La inspiración de Ivo Ferreira al filmar Cartas de la guerra fue el libro del mismo nombre de Lobo Antunes, subtitulado Correspondencia desde Angola. Recoge las cartas que este escritor le envió a su esposa en los dos años que permaneció en ese país como alférez médico, sumergido en una guerra de la que se sentía ajeno; en la que emocionalmente, como muchos de sus compañeros, no llegó a involucrarse, solo a distanciarse más de sus motivaciones según transcurrían las semanas.
Esa es la materia prima de Ferreira: textos hondos y directos leídos por la voz en off femenina de la esposa de Antonio, una de las pocas que escuchamos en la película. La obra, con un mecanismo por simple difícil de encontrar, se nutre de la riqueza de las palabras del que escribe y de la belleza de imágenes en blanco y negro, sencillas y nunca preciosistas pero casi tan evocadoras como las cartas, su complemento perfecto.
Cartas de la guerra es la plasmación de un estado de ánimo, de sensaciones ambiguas entre la dulzura del recuerdo y la nada pesada del presente. No hay narración, ni en la correspondencia de Antonio, que no se refiere a los hechos bélicos que lo rodean sino a sus propios sentimientos desde la distancia hacia su esposa y su hija en camino, ni tampoco en esa cadena de fotografías poéticas con las que Ferreira solo busca -y lo consigue- suscitar emociones, crear un clima de añoranza envolvente que acentúa la cadencia de la voz de mujer leyendo en un portugués melódico (ver esta película doblada es muy poco recomendable).
Las letras dejan caer el desarraigo de jóvenes embarcados en un conflicto del que no se sienten partícipes, el compromiso pacifista del autor y su acercamiento sincero y bienintencionado a los angoleños, pero su centro nunca dejan de ser el amor, los recuerdos y el deseo de volver, carta a carta, semana a semana. Esas misivas son su enlace con la vida, con su personalidad anterior, un clavo ardiendo. Y pese a ello, y a que al final Antonio no pueda contener su desesperación, no tenemos sensación de que Ferreira haya insistido demasiado en la tristeza, sino en el deseo de regresar.
Cartas de la guerra supone algo parecido a la combinación de la sensibilidad visual del director -esquivando siempre el esteticismo- y la literaria de Lobo Antunes; un poema intenso hecho de epístola e imagen que conmueve por su verdad palpable, su descripción táctil de las distancias y las memorias.