Born to be Oscar Wilde

04/10/2016

Napoleon Sarony. Portrait d’ Oscar Wilde #15, 1882. © Bibliothèque du Congrès, Washington
Napoleon Sarony. Portrait d’ Oscar Wilde #15, 1882. © Bibliothèque du Congrès, Washington

Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo.

No ocurre siempre, pero en Oscar Wilde sí se cumplió: de tal palo tal astilla. Su padre, renombrado cirujano especializado en enfermedades del ojo y el oído, era muy aficionado al estudio del folclore y la historia de Irlanda, tanto que escribió varios libros sobre el tema, y su madre también publicó diversos poemas de corte nacionalista en prensa utilizando el pseudónimo de Speranza.

Por eso su creatividad no fue ninguna sorpresa, tan poco su brillantez en los estudios, que desarrolló en el prestigioso Trinity College de 1871 a 1874 y luego, durante otros cinco años, en el Magdalen College de Oxford. Aunque el eje de su programa de aprendizaje eran los escritores clásicos, a Wilde le interesaron tanto o más las enseñanzas de dos profesores de historia del arte que nos hubiera encantado tener a cualquiera: Walter Pater y John Ruskin.

Quizá bajo su influencia, realizó Wilde su particular Grand Tour por Italia y Grecia en la primavera de 1877, antes de trasladarse a Londres, donde sabemos que se estableció en 1879, en un apartamento alquilado que decoró con absoluto refinamiento y porcelanas azules.

No necesitó mucho tiempo para sembrar una considerable reputación como poeta y como esteta, como dandi en suma, y también como crítico de arte que alababa a George  Frederic  Watts,  William  Holman  Hunt  o  Edward  Burne-Jones refiriéndose a ellos como guardianes del misterio de la belleza. Sabemos que no le gustaban demasiado los retratos, salvo los de Millais; tampoco le convenció la pintura de Tissot, a quien consideraba demasiado fotográfico, y a quien sí que rechazó abiertamente fue a Whistler: de sus fuegos artificiales dijo que no merecía la pena contemplarlos más de un cuarto de minuto.

Evelyn Pickering. La nuit et le sommeil, 1878
Evelyn Pickering. La nuit et le sommeil, 1878

Buscando aventuras vitales y financieras, puso rumbo a Nueva York en 1882, aunque quizá su verdadero propósito fuese ensanchar su fama y darse a conocer como esteta al otro lado del océano. Durante un año recorrió Estados Unidos de norte a sur y de este a oeste impartiendo conferencias sobre “la belleza en general y las artes decorativas en particular” ante auditorios de lo más diverso, desde los indios sioux a los mormones de Salt Lake City.

A aquellas citas acudía con una apariencia de todo menos discreta: medias de seda, chaquetas de terciopelo, abrigos de piel…eran su uniforme. El gran retratista Napoleón Sarony lo fotografió en una veintena de ocasiones, de pie o sentado, con y sin sombrero, sosteniendo un libro, guantes o un bastón de marfil, y casi siempre idealizado. Estas obras son casi apologías de Wilde, pura propaganda.

En América hizo dinero y aquellas ganancias las empleó para trasladarse, un año después, a París, que actualmente le brinda una exposición en el Petit Palais. Allí permaneció solo unos meses, tiempo suficiente para ser recibido por Víctor Hugo, conocer a Maurice Rollinat, entablar amistad con Paul Bourget y citarse con Verlaine.

A su regreso a Londres, por deseo de su madre (y únicamente de ella), pidió matrimonio a la joven, irlandesa como él, Constance Lloyd. Con ella se casó en mayo de 1884 y del matrimonio nacieron dos hijos: Cyril y Vyvyan.

En todo aquel periodo, aunque no fue ni de lejos su principal preocupación, Wilde también trabajó: compuso la obra teatral Vera o los nihilistas, escribió el drama romántico La duquesa de Padua y, de vuelta a Londres, retomó su anterior actividad docente. En 1887 comenzó a editar la revista para mujeres The Woman’s World, un año después publicó la colección de cuentos El príncipe feliz y algo más tarde el ensayo filosófico La decadencia de la mentira.

En suma, antes de 1890 Wilde era ya un periodista de éxito, un profesor reconocido y un poeta publicado, además de un narciso evidente. Sus mejores obras llegaron en la década siguiente: de entonces datan Retrato de Dorian Grey, en la que, en el fondo, tanto hablaba de sí mismo, y La importancia de llamarse Ernesto. La primera se publicó en 1891, poco antes de que Oscar iniciara una relación con Lord Alfred Douglas (que tantos pesares le traería), y es su única novela; la segunda, obra teatral que satiriza las costumbres de la sociedad victoriana, se estrenó en el Teatro de St. James de Londres en 1895, después de que Wilde publicara Una mujer sin importancia (1893) y Un marido ideal (1895). El marido ideal que el escritor, atormentado y genial, no fue.

La muestra que hasta el 15 de enero de 2017 le dedica el Petit Palais está marcada por sus aforismos, presentes a lo largo de todo el recorrido (seguro que sois capaces de citar alguno). Contiene, entre otros objetos, esas piezas de porcelana azul que Wilde adoró, pinturas prerrafaelitas que pudo conocer en la Grosvenor Gallery, uno de sus retratos de Sarony a escala humana, obras de Toulouse-Lautrec contemporáneas a su estancia en París, fragmentos de sus textos y una evocación de sus últimos años de encarcelamiento y exilio, a causa de su homosexualidad –o hablando con más precisión, de no haberla escondido-, a través de la lectura de De Profundis. El capítulo final lo constituye una entrevista filmada con Merlin Holland, nieto de Wilde que ha asesorado a los comisarios de esta muestra, titulada “El impertinente absoluto”.

Aunque murió en París, hasta ahora la capital francesa no le había dedicado una muestra, proyecto que probablemente a él, ardiente francófilo, le hubiera encantado (y envanecido). Es una buena ocasión para redescubrir al literato tras el frívolo, o al frívolo tras el literato.

John Roddam Spencer Stanhope. L´amour et la jeune fille, 1877

 

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