Si el experimento sociológico sobre las posibilidades de controlar la tasa de alcohol en sangre que Thomas Vinterberg desarrolló en Otra ronda os ha abierto la sed de saber más de cine danés, os proponemos revisar la obra de cinco realizadores pasados y recientes que representan, junto al mismo Vinterberg, quizá lo mejor del séptimo arte en ese país.
AUGUST BLOM
Nació en 1869 en Copenhague y tuvo una extraordinaria influencia en el cine mudo de su país y también fuera: su prestigio creció cuando se convirtió en el director artístico de Nordisk Films, entonces la principal productora europea. Comenzó trabajando como actor en filmes de misterio que esa firma producía, pero pronto se puso tras la cámara, dándose a conocer con Dr. Jekill y Mr. Hyde (1910) y con el corto Hamlet, del mismo año, basado en la obra de Shakespeare, rodado en el castillo de Kronborg y considerado un ejemplo temprano de cinéma vérité.
Continuaría logrando éxitos con otras películas mudas en blanco y negro, como Desdémona, inspirada igualmente en el Otelo de Shakespeare, y La hija del gobernador (1912), basada en el melodramático triángulo amoroso de un matrimonio de conveniencia. Sin embargo, su mejor filme es Atlantis (1913), que concedió prestigio a Nordisk y está considerada asimismo uno de los mayores éxitos del cine mudo por la naturalidad de sus interpretaciones y su sofisticación. Su punto de partida fue el viaje a Estados Unidos del novelista alemán Gerhart Hauptmann y en ella Blom hizo de mentor de Michael Curtiz, aún cineasta en ciernes. Otra obra importante de este realizador danés fue El fin del mundo (1916). La muerte lo encontraría regentando una sala de cine en la capital danesa.
BENJAMIN CHRISTENSEN
Christensen nació una década después que Blom y el miedo escénico le impidió dedicarse a su vocación primera: ser cantante de ópera, de modo que canalizó sus inquietudes hacia el cine. Su primera película, El misterioso X (1914), es un melodrama que deja huella y que utiliza una iluminación bien compleja para crear atmósferas de desesperación y malos presagios. También sería alabado por La noche vengadora (1916) y después dejó su actividad durante seis años, hasta La brujería a través de los tiempos (1922), un filme con tintes documentales sobre las creencias supersticiosas de la brujería y su represión. Contiene detalladas descripciones sobre instrumentos de tortura, recreaciones fantasmagóricas de leyendas locales y un aquelarre presidido por Satanás, a quien él mismo interpretaba.
La celebridad (controvertida) de La brujería… permitiría a Christensen trasladarse a Hollywood, donde llevó a cabo varias obras de terror destacables, como Una noche en el infierno (1929), ganándose un puesto entre los maestros del género. Con el advenimiento del sonido regresaría a su país, donde dirigió Los hijos del divorcio (1939), concebida solo para adultos. La maldad está muy presente en el conjunto de su producción, a través de descripciones directas o de sugerencias estilizadas.
CARL DREYER
Su nombre suele asociarse al cineasta danés nostálgico cuyas películas destilan angustia metafísica, pero esa visión es solo parcial y pasa por alto el lado intimista y cálido de su obra, que también celebra la sensualidad y el amor.
En su carrera pueden distinguirse dos fases: en los doce años que siguieron a su debut en El presidente (1919) dirigió diez películas en cinco países distintos, pero el fracaso en taquilla de la más ambiciosa, La pasión de Juana de Arco, empañaría su celebridad. Durante más de una década no pudo llevar a cabo ninguno de sus proyectos e, incluso cuando volvió a dirigir en 1943, tuvo problemas continuos de financiación.
Sus primeros proyectos desprenden una gran variedad de estados de ánimo que contradicen su fama de cineasta uniforme. El amo de la casa (1925) es una comedia doméstica; La novia de Glomdal (1926), una lírica historia de amor entrelazada con el paisaje noruego y Michael (Deseo del corazón), un drama sofocante sobre una relación a tres bandas.
Decía Dreyer que nada puede compararse con el rostro humano, en el que encontraba una tierra que él no se cansaba de explorar, y fue justamente en La pasión de Juana de Arco donde su cámara buceó incansablemente en la angustia de ella y la maldad de sus acusadores. Este filme es un icono, pero quizá no supere a Dies Irae (1943), ejemplo de uso de la luz y la oscuridad para expresar preocupaciones emocionales y morales. Después llegarían La palabra (1955) y Gertrud (1064), culminación de un proceso de simplificación y austeridad.
GABRIEL AXEL
Nacido en 1918 en Aarhus, Gabriel Axel fue, además de director, guionista, actor y productor y trabajó entre Francia y su país, también en el campo del teatro y la televisión. Suyos son La capa roja (1967), filme sobre un romance vikingo que recibió el gran premio de la técnica en el Festival de Cannes y también El festín de Babette (1987), adaptación de un cuento corto de Karen Blixen que se llevaría el Óscar a película extranjera en 1988. Por su atención meticulosa al detalle y al desarrollo de los personajes, este drama cómico supone una de las mejores representaciones del amor como alimento, seguramente, en la historia del cine.
Dirigió asimismo, en 1994, La verdadera historia de Hamlet, príncipe de Dinamarca (1994), una versión de ese relato que deja a un lado a Shakespeare y utiliza el material original danés. Contó con Gabriel Byrne, Christian Bale y Helen Mirren.
BILLE AUGUST
Fotógrafo convertido en director, Bille August tiene una trayectoria extensa y multiforme: fue colaborador de Ingmar Bergman y ha dirigido episodios de Las aventuras del joven Indiana Jones (1993). Con gran observación al detalle, realizó Pelle, el conquistador (1987), sobre unos emigrantes suecos que se establecen en una isla danesa, y Smila: misterio en la nieve (1997).
Tras graduarse en el Instituto Danés de Cinematografía trabajó en televisión y se pasó al cine, como director de fotografía, antes de escribir y dirigir Honning måne (1978). Tras realizar el melodrama televisivo Maj, rodó Zappa (1983) y Twist and Shout (1984), que tuvieron buen recibimiento dentro y fuera de Dinamarca.
Su siguiente proyecto fue dirigir un guion de Ingmar Bergman, Las mejores intenciones (1992), dedicado a los padres del cineasta sueco y, tras el bajón de La casa de los espíritus llegaría el mencionado Smila, thriller con una trama tejida alrededor de la muerte de un joven.
Después de adaptar Los miserables (1998), mostró de nuevo sus capacidades en Una canción para Martin, perturbador relato de los estragos del alzheimer, o en Sentencia de muerte (2004).