este caso, este consistía únicamente en el mismo Marlon Brando. Lo que sí puede afirmarse con seguridad es que, en su papel de Blanche, Leigh encarna un trabajo opuesto: su nerviosa teatralidad contribuye a la expresión perfecta de una mujer que vive en un mundo imaginario, incapaz de enfrentarse a la realidad.

Un tranvía llamado deseo también significó para Kazan una transición, un paso más desde las tablas hacia el cine. Aquí probablemente se sintió aún más cercano al teatro que en posteriores adaptaciones fílmicas de obras de Tennesee Williams, como La gata sobre el tejado de zinc (1958) y Dulce pájaro de juventud (1962). Cuando se rodó Un tranvía, la mayor parte de su elenco ya había cosechado celebridad en el montaje que el director había hecho en Broadway y la británica Leigh había interpretado a Blanche en Londres.

En la película, Kazan mantiene los espacios reducidos que contribuyen a generar una atmósfera claustrofóbica, aplicando movimientos ligeros de cámara, y pocas veces se desvía del texto original; no obstante, la impresión de irrealidad propia de la visión del mundo de Blanche también se recrea mediante medios fílmicos. Predomina en escena la luz indirecta, filtrada por farolillos de papel o por el juego de sombras inquietante de los ventiladores. La noche de Nueva Orleans pertenece a los muertos y solo Kowalsky parece capaz de hacerlos revivir.

Aunque cosechó, como decíamos, muchas alabanzas, la interpretación de Brando sería calificada por muchos como excesiva. Cierto ejercicio de censura contribuyó a ello: una versión ofrecida en 1992, solo unos metros más larga, demostró la “manipulación”; a Stanley se le habían restado rasgos humanos y los deseos sexuales de Stella se habían suavizado. La diferencia no era en absoluto menor: puede que se pensara en que el espectador no estaría preparado (a comienzos de los cincuenta) para tal despliegue de emociones humanas, para esa irrupción de realidad.

Hay que señalar que la fama cinematográfica de Elia Kazan (como adelantábamos, procedía del teatro) se inició con el descubrimiento del propio Brando y el de James Dean. La ley del silencio (1954), con Marlon de protagonista, les valió un Oscar a ambos. Con la adaptación de una obra de John Steinbeck, Al este del Edén, se desligaría al año siguiente, ya definitivamente, de las propuestas visuales y dramatúrgicas propias del teatro. Siguieron películas destacables como Esplendor en la hierba (1961), América, América (1963) o El compromiso (1969). Pero su gran momento fueron los cincuenta.

 

 

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