Animales nocturnos, la violencia y la elegancia

07/12/2016

Animales Nocturnos, Tom FordSi habéis leído “Tres noches” de Austin Wright (originalmente se titulaba Tony y Susan y se publicó por primera vez en 1993) lo habréis sufrido bastante. Para bien, más o menos, porque, aunque no seáis muy devotos de novelas policiacas o thrillers y los asuntos violentos los miréis con el ceño fruncido, este libro conseguía introducirnos hasta tal punto en la trama – terrible, sí – que nos hacía padecer angustia y claustrofobia, y claro, quedarnos enganchados. Su punto fuerte no era tanto el argumento como la forma en que este era contado, con un ritmo trepidante y mucho talento en la creación de intriga.

Lo cierto es que su lectura invitaba a pensar en una adaptación cinematográfica, y nos ha llegado de la mano de Tom Ford. Como en Un hombre soltero, este diseñador, al que ya podemos considerar cineasta por derecho y escribirlo antes que modisto, ha cuidado al máximo la belleza de la fotografía, la estética de la película, haciendo incluso que llegue a jugar un rol no menor en la narración.

Animales Nocturnos es atractiva por los contrastes, presentes desde la primera secuencia: lo supuestamente feo subido a un pedestal en un entorno minimalista que lo convierte en bello, las consecuencias de la violencia atroz presentadas con juegos cromáticos elegantes hasta componer casi escenas prerrafaelitas, la ética codeándose con la brutalidad, el control frente al instinto.

Muchos de esos contrastes se apuntan ya en la novela y en la película quedan acentuados con los recursos de la visualidad, mientras que otras cuestiones de calado denso quedan quizá más patentes en Tres noches porque en el filme puede ocultarlas, en parte, el refinamiento de Ford: la reflexión sobre la naturaleza de la violencia, como instinto común a todos fruto de la necesidad de poder o como aberración de la que no pretendemos formar nunca parte y la indagación en los misterios del acto de la escritura literaria y cinematográfica: leemos la novela al tiempo que Susan la lee y quedamos subyugados por la historia igual que ella. Podríamos decir que la mirada de Susan es la nuestra, y que a través de ella estamos presentes en la película, o en la novela, si no fuera porque también conocemos sus reacciones desde fuera y porque la galerista desencantada, como ex mujer de Tony, el autor del drama, es arte y parte de este juego complejo.

Además, precisamente por los sentimientos que de ella vamos conociendo, advertimos que la escritura, la invención de historias, nunca es inocente: su transformación de personas en personajes puede tener efectos dolorosos, suponer intromisión, revolver pasados o constituir incluso una venganza.

Otro apartado interesante de Animales Nocturnos, que es solo propio de la película y no de la novela (en la que Susan es profesora de literatura y no galerista), es la crítica despiadada al mundo de apariencias y fingimiento, en lo sentimental, laboral y económico, que domina determinados ambientes. Y de esto Tom Ford puede hablar (y ha hablado) largo y tendido.

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