Hay quien considera a Umberto Boccioni (1882-1916) el artista más capacitado y versátil entre los ligados al futurismo: fue pintor y escultor y, además, escribió textos agudos. Su formación más temprana fue divisionista y, en realidad, nunca quedó en él relegada frente a las enseñanzas del cubismo, como se percibe en su atención a las emociones derivadas de la creación artística.
Su producción, aunque no numerosa dada su muerte temprana, sí contó con un trasfondo épico, un aliento romántico que se hace en él más patente que en otros autores futuristas; lo comprobamos en La construcción de la ciudad (1910-1911), imagen en la que la técnica divisionista de las líneas discontinuas de color se ha aplicado a una temática que subraya la fuerza y el dinamismo de la sociedad industrial, en pleno desarrollo en aquellos años diez. Se trata de una composición monumental, de tres por dos metros, que en un principio pretendía ser un canto a ese movimiento vertiginoso del mundo moderno, en un bucle de movimiento imparable.
Los caballos y los obreros que aquí vemos podemos entenderlos como metáforas de fuerzas abstractas, con las que también se relacionan las pinceladas, que siguen las curvas y las diagonales del dibujo, y el conjunto de la obra está plagado de irisaciones.
Poco después de finalizar este trabajo, en los últimos compases de 1911, Boccioni visitó, junto a Carlo Carrá, París, y su estancia allí les llevó a adoptar muy pronto el lenguaje cubista. Boccioni había pintado poco antes tres trabajos, en estilo ligeramente divisionista, con el título genérico de Estados de ánimo: los adioses (con pinceladas onduladas, sugiriendo emociones melancólicas) y no tardó en desarrollar una réplica, esta vez desde un vocabulario cercano a la geometría.
Estos ejemplos dejan claro que el terreno ideológico del futurismo no tenía que traducirse necesariamente en un repertorio formal concreto: Boccioni (también Luigi Russolo, el inventor del aparato Intonarrumore, destinado a ofrecer conciertos de ruidos) encontró en esa multiplicidad de planos cubista una oportunidad para la representación visual de sensaciones sinestésicas e incluso de las ondas sonoras.
La vertiente más celebrada de la trayectoria de Boccioni fue, en todo caso, la escultórica. Con su Manifiesto técnico de la escultura futurista (1912) puso las bases de una nueva estética que rechazaba los procedimientos y monumentos de la tradición. Escribió, por ejemplo, que hasta veinte materiales distintos pueden concurrir en una sola obra para obtener una emoción plástica. Y citaba algunos: cristal, madera, cartón, hierro, cemento, crines, cuero, tela, espejos, luz eléctrica.
No es aventurado pensar que en sus trabajos tridimensionales partió de bases parecidas a las de Picasso en su Cabeza de Fernande (1909), pero incorporó a ellas su interés por el movimiento y el espacio ambiental en el que se desenvuelven las piezas. Desde esas premisas tenemos que entender también propuestas como Desarrollo de una botella en el espacio o Formas únicas de continuidad en el espacio, obras en las que la solidez del volumen y el aire envolvente parecen intercambiar lugares, favoreciendo su dinámica integración.
Al hilo de este último proyecto, datado en 1913, hay que recordar la cita de Marinetti en el manifiesto fundacional del futurismo; la de que un automóvil a toda velocidad era más hermoso que la Victoria de Samotracia; una declaración, de nuevo, contraria a la tradición académica y reverenciada, que sedujo a los seguidores del poeta. ¿Y si Formas únicas de continuidad… fuera un trasunto de esa escultura helenística?
El rostro ha desaparecido en sentido estricto, sustituyéndose por un conjunto de volúmenes cóncavos y convexos; el sexo de la figura, de haberlo, se nos escapa, pero la carencia de brazos (nota, por otro lado, común a las Venus grecorromanas conservadas) incide en esa idea de que Boccioni podría haber reproducido plásticamente la afirmación sobre Samotracia. El cuerpo, las ropas que podrían ocultarlo y el aire circundante parecen aquí fusionarse: encontramos planos que se interpenetran y elementos puntiagudos que sobresalen arbitrariamente, sugiriendo la teórica fuerza del movimiento, imposible de contener.
Este trabajo se elaboró en principio con materiales tradicionales (modelo de yeso y barro) y no fue hasta muchos años después del fallecimiento de Boccioni que se fundió en bronce; el dato no es menor: el artista no conoció su actual versión, no buscó imitar los montajes escultóricos radicales del cubismo sintético. Más bien subordinó su lenguaje a los intereses futuristas, como apuntaba en su Manifiesto: Una composición escultórica futurista tendrá en sí misma los maravillosos elementos matemáticos y geométricos que componen los objetos de nuestro tiempo. Y estos objetos (…) estarán encajados en las líneas musculares de un cuerpo (…). La línea de la mesa podrá cortar la cabeza de quien lee, y el libro seccionar con su abanico de páginas el estómago del lector.
BIBLIOGRAFÍA
Umberto Boccioni. Estética y arte futuristas. Acantilado, 2004
Historia del Arte. El mundo contemporáneo. Alianza Editorial, 2010