Un inglés galante con chistera y bastón coquetea con dos mujeres en el Moulin Rouge; su postura y su ropa, formales, contrastan con los adornos sugeridos en ellas (collar negro, escote en la espalda). Las adivinamos prostitutas, por el gesto de la escogida y el mechón en la frente de la que escucha su conversación, pero también por la posición acechante del individuo trajeado, sus orejas rojas, su mano sin alianza. De este mismo tema, Toulouse-Lautrec llevó a cabo una litografía en blanco y negro, estilizada y menos vivaz, planteada a partir de unos pocos contornos oscuros.
Fascinado por la vida nocturna de Montmartre, el artista se mudó en 1884 a este barrio de París que le proporcionaba sus temas: frente a las pretensiones de su familia acomodada, buscaba pintar lo común y vulgar, por eso se ha hablado de la composición anterior, El inglés en el Moulin Rouge (1892), como de un autorretrato indirecto; en todo caso, sabía el pintor la lascivia que podía esconderse bajo la fachada caballeresca de un hombre de mundo. Él, bajito y poco atractivo físicamente, podía mirar desde fuera estas escenas sabiéndose no observado por quienes disfrutaban de su juventud, su belleza o dinero y probablemente frecuentase los locales del distrito XVIII para distraerse y no concentrarse en sus propias circunstancias.
Mientras escogió como asunto central de su obra la vida en los cabarets, cada noche buscaba nuevos estímulos al menos pictóricos en estos lugares, donde estudiaba a hombres mostrando su naturaleza en el delirio del baile o el alcohol o a mujeres hermosas bajo el brillo de las luces y colores de un mundo artificial en el que él intuía una capa de honestidad por su ausencia de tapujos y frenos. Lo que anhelaba lo hallaba sobre todo en los cabarets más periféricos, los que para otros pintores como él resultaban escandalosos en exceso, y en las composiciones que les dedicó es posible dar con una capacidad de análisis que ha llegado a compararse a las de las novelas realistas de Zola.
El citado Moulin Rouge y sus estrellas sirvieron a Toulouse, en el principio de la década de 1890, como fuente inagotable de inspiración. En La Goulue en el Moulin Rouge (1892), en las colecciones del MoMA de Nueva York, vemos a la bailarina con un vestido muy escotado, junto a dos acompañantes bruscamente cortadas por los bordes de la imagen. Ambas sirven, en realidad, solo como telón de fondo para realzar la entrada en el local de la figura central; un hombre poco agraciado cruza el lugar por detrás, lo que da profundidad a la composición, al igual que las lámparas que se reflejan en el espejo.
Otro momento tan destacado como aquel lo apreciamos en En el Moulin Rouge: comienzo de la cuadrilla, pintura también fechada en 1892. Una bailarina, quizá la propia Goulue, se prepara para su actuación levantándose la falda y abriendo sus pies, mientras en primer plano una pareja, posiblemente recién llegada, parece buscar asiento. La posición de los brazos y las piernas de la bailarina indica el comienzo del trabajo de su cuadrilla, puede que también, con cierta naturalidad, disgusto por un retraso. Toulouse-Lautrec ha sabido aquí captar, con una sencillez al alcance de pocos, un momento equívoco en un salón de tonos naranjas y verdes en el que observadores menos avezados no habrían reparado. Lleva a su tela lo irrepetible y fugaz, aquello que poco después sería capturado por cámaras, a cuyos enfoques parece por momentos anticiparse.
En el Moulin Rouge, de gran formato, nos ofrece otro aspecto del mismo cabaret y es una de sus piezas más detalladas. Al pie de una barandilla que atraviesa en diagonal la parte inferior izquierda, están sentados y conversando dos mujeres y tres hombres, todos ellos conocidos suyos; y en el primer plano a la derecha, refulgiendo de luz, apreciamos el rostro de una mujer vestida de negro; podría tratarse de Jane Avril. Las sombras verdes de la parte superior hacen de su rostro casi una máscara. Además, mientras La Goulue se arregla el pelo frente a un espejo con una acompañante, atraviesan el salón detrás de ellas el mismo Toulouse y su primo y amigo Gabriel Tapié de Céleyran.
Sabemos que al artista le gustaba mucho frecuentar con él este tipo de establecimientos y despertar risas por su gran diferencia física. En realidad, si nos fijamos en la perspectiva desde la que se pintó Lautrec junto a Tapié detectaremos que nunca pudo haberse contemplado desde ese ángulo, pero a él le gustaba imaginar cómo lo veían los otros (y también mostrarse en sus composiciones desde una ironía casi despiadada, y como observador o personaje de tercera que pasa por estos enclaves de lo trivial y lo elegante).
Este local, que imita en su exterior los molinos de viento verdaderos que en su momento hubo en Montmartre (el propio edificio fue uno), se convirtió pronto en el preferido de muchos, de una fauna muy particular. Parece que La Goulue (la glotona) debía su sobrenombre a la costumbre de beber de los vasos de sus invitados; otras bailarinas recibían aún apodos más burdos, como La Torpille (la torpedo), Grille d´égout (la reja de alcantarilla), Nana la sauterelle (Nana la saltamontes), Georgette la vadrouille (Georgette la juerguista) o Rayon d´or (rayo de oro). Jane Avril, más distinguida, bailó con la cuadrilla del Moulin hasta que ideó su propio programa, y además de coreografías y danza, elaboraba su vestuario.
Lautrec quiso mucho a esta última y viceversa: le dedicó carteles y pinturas antes y después de su desempeño en el Moulin Rouge. En una de esas obras la presenta en un estrecho formato vertical, recogiendo sobre una pierna su vestido blanco y haciendo girar la otra en el aire. Se nota muy claramente en esta composición el traslado del punto de fuga del centro a un lado, una innovación tomada del arte japonés (en otras piezas, Toulouse reúne, incluso, dos perspectivas diferentes).
En el ya citado año de 1892 se datan también dos obras que le brindó de forma privada: una en la que se la ve con abrigo, sombrero y guantes saliendo de su trabajo, introvertida y menuda; y otra en la que se sumerge en sus pensamientos al salir del Moulin Rouge. Viste de oscuro y se aleja del bullicio: expone aquí el artista la distancia posible entre el individuo y su atmósfera circundante, a la par que mostraba su sensibilidad hacia alguien con quien, en teoría, poco le unía. Es sabido que conseguía retratos extraordinarios cuando conocía a sus modelos y compartían una amistad.
Es poco dudoso que este autor sufriese bastante a causa de su apariencia física y que desarrollase su ironía como método de defensa. Fotografías y retratos hechos por sus amigos demuestran que no era la persona tan difícil de mirar que él captaba en sus caricaturas, con las que quizá se adelantase a comentarios hirientes. Puede que su interés por máscaras y disfraces tuviese que ver con el deseo de ofrecer otra imagen o con su admiración por lo que era inalcanzable para él: la agilidad, la belleza, la estética. Porque estaba excluido de tantas cosas, podía contemplarlas mejor.
BIBLIOGRAFÍA
Matthias Arnold. Toulouse-Lautrec. Taschen, 2023
Toulouse-Lautrec y el espíritu de Montmartre. Obra Social “la Caixa”, 2018