De vampiros y desarraigados

25/06/2014

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Hacía cerca de tres años que no teníamos noticias de Emanuelle Devos, pero la actriz de Comment je me suis disputé… está estas semanas presente por partida doble en la cartelera: con Violette y El hijo del otro. Os hablamos también de otro drama familiar intenso, Madre e hijo, y de la pareja de vampiros muy culta y eternamente hastiada diseñada por Jim Jarmusch para Sólo los amantes sobreviven.

VIOLETTE

¿Podriaís decir el nombre de alguna obra de Violette Leduc? A la mayoría de los lectores, también a los franceses, apenas nos suena de pasada el nombre de esta escritora que ligó, sin fisuras y desde una violenta sinceridad, vida y producción literaria. Amiga de Simone de Beauvoir y Maurice Sachs, publicó por primera vez en la editorial Gallimard de la mano de Albert Camus y en 1964 obtuvo el Premio Goncourt, uno de los más prestigiosos de las letras galas, por su volumen de memorias La bastarda, uno de los ejemplos más claros de su escritura sin adornos, rotunda, nacida de la necesidad de exorcizar males. Esa libertad a la hora de escribir sobre relaciones personales, sexo y homosexualidad fue una de las razones de su posterior olvido.

Ha querido romperlo Martin Provost, director ya ducho en recuperar para el cine figuras femeninas tan arrolladoras como incomprendidas: su anterior película estuvo dedicada a la pintora Séraphine de Senlis. Violette está dominada por la soledad dolorosa de la protagonista (Mi madre no me dio nunca la mano… Me ayudaba a subir y a bajar las aceras pellizcando mi vestido a la altura del hombro), que se hace ya presente en los títulos de sus trabajos, como La asfixia, Estragos o la propia Bastarda. Se trata de un biopic dominado por las interpretaciones de Devos como una Leduc doliente y de Sandrine Kiberlain como una siempre equilibrada Simone de Beauvoir, preclara y con respuestas para todo. Los vaivenes de la relación personal y literaria entre ambas desvelan la compleja personalidad, la vulnerabilidad hecha fortaleza, que Provost atribuye a Leduc.

 

EL HIJO DEL OTRO

El tema abordado por El hijo del otro no resulta original tras el reciente estreno de De tal padre, tal hijo, del japonés Kore-Eda: plantea el dilema de dos parejas de padres al conocer el intercambio de sus hijos al nacer. La película nipona gana ampliamente a la dirigida por Lorraine Lévy en cuanto a expresión de sentimientos, de las dudas y el dolor (a pesar de la conocida contención nipona en cuanto a emociones), pero el filme francés da una vuelta de tuerca al conflicto familiar al sumar al argumento la contienda entre palestinos e israelíes, las diferencias culturales y relativas a los modos de vida entre ambos grupos y los distintos modos de vivir la adolescencia a un lado y otro de las fronteras.

Podemos decir que El hijo del otro es una película correcta, no excesivamente realista en cuanta a su excesiva falta de dramatismo, y apta para toda la familia. Destaca el buen trabajo del elenco de actores, tanto de protagonistas como de secundarios.

 

MADRE E HIJO

Esta película rumana dirigida por Calin Peter Netzer, Oso de Oro en la Berlinale del año pasado, sí que no escatima en absoluto en el drama y la dureza de una relación edípica entre una madre enfermizamente absorbente y un hijo treintañero convertido en un guiñol sin capacidad de decisión ni voluntad, narcisista y completamente irresponsable.

Compuesta prácticamente por una sucesión, a veces casi mareante, de primeros planos que no nos dejan escapar a los sentimientos, o falta de ellos, de los protagonistas, Madre e hijo nos sumerge en un modelo de nexo materno-filial tan oscuro como común: el que disfraza de amor familiar la dependencia, la obsesión, la sobreprotección con fines totalmente egoístas. Su retrato de una clase acomodada que trata de encontrar en el dinero la solución a todos los males también merece atención.

Los diálogos y los silencios son los justos y necesarios; extensos, a veces, los unos y los otros, pero sin llegar a aburrir en ningún momento. Una película sobrecogedora, ruda y recomendable.

 

SÓLO LOS AMANTES SOBREVIVEN

Una semana después de verla, seguimos dudando si Sólo los amantes sobreviven es una genialidad de Jim Jarmusch o un espejo de su “fatiga creativa”, de la huida de sus musas, Tilda Swinton aparte. Y empezamos a pensar que puede que esa falta de tierra firme a la hora de intentar valorarla sea lo mejor de esta historia de vampiros, amor, melancolía, aburrimiento y decadencia, eso sí, con una buenísima banda sonora y plagada de referencias culturales.

Esa música (un rock oscuro único a la hora de crear atmósferas), las alusiones a músicos, filósofos y cineastas pasados y, como no, Tilda, que parece hecha para el papel, le dan a la obra un toque lánguido y contemporáneo de lo más atractivo. Podría definirse como hipster; la palabra no significa nada y significa todo, quizá como la misma película.

Adam y Eve tienen a sus espaldas siglos de amor fiel y ya poco puede entretenerles más allá de largas conversaciones sobre lo divino y lo humano. Su supervivencia es complicada porque la sangre de nosotros, los mortales (zombies, nos llaman) está terriblemente contaminada. Aunque siempre hay excepciones, y la mezcla puede ser buena.

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