Es sabido que tras la filmación de cada película subyace una labor, más o menos delicada pero habitualmente inmensa, de preparación y producción material que trasciende lo narrativo e interpretativo y que no suele ser conocida por el público general, pero cuyo estudio ofrece mucha información valiosa a los estudiosos e historiadores que quieren profundizar en los pormenores de la imagen cinematográfica. Nos referimos a los bocetos, dibujos y fotos que permiten a los profesionales previsualizar el contenido de un filme y a los guiones, carteles, esbozos y planes de rodaje que forman parte del ADN de toda película, inexplicable sin estas ideas previas.
Incluso para los menos cafeteros, la contemplación de esos materiales generados en el proceso de gestación de una obra cinematográfica puede, no solo deleitar en sí, sino también favorecer el disfrute de la filmación acabada. Desde ese punto de partida, la Filmoteca Española presenta, hasta el próximo 16 de enero de 2022, la exposición “Álex de la Iglesia. Del cine como una de las bellas artes”, que nos ofrece una inmersión en esos primeros pasos creativos de la producción de un cineasta que, se hace evidente, venera la imagen y el dibujo como medios comunicativos desde que fuera, antes que director, autor de cómics.
El título de la muestra procede, como habréis adivinado muchos, del texto de Thomas De Quincey Del asesinato considerado como una de las bellas artes, en el que este escritor y crítico británico se atrevía, en 1827, a tratar el homicidio como obra creativa; hoy consideramos su ensayo una pieza esencial del humor negro, capaz de poner a prueba la moral de su tiempo (seguramente también del nuestro) y de impactar a fondo en la literatura decadentista. Salvando obvias distancias, algo tiene la filmografía del vasco de su espíritu, de su amor por la ironía, lo fantástico y el absurdo.
Esta exhibición documenta, así, la noción de cine manejada por De la Iglesia como obra de arte total, que recoge y amplia referencias de otras disciplinas, así como su interés por llevar a la gran pantalla las huellas de lo atávico en nuestra cultura reciente. Nos traslada a sus comienzos en el Bilbao de los ochenta, cuando se sumó a una comunidad no identitaria de agitadores culturales que en adelante serían sus cómplices creativos, y repasa, filme a filme, aquel trabajo arduo que prueba que este ámbito, y su cine en particular, no son solo relatos sino también diseños de situaciones y de conceptos. Si desde hace tres décadas se ha mantenido fiel a sus asuntos predilectos (el desorden, lo grotesco, la farsa y la tragedia), también ha hecho lo propio con su voluntad experimental: la de explorar en términos técnicos y visuales sin más límites que los inevitables.
Por la vía del documento o la maqueta, nos presenta la Filmoteca a un creador que retuerce sus historias y a sus protagonistas, evocando a Hergé o a Hitchcock, muy queridos por él, pero sometiendo a esos personajes al imperio del movimiento y de la absoluta aventura, negándoles la posibilidad de la calma (ocurre en El día de la bestia, Crimen ferpecto o Las brujas de Zugarramurdi). Otras veces los traídos a colación son Buñuel o Rod Serling, cuando los desdichados figurines ante la cámara se ven envueltos en situaciones límite (La comunidad, Mi gran noche o El bar).
Las referencias del director hacia nuestro pasado cultural son abundantemente exploradas, por encontrarse estas en constante ampliación: se fija en la cultura erudita y la popular, en la filosofía y el arte, evidentemente en la estética del cómic y también en la historia de la televisión y del cine comercial. Entrelaza sus influencias en juegos formales que se imbrican indisociablemente al “tema” de sus obras, más allá de su rol de fondo; podemos recordar Perdita Durango, Acción mutante o Balada triste de trompeta.
Conviene acordarse de que De la Iglesia también ha llevado en alguna ocasión sus narraciones a los libros: en 1997 escribió Payasos en la lavadora y, en 2014, Recuérdame que te odie, novela en la que un narrador que deliraba (el editor Rubén Ondarra) hablaba así de los dibujos de un ilustrador, Bruno Kossovsky: A Bruno le repugna el blanco. Todo debe estar tamizado de mil detalles y no por ello resulta confuso, sobrecargado o empalagoso. A la luz de la esta exposición es fácil pensar que esa descripción coincide con los rasgos de los dibujos por los que se inclina, aunque fuera Kossovsky un personaje ficticio, y por su propio gusto plástico a la hora de trabajar.
No faltan en la Filmoteca, entre otros objetos, documentos y bocetos, los esbozos de la nave pesquera Virgen del Carmen que veíamos en la citada peli Acción mutante, el storyboard de 800 balas, los diseños conceptuales de Los crímenes de Oxford o la cartelería y parte de la comunicación gráfica de Mirindas asesinas y El día de la bestia. También las reliquias de su reciente serie 30 monedas o las máscaras de la aún más próxima Veneciafrenia, donde deja patente, una vez más, su ímpetu creativo, entre lo barroco, lo lúdico, lo ecléctico y lo violento.