Tras recibir, el año pasado, el Premio Tomás Francisco Prieto, concedido por la Real Casa de la Moneda, Esther Ferrer ha presentado en esta institución una muestra antológica que repasa sus creaciones desde los setenta, esquivando la articulación cronológica para proponer contactos, relaciones internas, entre sus series de diferentes etapas.
La retrospectiva lleva por título “Pliegue y proceso”, ha sido comisariada por Beatriz Martínez Hijazo y permitirá revisar los conceptos y dualidades vitales presentes en la producción de Ferrer (espacio y tiempo, rigor y absurdo, accidente y azar, geometría y poema, palabra y acción o silencio y vacío) y también su continua puesta en cuestión del objeto artístico en su materialidad. Miembro de Zaj en su momento, y admiradora de Duchamp y Cage, esta artista vasca ha basado sus prácticas en la generación de procesos relacionales y seriados en los que ha dado cabida tanto a la repetición como a la diferencia, tanto a la estructura como al azar.
El recorrido de la exhibición madrileña analiza justamente esos procesos, planteados desde la continuidad y de hecho, en bastantes ejemplos, aún inacabados. Más relevantes que las obras terminadas, han quedado plasmados en maquetas, bocetos, partituras y documentos, y en Ferrer son relevantes siempre, pero muy especialmente en el caso de sus performances, en las que cuerpo y acción son extensiones de sus proyectos plásticos.

Algunas de las piezas en la muestra son inéditas y tres instalaciones han sido concebidas específicamente para la ocasión: en la entrada, un suelo de vinilo, basado en su Poema de los números primos, que recuerda la tendencia de Ferrer a ir más allá de los soportes tradicionales; Perfiles, que pudo verse en su primera exposición individual en España, en la Fundación Joan Miró en 1984; y La otra caída, elaborada con monedas para la exhibición “Fuera de formato” (1983), perdida tras ella y recreada aquí por primera vez.
La primera remite, además, a los inicios de la andadura de Ferrer, cuando quiso intentar consolidar un sistema que la alejase de su propia subjetividad y lo hizo basándose en los experimentos de OuLiPo o en la sucesión de Fibonacci empleada por Mario Merz; en sus Proyectos espaciales, que debemos entender desde el rigor matemático, utilizó la secuencia de números primos para organizar el espacio y el tiempo.
Desde entonces y en adelante sus inquietudes se materializaron en intervenciones efímeras, ensayos en papel vegetal, lienzos y obras a gran escala, estructuradas a partir de matrices compositivas: veremos las de La espiral de Ulam, en la que los números dispuestos de forma helicoidal revelan alineamientos diagonales; Las lagunas, que nos enseñan cómo los espacios entre números se dilatan; La criba de Eratóstenes, punto de partida de su instalación en el Museo Reina Sofía en 2017; y Los números primos de Sophie Germain, un homenaje a esa matemática francesa. En estos proyectos, un elemento mínimo se repite en trabajos de muy distintos formatos, desde pequeñas maquetas hasta intervenciones en espacios públicos. En unas y otras propuestas convergen la materia y el vacío.
Otra noción fundamental en su obra es lo infinito, que ella concibe como espacio sin tiempo y que centra una de sus instalaciones más complejas, Pi, en torno a la expansión sin fin de los decimales de un número. Consta de una veintena de cuadros en los que cada cifra se asocia a una tonalidad, relacionándose la rigurosidad del sistema matemático con el muy libre color.
El ritmo al que da lugar la sucesión de franjas tonales conduce el espectador hacia una proyección que parece sobrepasar el límite de estas obras: si las retículas estructuran los primeros seis mil decimales, en la pantalla se calcularán todos los demás mientras permanezca abierta la exposición. Se completa este trabajo con extractos de audio en los que varias personas contestan a la pregunta: ¿Qué es para ti el infinito? Como en los anteriores Poemas de los números primos, en Pi el recurso a la repetición y la variación se acompaña, así, de un ejercicio de investigación en el mismo proceso y en nuestra concepción del espacio y el tiempo. Esa es en parte la razón de que converjan en estos proyectos el orden y el ethos.
En cuanto a sus proyectos espaciales, veremos en la Casa de la Moneda instrucciones de la performance Un espacio es para atravesarlo, inspirada en una de sus primeras acciones, en la que Ferrer invitaba al público a recorrer un escenario marcado por sonidos y huellas, visibles o no. Esas indicaciones se completan con esbozos de los posibles resultados: líneas intermitentes que, al repetirse, hacen o deshacen los límites del escenario escogido.
Estas indagaciones en el espacio están presentes en la carrera de Ferrer, igualmente, desde sus inicios. Mediante medios o materiales muy simples, como un trazo o cordeles de algodón en una caja, generaba enclaves desde los que ahondar en las posibilidades de la geometría y de la fusión de los planos físico y mental. Algunos de esos diseños dieron lugar a acciones e instalaciones, del mismo modo que, otras veces, redujo instalaciones y acciones a maquetas: Recorrer un cuadrado de todas las formas posibles, por ejemplo, comenzó como boceto, continuó como maqueta y acabó haciéndose partitura de una de sus acciones más célebres. Otros trabajos no fueron ni realizados ni realizables, y algunos más no se conservan por su fragilidad o carácter efímero; unos y otros constituyen indicios de los lazos constantes entre acción y objeto cuando es el proceso el que se identifica con la obra, en último término y en el primero. Su manejo de lo efímero se ha articulado también en gestos y elementos cotidianos, evanescentes frente a la durabilidad de las formas convencionales del arte y próximos al espíritu de Fluxus.
La serie Pavés la llevó a cabo tras las revueltas de mayo del 68, despojando al adoquín del simbolismo que entonces había adquirido y convirtiéndolo en emblema de lo absurdo, y en Malarmado revisado una tirada de dados evoca la caída de un adoquín sobre el suelo sonoro de un escenario. Si cada objeto puede expresar las relaciones performativas que entabla con el cuerpo, el mismo cuerpo también se hace objeto en las creaciones de Ferrer, siendo instrumento o soporte e, igualmente, reflejo del modo en que su época lo trata.
Bárbara Hang y Agustina Muñoz han explicado que son características de la performance la repetición y la desaparición; la primera está supeditada al azar y depende, además, del tiempo: nunca se da completamente, y tampoco la desaparición de nada puede hoy ser completa. La dificultad de esa definición se pone de manifiesto en su obra ¿Qué es una performance?, que ha vertebrado aquí un espacio propio en el que se nos propone leer el conjunto de sus creaciones a la luz de esta disciplina.
El Premio Tomás Francisco Prieto 2025, por su parte, ha recaído en la brasileña Regina Silveira, autora ligada al minimalismo que destaca por su empleo de luces y sombras y del vacío; también por su compromiso político.
Dotado con 20.000 euros, el galardón apareja el compromiso de diseñar una medalla acuñada por la Real Fábrica de Moneda y Timbre, además de la organización de estas exposiciones. Su jurado ha estado formado por Isabel Valldecabres Ortiz, presidenta directora-general esta institución; Javier Blas Benito, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando/Calcografía Nacional; Guillermo Navarro Oltra, de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Castilla la Mancha; Yolanda Romero Gómez, conservadora de la Colección del Banco de España; y Candela Álvarez Soldevilla, mecenas y coleccionista, Medalla de Oro de las Bellas Artes.

“Esther Ferrer. Pliegue y proceso”
C/ Doctor Esquerdo, 36
Madrid
Del 16 de diciembre de 2025 al 12 de abril de 2026
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