Bien vestido es el cine en el que la indumentaria sirve a los personajes, su psicología y sus historias, hablemos de tres humildes trapos o de chaquetas de Balenciaga, pero -teniendo esta idea clara- el sonido y las texturas de las telas de lujo que nos enseñaba, deleitándonos, la reciente El hilo invisible nos ha invitado a recopilar algunas películas en las que la moda forma parte de nuestro disfrute sin pasar desapercibida. La primera ya la conocéis:
El vestuario del cine ambientado en los cincuenta destaca, de por sí, por su elegancia, pero el filme de Paul Thomas Anderson dio el do de pecho en ese sentido, no solo por la prestancia de los trajes de Daniel Day Lewis y los vestidos de Victoria Krieps (idea de Mark Bridges); también por enseñarnos el trabajo que hay detrás de estas piezas a cargo de un ejército de bordadoras profesionales –que en la película también lo eran– y por demostrar que, a menudo, tras ciertas prendas, no se encuentra solo un afán por vestirse conforme al propio gusto, sino declaraciones de intenciones y maneras de ver la vida. En los resultados y en los procesos.
Es verdad que no esperábamos menos de una película (la segunda) dirigida por Tom Ford y que, más que por su vestuario, nos sedujo por su buena traslación fílmica de la novela de intriga cruel Tres noches de Austin Wright… pero, aún así, nos seguimos complaciendo al recordar cómo se manejan los colores neutros en la ropa y cómo se trabajan los espacios en torno a ellos en Animales nocturnos. La diseñadora de vestuario de las dos pelis dirigidas hasta ahora por Ford es Arianne Phillips, y Amy Adams, que en sus apariciones de alfombra roja ha demostrado saber bien de lo que habla, dice que no ha vestido mejor que por ella en este filme.
Cuando hablábamos de la elegancia de los cincuenta también nos referíamos a ese personaje inmenso e inquietante, a medio camino entre la seguridad y la vulnerabilidad, que interpretaba Cate Blanchett en esta adaptación de la novela de Patricia Highsmith que Todd Haynes llevó al cine hace un par de años y que hace unos días la tele nos hizo el favor de recordar.
La responsable de vestuario era, en este caso, Sandy Powell, que supo perfilar con ropa, no solo la personalidad de los protagonistas, también la evolución del personaje de Rooney Mara a medida que avanza su relación. Como curiosidad, sabed que los zapatos que llevó Blanchett se diseñaron a partir de patrones de Ferragamo de las décadas de los cuarenta y los cincuenta. Una exquisitez.
EL GRAN HOTEL BUDAPEST
Extravagante y extraordinario es, tanto el cine de Wes Anderson, como el vestuario de sus personajes, y en su última película (llega otra, de animación y perruna, en breve), no nos defraudó. Ni él ni Milena Canonero, que vistió al elenco entrañable de figuras de entreguerras que pululaban por el hotel y que ya hizo lo propio en La naranja mecánica, El resplandor o la tercera entrega de El Padrino. Naif pero sofisticada, simple pero muy lograda, y siempre llena de color: así es la ropa de los huéspedes. Fendi y Prada colaboraron.
MI SEMANA CON MARILYN
Al margen de que el personaje de la Monroe nos resulte más o menos atrayente, hay que reconocer que tanto el desarrollo de la trama de la película dirigida por Simon Curtis como la interpretación de Michelle Williams eran muy notables. Y su vestuario (regresamos a los cincuenta, y no es casualidad) era impecable, sobre todo teniendo en cuenta que su responsable, Jill Taylor, tuvo que trabajar con medios escasos.
Para no caer en lo obvio, se fijó en las imágenes en las que Marilyn vestía con mayor sencillez, cuando posaba con Arthur Miller en Inglaterra. Encontró modernidad en esa simplicidad frente a los clichés que asociamos al tratamiento en los medios de la actriz. Y acertó.
THE ARTIST
Curiosamente, el paso por cines de The Artist en 2011 coincidió con una cierta resurrección de las tendencias de los años veinte en la moda. La mejor película de Hazanavicius hasta ahora supuso el inicio de una corriente de recuperación y actualización del cine en blanco y negro y mudo, y precisamente esa ausencia de color subrayaba cualidades de las telas del vestuario, cuyo responsable fue el ya mencionado Mark Bridges: caídas, texturas, el tacto de las pieles, la vida de los flecos… el encanto de lo flapper no sería igual en color.
EXPIACIÓN
Los lectores de Ian McEwan sabéis que esta película, inspirada en su novela titulada igual, se ambienta en la II Guerra Mundial, que distancia a la pareja protagonista, y su vestuario, obra de Jacqueline Durran, logró convencer y trasladarnos a esa época.
Mención aparte merece ese vestido de seda verde que Keira Nightley llevó en su visita fundamental a la biblioteca, un vestido cuyo color y fluidez se modificaron durante el rodaje para adaptarlo a los distintos momentos de la trama, convirtiéndolo en una herramienta expresiva. Parece un diseño fácil, pero como todo lo sencillo… es fruto de muchas complicaciones previas.
Las joyas que lo acompañaban eran de Chanel y el bañador estilo años 30… a muchos produjo nostalgia sin haber vivido entonces.
LA SEDUCCIÓN
Sofía Coppola es propensa a deslumbrar con los vestuarios: en María Antonieta encontró en el contexto una excusa perfecta, y en La seducción la guerra (de Secesión americana) no fue óbice para vestir con delicados y etéreos vestidos empolvados a maestras y alumnas de una cercada escuela femenina al sur de Estados Unidos. Stacey Battat cuidó mucho el rigor histórico.