Ciento volando: el Chillida estudioso y el filósofo

19/12/2024

Chillida nació junto al mar, el de San Sebastián, lo visitó una y otra vez de pequeño (esa misma zona donde después instalaría El peine del viento) y no tardaría demasiado en darse cuenta de que de él no querría alejarse mucho: porque es siempre cambiante y siempre el mismo; por su cariño por las rocas erosionadas, ajadas, que como las personas mayores siguen no obstante en primera línea, dando la cara; y porque terminaría viéndolo casi como un maestro cuya presencia era necesaria a lo largo de la vida para no perder pie.

En el mar empieza, seguramente por eso, Ciento volando, el documental dirigido por Arantxa Agirre que llegará a cines el 10 de enero de 2025 y que, de la mano de la actriz Jone Laspir, nos invita a profundizar en la personalidad creativa de Chillida de la mano de quienes lo conocieron bien (parte de su familia, artistas como Fernando Mikelarena, Andrés Nagel o el recientemente fallecido Koldobika Jauregi, el comisario Kosme de Barañano, el ahora director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, Miguel Zugaza), de personal de su museo (Mireia Massagué, Ixiar Iturzaeta, Nausica Sánchez, Íñigo Irureta) o de visitantes del propio Chillida Leku, sobre todo de su público más joven.

No adopta Agirre, acertadamente, el camino de presentarnos su carrera y su obra de manera más o menos cronológica, ofreciéndonos una aproximación académica al autor, sino que ha elegido profundizar en sus modos de vivir y de crear, muy relacionados unos y otros; en las raíces de su estética, siempre depurada y meticulosa, tan sencilla como fruto de un extenso estudio: más de una vez hace hincapié este trabajo en el tiempo sin medida que empleaba Chillida en elaborar cada uno de sus proyectos, frente a nuestro afán de hoy por producir lo máximo con brevedad; estaba convencido de que es más fácil saber dónde no quieres llegar que dónde sí, por eso es necesario no tener prisa en descartar las opciones no deseadas para aproximarse a un fin.

Arantxa Agirre. Ciento volando

Introspectivo y concienzudo (son cualidades que suelen ir juntas), el escultor desplegó en su obra el apego a la naturaleza y a lo esencial que manifestaría en su misma historia vital: afirmó, tras permanecer tres años en Francia a finales de los cuarenta y admirar allí la escultura clásica, que su verdadero terreno era el de la luz negra que encontraba en su ciudad y en torno al Cantábrico; la luminosidad mediterránea, que de alguna forma baña también las imágenes grecorromanas, no era para él. Tampoco lo sería el ámbito del dibujo, y por una razón por la que muchos no habrían salido de él: se le daba bien, le parecía demasiado fácil y tenía que buscar otros desafíos.

Su trayectoria, en general, estuvo marcada por la huida de la comodidad, del ruido y de la prisa; por la reflexión (tendremos ocasión de conocer algunas de sus lecturas, muchas meditativas, de san Juan de la Cruz a Heidegger) y por la voluntad de acercarse a lo desconocido, también a aquellos autores con quienes no compartía inquietudes pero en los que encontraba autenticidad; en este punto recordamos el documental que Irene M. Borrego brindó hace dos años a su tía-abuela, la pintora Isabel Santaló, otra autora de movimiento lento que alentaba a su sobrina a, en lo creativo, ir por lo que no sabes.

Esas búsquedas, en su caso, no tenían que ver tanto con la novedad ni las rupturas con lo dado, sino con el hallazgo de posibilidades en lo cercano: en los espacios, en los que se despliegan opciones nuevas al ser solo y nada menos que vaciados (así lo hizo en el Caserío Zabalaga y lo planeó en la montaña de Tindaya, en Fuerteventura); en el aire, que contiene en sí toda la profundidad; en los ensamblajes más sencillos, aquellos que no requieren de utensilios ajenos al material de base (y cuando sean necesarios los tornillos, mejor no ocultarlos) o en esa realización de sus piezas en componentes únicos, sea el alabastro, el hormigón armado, la piedra o el acero inoxidable; sólidos, pero no siempre dispuestos sobre la tierra -una de las piezas presentes en el documental es el suspendido Lugar de Encuentros IV, que pesa más de trece toneladas, pero que puede gravitar-. Lo contundente, lo grave, en Chillida es también ligero y abierto al inevitable cambio.

Nada tiene de casual que sean tantos sus proyectos para lugares públicos. Todos los volúmenes del creador vasco, y así lo subraya este documental, en el que las olas del mar devienen finalmente fuego de forja, quieren ser más que eso, que materiales ocupando espacio: generan enclaves espirituales y humanísticos.

Arantxa Agirre. Ciento volando

 

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