Varias citas culturales, entre ellas las propuestas del filipino Kidlat Tahimik en el Palacio de Cristal de Madrid, nos recuerdan que hace cinco siglos la expedición de Magallanes llegó a Guam, la más grande y meridional de las Islas Marianas, situada en el Pacífico Occidental. Este hito es también el punto de partida de la cuarta muestra que el Museo Nacional de Antropología nos presenta en el marco de su ciclo Démosle la vuelta al mundo, concebido precisamente para conmemorar el quinto centenario de la Primera Vuelta al Mundo.
“BIBA CHAMORU. Cultura e identidad en las Islas Marianas” aborda de manera monográfica, y hasta marzo de 2022, aquel episodio trascendental de ese viaje, pese a su brevedad, y también nos permitirá adentrarnos en la historia y la riqueza cultural de este enclave remoto y, sin embargo, muy cercano a nuestra historia. Se nos propone un recorrido por el pasado de la isla para adentrarnos a continuación en los rasgos identitarios de la cultura chamorra y en los retos culturales del territorio, ayer y hoy enclavado en una posición estratégica.
Hay que recordar que el archipiélago de las Marianas está formado por una quincena de islas principales alineadas en torno al meridiano 145º, unos grados al norte del Ecuador. 1.500 kilómetros separan Uracus, la más septentrional, de Guam, donde llegó Magallanes, la más grande y meridional. Por su situación resultan una escala excepcional en las navegaciones de América a Asia y, tras la Segunda Guerra Mundial, quedaron ligadas políticamente a Estados Unidos, convirtiéndose en los territorios estadounidenses situados más al oeste en el océano, próximos asimismo a las potencias asiáticas. Las Marianas del Norte mantienen, por su parte, un estatus jurídico diferente y más autónomo respecto a Guam, donde hoy se encuentra la base naval americana más importante junto a la de Hawai.
En el último siglo, la población de este archipiélago se ha triplicado, lo que empieza a generar problemas ecológicos, dado que su superficie global es solo un poco superior a la de Lanzarote. Las Marianas del Norte tienen hoy una población censada de 57.000 habitantes; Guam, de 167.000.
Llegados de otras islas del Pacífico, los primeros grupos humanos que se asentaron aquí hubieron de recorrer miles de kilómetros a mar abierto. Por los hallazgos arqueológicos y los estudios lingüísticos, conocemos que el origen de la mayor parte de estas personas era Filipinas y que las Marianas pudieron también ser una “escala” dentro de las migraciones de las poblaciones de Polinesia. Aquel periplo se inició hace cerca de 5.500 años, aunque los primeros asentamientos encontrados serían posteriores.
Esos colectivos eligieron para situar sus poblados las islas meridionales y de mayor tamaño: Guam, Tinián y Saipán, que contaban con agua dulce, distintas especies de moluscos, aves y peces; en definitiva mayor habitabilidad. Sus viviendas eran primero de fibra vegetal sobre postes de madera y, más tarde, de piedras llamadas latte; por ellas este primer periodo de la historia de las Marianas se ha llamado Prelatte.
A lo largo de 2.500 años, hasta más o menos el 1000 d.C., las mujeres y los hombres de las Marianas se adaptarían al entorno sin apenas aportaciones externas, enfrentando cambios como el descenso del nivel del mar hacia el 1100 a.C. Los poblados empezaron a situarse entonces al interior y cambiaron las especies que se incorporaban a la dieta, transformándose paulatinamente también los estilos de la cerámica y la ornamentación. La exposición propone que la capacidad de adaptación de esta sociedad puede interpretarse como ejemplo de lo que entendemos como “sostenibilidad”.
Hablábamos antes del término latte: procede seguramente de la denominación que los chamorros daban a unos restos de piedra que consideraban las casas de sus ancestros. Actualmente, este vocablo se refiere tanto a las sociedades que se sirvieron de esos edificios como al periodo cronológico en el que estuvieron en uso, que comienza aproximadamente hace 1.200 años. Las sociedades latte eran fundamentalmente orales y basaban su economía en el aprovechamiento de los recursos marinos mediante el marisqueo y la pesca y también en el cultivo y la recolección de plantas autóctonas, como el cocotero, el pandano, el árbol del pan, el ñame y el taro, de las que aprovechaban casi todo: los frutos, la madera y las fibras vegetales, con los que creaban casi todos sus utensilios, desde embarcaciones y casas hasta cestas y sombreros.
La convivencia de estos grupos parece que fue relativamente pacífica, aunque no faltaron algunos conflictos entre grupos, hondas mediante. Se trataba de sociedades estratificadas, articuladas en linajes de distinto rango y seguramente matrilineales: las mujeres de cada generación transmitían el vínculo con el linaje o la línea de descendencia. Serían estas sociedades las que recibieron a Magallanes y luego también a los misioneros jesuitas, que alabaron su arquitectura, como los expedicionarios decimonónicos.
La expedición del portugués tenía como fin, lo recordamos, encontrar una ruta para llegar al Maluco —las islas de las Especias— navegando por la parte del planeta que, atendiendo al Tratado de Tordesillas, correspondía a España, que financiaba el viaje. Tuvieron para ello que encontrar un paso que les permitiese navegar al otro lado de América, surcando esa masa de agua inabarcable que se llamaría Pacífico hasta su fortuita llegada, el 6 de marzo de 1521, a las islas que ellos bautizaron como de las Velas Latinas o de los Ladrones.
Desde 1565, estas islas se convirtieron en escala en la ruta comercial que unió a Acapulco con Manila, propiciando un contacto habitual entre los isleños y los occidentales, cuyas visitas esporádicas permitían el intercambio de alimentos frescos por herramientas de metal. Además, las estancias ocasionales de náufragos o misioneros, como Fray Juan Pobre de Zamora en 1602, anticiparían la futura evangelización de los chamorros, que no se emprendió, como el control colonial del archipiélago, hasta 1668.
La exhibición también recuerda que el jesuita Diego Luis de San Vitores instauró, con el apoyo de la reina Mariana de Austria, la primera misión permanente en Guam en junio de 1668, iniciando dicha evangelización y la paulatina aculturación y colonización del pueblo chamorro. Este religioso renombraría las islas como Marianas justamente en honor a la reina y la ocupación levantaría reacciones encontradas en un pueblo que entonces carecía de un sistema de liderazgo unificado: muchos chamorros rechazaron el dominio español y otros lo aprovecharon para ascender socialmente, liberados de los abandonados mecanismos indígenas tradicionales (algunas de sus prácticas, sin embargo, pervivieron).
Al final del siglo XIX, la guerra de 1898 llevaría a nuestro país, como es sabido, a la cesión de sus últimas colonias en América y el Pacífico a Estados Unidos, mediante el Tratado de París. En la práctica, sin embargo, conservamos las Marianas del Norte, Palaos y Carolinas durante un año más, hasta que se vendieron a Alemania por 25 millones de pesetas de entonces.
Desde el fin de la II Guerra Mundial, Guam ha mejorado su estatus jurídico gracias a una ley orgánica, aunque goza de una menor autonomía que las Marianas del Norte por su valor estratégico. Son muchas las familias que viven, desde hace varias generaciones, del servicio a las bases e integradas en la cultura militar estadounidense, pero también crece últimamente el descontento popular con esta situación, que se aprecia desde allí como una etapa colonial más.
Hoy día, y aquí termina el viaje expositivo, las Marianas viven un momento de gran impulso cultural, a medio camino entre la necesidad de reivindicar sus raíces y la de abrirse al flujo natural de nuevas formas y expresiones propias de una sociedad globalizada. Esta diversidad se aprecia sobre todo en el panorama de las artes plásticas y al Museo Nacional de Antropología han llegado esculturas y pinturas identitarias de Melissa Taitano, Ric Castro, Dawn Lee Reyes y Rubelita F. Torres, así como el eco de los eclécticos grafitis que, siguiendo una tradición inaugurada por Sal Bidaure, autores de todo el mundo acuden a pintar sobre los edificios de Guam. También manifestaciones de las artes tradicionales, como la cestería, y de la construcción naval, la música, la danza y la literatura oral, que pervive con la lengua chamorra como seña de identidad.