Mañana llega a cines Conexión Marsella, una película de Cédric Jiménez inspirada en hechos reales que nos traslada a la ciudad francesa en los años setenta, cuando era uno de los puntos calientes del tráfico de drogas. El título de la película (originalmente Conexión francesa) hace referencia, de hecho, al nombre dado entonces a la muy intrincada red corrupta que movía los hilos de ese negocio, en el que estaba envuelta la propia policía, de ahí que no se realizaran esfuerzos auténticos por acabar con la trama, vigente durante décadas.
Conexión Marsella, que es la primera peli dirigida por Jiménez en solitario, tiene como referencia clara –no se esquiva ni siquiera en el título- el oscarizado clásico de Friedkin The French Connection, contra el Imperio de la droga, obra con la que mantiene muchas conexiones tanto narrativas como estéticas, aunque también Scorsese sobrevuela en el ambiente en cuanto a sus retratos de los villanos y tampoco podemos evitar pensar, aunque esta relación seguramente no sea intencionada, en la reciente 1981, el año más violento, que también nos mostraba, con atmósferas de época, el lado más sórdido de una ciudad (Nueva York) aunque desde la perspectiva, no de la justicia, sino de un mafioso que en el fondo deseaba ser honrado.
El protagonista de Conexión Marsella es el héroe que lo da todo para acabar con ese imperio de la droga y de los traficantes que controlan, miedo mediante, los locales de la ciudad: el juez honesto y familiar Pierre Michel, interpretado por un Jean Dujardin sin tacha que sabe sacar gran provecho de su físico de caballero. Su gran enemigo es el capo narcisista, rico, hortera y sin escrúpulos interpretado por Gilles Lellouche (un personaje algo arquetípico si no fuera por los instantes finales en que se aprecian sus debilidades, su peculiar sentimiento familiar y un minimísimo duelo al tener que deshacerse de los amigos).
Sus dudas –aunque no se subrayen- y también las del personaje de Pierre, al borde del abandono ante el peligro y la falta de apoyos, dan profundidad al argumento y a su tratamiento, que no son novedosos pero sí se nos muestran bien construidos, con un ritmo capaz de atrapar favorecido por una banda sonora repleta de buena música de entonces. Pese a sus dos horas largas de duración, Conexión Marsella nos mantiene en vilo y lo consigue –toques de humor por medio- con una estructura y unas formas clásicas y conocidas, un ejercicio de talento de Jiménez.