Corazón gigante, la calidez que vino del frío

23/05/2016

Corazón giganteUna de las películas más entrañables y conmovedoras entre las presentes en la cartelera, y a la vez inteligente y mimada en su factura, es Corazón gigante, el cuarto largo del islandés Dagur Kári, un trocito de vida de un gigante, más santo que bonachón, que consigue ganarse al espectador sin que pasen más que un par de minutos desde que abra, en primer plano, uno de sus ojos, que parecen de elefante en la cercanía pero son, ante todo, los de un hombre bueno con difícil encaje social por su físico apabullante, su inocencia, su amor por el trabajo y su respeto tímido a los demás.

El héroe-antihéroe de esta historia que, pese a lo dicho, puede resultar perfectamente creíble, se llama Fusi, anda cerca de los cuarenta, vive con su madre -con la que mantiene una relación un tanto insana-, es aficionado a los juguetes de batallas, cumplidor en su trabajo y facilitador de juegos de una pequeña vecina, único personaje de la película que lo trata sin prejuicios mientras puede y a la que él entretiene ante la ausencia de sus padres.

No conoce mujer hasta que, ni huyendo de una clase de country, un refugio de inadaptados al que fue obligado, puede evitar conocer a Sjöfn, otra “número primo” con tendencia a la depresión con la que derrocha paciencia y cariño mientras le dejan. Y así, poco a poco, adentrándonos en el trato limpio de Fusi con su vecina y con Sjöfn, a la que quiere literalmente sin ninguna contrapartida, asistimos a la evolución de Fusi hacia una mayor independencia y autoestima, a la madurez que le da comportarse como persona autónoma independientemente de cómo le miren y traten los demás.

Podemos entender la película como comedia dramática, o como drama con un punto cómico (más lo segundo, se presta mucho más a la sonrisa que a la risa), en la que tanto los actores como el guión, el ritmo, la banda sonora y los planos funcionan en conjunto a la perfección, llevándonos la cámara hacia la mirada, el mohín o el gesto oportunos, obviando lo que no nos aportaría nada ver. Y Corazón gigante no sería lo mismo sin Gunnar Jónsson, grande en físico y trabajo, capaz de transmitir toda la bondad cándida de su personaje a partir de un rostro que, precisamente por grande, podría tender a la inexpresividad.

Además de la discriminación hacia el diferente, sea por físico o por forma de ser (en el caso de Fusi, por ambas razones) y de la crueldad en que desembocan los prejuicios, seguramente el gran tema de fondo de Corazón gigante sea la soledad, herida común a los personajes fundamentales: desde luego al protagonista, y también a una Sjöfn que no termina de encajar en sus empleos, que al principio nos parece extrovertida equivocadamente y que probablemente buscaba en Fusi, y fuera de ella, soluciones a problemas que son propios; y en la madre egoísta de él, que, abandonada por su pareja y posiblemente dolida por traumas previos, controla a su hijo.

Ambas son para Fusi fuente de aprendizaje y a ninguna guarda rencor cuando eso entraría dentro de lo normal. El desenlace, gracias a Dios, no es feliz en el sentido tradicional, sino feliz en el sentido adulto, y también esperanzador. Algunos pueden crecer perdiendo la inocencia, pero no  la ternura.

Corazón gigante es uno de esos no demasiado abundantes ejemplos de cine de autor en los que cautivar a casi cualquier público es compatible con ofrecer una película original y de calidad en el fondo y la forma.

 

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