Podríamos intentar hablar de Cegados por el sol sin mencionar el encanto de Tilda Swinton (y su vestuario impecable) aunque no la oigamos una palabra, el que derrocha Ralph Fiennes cantando y bailando una banda sonora que resulta tan elegante como divertida o el de la isla de Pantelleria, donde se rodó la película y todo un descubrimiento como destino de vacaciones. Pero el contenido y el ritmo de esta película, la versión de Luca Guadagnino de la sesentera La piscina de Deray, son totalmente indisociables de las formas y la estética, que parecen relajadas pero es fácil adivinar que fueron completamente estudiadas para dar con el perfecto tono seductor entre lo libérrimo y lo burgués, seguramente frívolo pero irremediablemente atractivo.
En torno a las piscinas y el verano, un escenario y un tiempo que imaginamos relajado y hasta delicioso, se va gestando en la película una tragedia que podemos anticipar a medias, con la única y poderosa pista de que nos resulta imposible creernos del todo tanta belleza, tanta luz y ese ambiente tan plácido entre la pareja formada por Marianne y Paul (Tilda y Matthias Schoenaerts), ella cantante en horas bajas, segura de sí misma y de personalidad poderosa; él, cineasta de carácter mucho más frágil, y un par de huéspedes inesperados: la ex pareja de ella, Harry (Ralph Fiennes), narciso arrollador que en el fondo quiere recuperarla y que representa, si lo examinamos, el divismo del que Marianne quiso huir instalándose en el campo con un tipo silencioso, y Penelope (Dakota Johnson), su hija, una joven femme fatale que mantiene con su padre (al que, en realidad, acaba de conocer) una relación ambigua, y que se dedica, más o menos, a sembrar la conveniente cizaña para que las vacaciones no acaben tan bien como empezaron. Para los demás, para ella sí.
Además de en la película inspiradora de Deray (a su vez, adaptación de una novela de Alain Paige), Cegados por el sol nos hizo pensar en la truculenta novela Casa de verano con piscina de Herman Koch. Aquí el lado oscuro de unas relaciones familiares aparentemente sin mancha también sale a la luz con crudeza dejando en evidencia los puntos flacos de la tolerancia políticamente correcta, esa que dicta que los ex pueden ser amiguísimos y compartir intimidad sin mayores consecuencias y que no hace falta poner coto a la espontaneidad, ni siquiera vestirse demasiado.
Los cuatro personajes, ociosos, ricos y creativos de Cegados por el sol (inevitable destacar las tablas de Tilda y Ralph, pese a las interpretaciones muy buenas de Johnson y Schoenaerts) tienen seguramente los mismos puntos lúcidos y oscuros que cualquiera (que trabaje por dinero y no viva en la indolencia), pero no podemos evitar pensar que ellos con más facilidad que otros caen en la dictadura de sus deseos hasta el tormento. El entorno paradisiaco los acompaña y (casi) exculpa.
Atmósferas envolventes y una trama poderosa.