Este año se cumplen veinte de la muerte de Krzysztof Kieslowski (falleció el 13 de marzo de 1996) y, coincidiendo con el aniversario, Wanda Films llevará a cines de Madrid y Barcelona, desde el día 11 de este mes, su trilogía Azul, Rojo y Blanco.
De ella se ha escrito muchísimo y probablemente todos sepáis que los colores de los títulos de los filmes aluden a la bandera francesa y a los valores de libertad (azul), igualdad (blanco) y fraternidad (rojo). De ahí que, en la primera obra, Kieslowski nos muestre la vida sin ataduras de Julie (Binoche) cuando pierde a su familia; en la segunda, la historia de un inmigrante polaco que no logra cumplir su sueño de tener una vida en Francia y debe regresar a su país, y en la tercera, a tres extraños (si recordáis, Valentine, el juez Kern y Auguste) que cruzan sus destinos en la apacible Suiza. Vamos a profundizar un poco más en la filosofía que Kieslowski maneja en la trilogía.
El polaco en vida ya declaró que el conjunto de sus películas trataba básicamente del amor en un sentido general: amor a las cosas, a los seres vivos y a la vida; y también reconoció que su visión era la de un pesimista que cree que la tecnología y el progreso material encaminan a la sociedad, fundamentalmente a la occidental, al empobrecimiento.
Aparte del amor como materia prima, el sustrato sobre el que se mueven sus personajes es el de la libertad: libertad y amor actúan en sus tramas como dos principios contrapuestos que, sin embargo, se apoyan y necesitan en el discurrir de la vida. La libertad solo merece la pena ejercerla en un clima de amor y cualquier opción vital nos obliga a seguir una determinada senda y a renunciar a otras, quedando ligados interiormente por el compromiso adquirido.
Aunque en su discurso no hable Kieslowski de forma explícita de una verdad objetiva o norma moral estable que deba regir el comportamiento humano, sí queda claro que no es relativista y que no todo es válido ni legítimo, y virtud y vicio no pueden confundirse. En el rodaje de Azul dijo: Simpre hay alguien que nos observa: si no son los diarios, son los vecinos, la familia, los seres queridos, los amigos, la gente conocida o incluso la gente desconocida en la calle. Pero, al mismo tiempo, en cada uno de nosotros hay algo parecido a un barómetro (…) Tengo muy claro el límite de lo que no debo hacer y trato de no hacerlo, aunque a veces lo haga.
Presenta personajes bien insertos en conflictos universales, llevando al espectador a plantearse esas mismas cuestiones de la vida y a tratar de resolverlas como mejor sepa: Todos sentimos el amor de la misma manera, el dolor, los celos, el odio o el miedo a la muerte o a las cosas. Un hombre profundamente creyente tiene el mismo dolor de muelas que un descreído, y yo intento explicar ese dolor de muelas y que todos me entiendan.
Kieslowski confía plenamente en el propio hombre y otorga el mando de su vida a su péndulo interior frente a opiniones ajenas, creencias o ideologías
Confía plenamente en el propio hombre y le otorga el mando de su vida a su péndulo interior frente a opiniones ajenas, creencias o ideologías. Por partir de las realidades tangibles y de las vivencias concretas del individuo para intentar llegar a ideas abstractas sobre el hombre, la vida y la sociedad, se ha considerado a Kieslowski un cineasta metafísico, pero en proyectos como Tres Colores (también en Decálogo), hizo el camino inverso para mostrar cómo los valores generales –en este caso, los de la Revolución Francesa- no pueden corroborarse de forma absoluta en las realidades cotidianas, en las que el individuo acaba actuando, sea por amor al prójimo o por propia debilidad, en contra de los principios que hasta entonces consideraba inamovibles. Ante esas situaciones, el cineasta apuesta porque el individuo permanezca libre y no sometido a ideologías o elementos a priori, aceptando los enigmas de la vida y reescribiéndola.
Para Kieslowski, el hombre debe saber que su vida tiene un sentido concreto, pero que él no puede preverlo con libertad absoluta, al ser alguien dependiente de circunstancias naturales, como el naufragio en Rojo, y de las decisiones y actuaciones de quienes lo rodean, y a los que a veces no conoce, como un mecánico que no revisa correctamente un coche…como pudo ocurrir en Azul. Son factores que escapan al individuo y que explican el enigma de la vida: al no ser previsibles, hacen que nunca seamos capaces de dar un sentido a todo lo que pasa y que no sea posible alcanzar la plena libertad.
Todo esto es lo que para Kieslowski constituye el azar, que él no entiende como conjunto de casualidades fortuitas sino como la complejidad inescrutable de relaciones y dependencias entre todos los individuos. En su cine, el azar no es un medio para cerrar historias de forma que resulten redondas y tengan el final apetecido, sino que más bien responde a un sentido existencial.
Al margen del azar, el cineasta percibe también que el comportamiento humano no puede explicarse atendiendo solo a decisiones meditadas o motivos racionales. Al estudiar la vida cotidiana y las decisiones tomadas vemos que en ocasiones se incumplen los valores morales que sirven de patrón de comportamiento y, como consecuencia, a veces se produce una fractura moral al dejarse llevar el individuo por sentimientos que se imponen a la racionalidad. El amor así entendido sería otro componente a estudiar en el ejercicio de la libertad.
Solo considerando el azar y el amor como elementos que van construyendo la vida individual puede llegar a asumirse lo indescifrable de la vida, su caos y misterio. De esa singularidad de las situaciones cotidianas, además de de su negativa experiencia personal, deriva por ejemplo el recelo de Kieslowski hacia el sistema judicial y a todo el que se presente en posesión de la verdad, más aún si se refiere a los demás, como podemos apreciar en el juez de Rojo.
En definitiva, lo fundamental para Kieslowski es “salvar” al ser humano, y para ello hay que dejarle construir su vida libremente. En ese contexto, el individuo debe ser consciente de que su identidad radica en constituirse como un ser con memoria, y por tanto con un pasado que explica parcialmente su presente. Esa memoria debe ser el instrumento que le ayude en su proceso de liberación, al señalarle las trampas o miedos a vencer, pero debe tener cuidado para que no se convierta en una carga que le arrastre, le recuerde errores o le lleve a quedarse anclado en lo que pasó. Además de conocer y asumir ese pasado, puede que sea necesario sacrificarlo todo para seguir adelante y reforzar la propia libertad, como debe hacer Julie en Azul.
En esa lucha entre pasado y futuro que ocasiona una tensión permanente, la muerte se presenta como un alivio. Solo ella nos da la posibilidad de acceder a valores permanentes, a la unión definitiva con las personas amadas fallecidas o a un estado de eternidad de los sentimientos.
El suyo es un cine de preguntas sin respuestas, por no querer atravesar el límite de lo terrenal
Como el juez de Rojo, Kieslowski no se conforma, ante el sinfín de preguntas que el vivir libre suscita, con cualquier respuesta ni con la verdad que se le ofrece en primera instancia, busca encontrar algo que no sea puramente azaroso. El suyo es un cine de preguntas sin respuestas, por no querer atravesar el límite de lo terrenal: el secreto de la felicidad estaría en asumir la fragilidad e inconsistencia de esta, en aceptar el cambio y la imposibilidad de alcanzar el objetivo vital.
La vida es contemplada como un problema con múltiples soluciones donde cada uno debe intentar descubrir la suya a medida que se encuentre con las múltiples encrucijadas que se le presentarán. La protagonista de Azul tiene que conocer la verdadera realidad de su vida y perder el miedo al dolor y al riesgo de equivocarse; el de Blanco necesita superar la alienación que le produce su desigualdad económica y social y en Rojo se nos presenta a un juez que debe salir de la inactividad a la que le ha conducido una experiencia llena de desencanto, y volver a entrar en contacto con el mundo.