La que hoy es residencia oficial de los visitantes extranjeros ilustres a Italia fue villa de recreo y recogimiento del cardenal Giulio de Médicis (Clemente VII como Pontífice), primo del Papa León X. Se le encargó a Rafael hacia 1517 y se sitúa en la ladera del Monte Mario, a las afueras de Roma, un enclave donde aparecieron un buen número de antigüedades; su nombre, Madama, alude a Margarita de Austria, su segunda propietaria, que adquirió esta construcción al casarse con Alejandro de Médicis.
Sanzio se valió de numerosos discípulos para ejecutar su propuesta y, tras su muerte, en la década de 1520, se ocupó de los trabajos Antonio da Sangallo; en realidad, las propuestas originales del autor de La escuela de Atenas (que concibió el continente, el programa decorativo y los jardines) se materializaron solo parcialmente.
Se intentó responder a las necesidades específicas de Giulio de Médicis, más que pretenderse el desarrollo de una tipología concreta, tratando de generar entornos de un ambiente cortesano cada vez más elitista; en Villa Madama se ponen de manifiesto las limitaciones del clasicismo y la excentricidad comienza a convertirse en norma, carácter que sería base de la arquitectura posterior.
El emplazamiento es escarpado y sus desniveles supusieron una limitación que condicionó la ejecución ágil de las obras: fue necesaria la contención de tierras, poner los cimientos y soportes oportunos, cuidar el abastecimiento de aguas…, pero ese enclave terminó confiriendo a la villa un especial atractivo y también una atmósfera escenográfica, teatral.
Los proyectos de Rafael están ligados a Bramante, en cuanto a su búsqueda de proporción y simetría, pero incorpora novedades. Asume la Antigüedad como modelo a seguir, pero la interpreta sin la ortodoxia de aquel: desde un sentido más decorativo, pictórico y colorista, adaptándose a la vida cortesana propia de la época, volcada en el placer y el ocio.
Los programas decorativos están orientados a las distintas manieras que se desarrollan en la segunda mitad del siglo XVI; utiliza referencias literarias, pero también parte de los modelos de la Villa Adriana y los vestigios clásicos entonces recuperados: ya no tenía que recurrir al Quattrocento toscano. Hay que recordar, además, que Roma puso las bases de su tradición para conseguir la renovatio urbis que los mecenas se habían impuesto y que, desde 1514, Rafael fue superintendente de las ruinas romanas, controlando los nuevos hallazgos.
Se cumple en Villa Madama la comunión arquitectura-naturaleza: ensalzaba el artista las particularidades del terreno, la bella vista hacia el valle del Tíber… explotando al máximo ese emplazamiento privilegiado de clima placentero sin restar grandiosidad y monumentalidad a la arquitectura. Tuvo en mente Rafael la obra de Bramante en San Pedro del Vaticano y elaboró una propuesta ambiciosa cuyo núcleo principal era un patio circular, elemento organizador del resto de las estancias; se trata de un cortile: un escenario abierto y lúdico que remite a Villa Adriana.
La estancia principal da a la fachada, que se divisa llegando al lugar desde Roma y que da entrada al primer patio, pues se trata de una construcción con desarrollo longitudinal, en una secuencia de estancias abiertas, loggias y cortiles. En la parte superior aparece un teatro, aprovechando los desniveles del terreno al modo antiguo, desde cierto rigor arqueologicista.
El cortile circular, por su parte, da acceso a una nueva loggia, como la de Psyche en La Farnesina, que sirve de acceso al entorno natural del jardín, y en alto y en secuencia de escalones. Da paso a una plataforma con parterres perfectamente organizada que sirve como mirador sobre el entorno natural; se llamó sixtus, denominación que dio Vitrubio a ese tipo de jardines que aprovechan los desniveles del terreno. Priman la simetría y el equilibrio.
Se dispuso asimismo una piscina o estanque para la crianza de truchas y la práctica de la pesca, que se realizaba bajo soportales aprovechando el desnivel del terreno. En ella se refleja la arquitectura, y se articuló un criptopórtico bajo el sixtus para cubrir a los pescadores del sol. Se recuperó asimismo la presencia de un hipódromo (presente en las construcciones de la Antigüedad, como criptopórtico y estanque). Cierran el último nivel escuderías y establos, planteados ya por Peruzzi con carácter monumental.
Hablábamos de la fachada principal: es cóncava. Las ventanas termales y el uso del ladrillo aluden a la arquitectura romana antigua y en el interior no hay estancias destinadas a dormitorios, solo espacios de recreación y de juego, más que de permanencia, ni siquiera temporal.
El pórtico de una de las loggias está adornado con estucos, bajorrelieves, grutescos… conformando un espacio que evoca el de los magnos interiores romanos. Las escenas mitológicas son el principal argumento de la decoración y se relacionan con el carácter lúdico del edificio, pero están cimentadas sobre bases éticas y presentan contenidos moralizantes.
La entrada al jardín privado se realiza a través de gigantes, esculpidos por Bandinelli: forman un espacio secreto, íntimo y recogido, pero son visibles desde el jardín principal y de fácil acceso. Recuperan el espíritu de las grutas de la Antigüedad, que aludían a la idea de naturaleza salvaje, vergel o paraíso. Están presentes en esos jardines laberintos y fuentes, una de ellas dedicada a un elefante, animal con nombre y personalidad, regalo del sultán de Ceilán a León X.