Un año después de donar al Museo Reina Sofía una treintena de sus obras (con el compromiso de, más adelante, hacer lo mismo con el resto de su producción), Eva Lootz, nacida en Austria en 1940 y asentada en España desde su juventud, presenta en la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid una muestra de su obra reciente en la que vuelve a dar cuenta de su interés por las desapariciones, incertidumbres y amenazas que planean sobre nuestras cabezas en relación con el clima, las lenguas, la faz de las ciudades, los oficios tradicionales y todo aquello que un día fue tenido por sólido, en el terreno cósmico y en el pedestre.
Abre la exposición, comisariada por Claudia Rodríguez-Ponga, una cita de Cézanne (Si aún quieres ver algo, date prisa, todo está desapareciendo), que probablemente él formuló desde su deseo de captar atmósferas y luces volátiles, pero que a Lootz le sirve para condensar acertadamente el propósito de este proyecto y del conjunto de su obra: llamar nuestra atención sobre el valor y la fragilidad de los espacios naturales y culturales que dieron y dan forma a las comunidades sociales y sobre la necesidad de apreciarlos y preservarlos cuando aún se está a tiempo.
Se divide la exhibición, en sentido vertical, en dos ámbitos muy diferenciados correspondientes a la planta baja y la alta del edificio de Antonio Palacios; la primera podría interpretarse como el interior de un barco (en cualquier caso, como un espacio subterráneo y oscuro, cueva, mina o mausoleo) y la segunda, como su cubierta, ya bajo las condiciones de iluminación habituales. Al iniciar nuestro recorrido contemplaremos, gracias al empleo de luz ultravioleta común a todo este área, que permite ver más allá de lo que el ojo puede, fresqueras que contienen los nombres de individuos latinoamericanos que fueron asesinados por defender sus tierras o sus poblaciones frente a empresas multinacionales que explotaban los entornos donde estas residían; Lootz quiere rendirles homenaje.
En el espacio central, diversas piezas instalativas remiten a su tratamiento del concepto de resonancia, estrechamente vinculado a la luz, lo más ingrávido y leve de la Tierra en palabras de la artista, y a su carácter ondulatorio (es inevitable recordar en este punto la máxima de Goethe de que el color es luz turbulenta). En física se define ese fenómeno, el de la resonancia, como la oscilación donde las frecuencias actúan unas sobre otras y se autorrefuerzan; en otras palabras, como el incremento de amplitud que ocurre cuando la frecuencia de una fuerza periódicamente aplicada es igual o cercana a la frecuencia natural del sistema en el que actúa. Fundamental en los campos de la mecánica, la acústica o la electrónica, esta autora ha buscado trasladarla a terrenos no necesariamente científicos, aquellos vinculados con los registros sutiles o invisibles de la experiencia.
Cuenta Lootz que si el arte llega a ser más que un valor financiero, algo diferente a un artículo de la industria del lujo, es porque es capaz de resonar dentro de lo que voy a llamar un nicho; y esta resonancia tiene un inaudito poder de transmisión. Llega hasta lo más íntimo de la persona. Este nicho puede ser la pasión de quien dirige un museo, la energía constante de un/a artista, la empatía que existe entre los miembros del equipo de rodaje de una película, el espectador que sabe lo que está en juego o el hambre de música del público de un concierto. Trascendería, por tanto, esa capacidad de resonancia el poder evocador de una obra de arte, tendría más que ver con su potencial perturbador y transformador, que exige necesariamente, en quien la contempla pero también en quien la realiza, una posición de receptividad, más relevante aún en este proceso que el conocimiento. Esa receptividad tiene mucho de misterio, pero igualmente de certeza: la austriaca la concibe como una especie de intuición plena por la cual captamos algo que no sabemos y que, sin embargo, por adelantado, ya sabemos.
Bajo la citada luz ultravioleta, que desvela caras y matices de los materiales imposibles de atisbar bajo cualquier otra forma de iluminación, contemplaremos una pequeña montaña de cúrcuma, colorante de origen indio que, en su bella simplicidad, ofrece posibilidades gastronómicas, cosméticas y medicinales, y una más elevada pirámide de minerales que proyectan todos los colores. Al sumir en la oscuridad esta planta baja de Alcalá 31 Lootz ha buscado, asimismo, subrayar que el ojo es capaz de adaptarse a muy diferentes condiciones de luz: que en este, y en otros muchos ámbitos de forma metafórica, es posible adecuar nuestra mirada a circunstancias nuevas.
Si el arte llega a ser más que un valor financiero, algo diferente a un artículo de la industria del lujo, es porque es capaz de resonar dentro de lo que voy a llamar un nicho; y esta resonancia tiene un inaudito poder de transmisión. Llega hasta lo más íntimo de la persona.
Saldrán a nuestro encuentro, igualmente, dos columnas elaboradas con sangre en polvo, una instalación realizada con polvo de huesos, madera y tela y columnas parlantes (las reconoceremos por sus orejas) en las que, al acercarnos, escucharemos la voz de la artista recordándonos la necesidad de apreciar lo cercano y valorar el tiempo de vida, que siempre es corto aunque llegues a vieja. Sus mensajes tienen algo de bálsamo contra la depresión y se derivan de su creencia en que todo lo vivo contiene un potencial de positividad inagotable y corresponde a nosotros decidir qué hacemos con él.
En su acercamiento a estos temas, trascendentales, conjuga Lootz el lirismo con una cierta perspectiva física: se ha interesado por los últimos estudios sobre estados alternativos de la materia y recomienda a cualquier curioso la lectura del libro La nueva alianza: Metamorfosis de la ciencia, de Ilya Prigogine e Isabelle Stengers.
La planta primera de este centro madrileño la ocupan al completo, por su parte, piezas correspondientes a su serie Dibujos que piensan, que llevó a cabo durante el confinamiento. Desde la sencillez y la expresividad volcó en ellos preocupaciones constantes e intereses nuevos derivados de esa situación de pandemia o de la preparación de la exposición que, en el mismo año 2020, presentó en el Museo Patio Herreriano y en el Colegio de San Gregorio de Valladolid. Pone en estas obras nombre a algunas de las lenguas desaparecidas en América Latina (considera el fin de todo idioma un trauma, por constituir cada uno un cofre de tesoros), recuerda a poetas aztecas o mapuches, a héroes de la revolución negra de Haiti…, pero también tienen estas composiciones, expuestas aquí como teselas de distintos mosaicos, mucho de diario, y a veces incorporan nombres de amigos, alusiones a libros leídos, improvisaciones, pegatinas de frutas…
Además de partir de múltiples referencias de la historia de Hispanoamérica, volcó en estas imágenes su querencia por los métodos de Aby Warburg, que leyó la historia del arte, no desde un enfoque lineal, sino atendiendo a gestos comunes y al factor emocional, tratando de superar su división rígida en etapas cerradas y de deconstruir una férrea herencia de comprensión de los fenómenos culturales y humanos basada en el dualismo, contra la que Lootz también ha querido luchar; nos referimos a esas fracturas canónicas entre naturaleza y cultura, cuerpo y mente, que proclamó Descartes. En su caso, los nudos, y las constelaciones de ellos, constituyen para ella una herramienta que desafía linealidades; también remiten a la noción de hilo como materialización histórica de las narraciones y a la importancia de ese motivo, el nudo, en la cultura inca.
Algunas citas en estos dibujos merecen una lectura detenida: Todo dibujo muestra algo que no se ve; No hay nada fuera de texto, dice Derrida… Es decir, todo puede ser de otra manera…; Son los pies los que leen el libro del mundo; Un buen artista hoy encuentra estrategias frente a la visibilidad obscena; No por hacer miniaturas vuelve la Edad Media; La belleza es el efecto de la ingenuidad del espectador que se resiste a abandonar la creencia en los Reyes Magos; y nuestra preferida, asumiendo autocríticas: El mundo del arte es lo que impide que el arte haga mundo. Otro lema más cierra el recorrido, regresando a las inquietudes ecologistas de la autora: Agua es el nombre futuro de la sed.
Eva Lootz. “Si aún quieres ver algo…”
c/ Alcalá, 31
Madrid
Del 8 de mayo al 21 de julio de 2024
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