El rebobinador

Raoul Dufy, la opción hedonista en todas las vanguardias

Vital, muy encendida cromáticamente y también más compleja de lo que podría parecer si la contemplamos rápido. Así es la pintura de Raoul Dufy, artista nacido en 1877 en Le Havre y fallecido en 1953 en Forcalquier que se aproximó a los principales movimientos de vanguardia (impresionismo, fauvismo y cubismo), pero haciendo del hedonismo su sello personal -ya en 1920 críticos e historiadores escribían que su producción parecía nacida del signo del placer-.

Su primera etapa estuvo marcada por las alegres escenas de mercados y muelles realizadas en Normandía, Marsella o Martigues, pero Dufy no tardó en dejar a un lado esa temática y apropiarse de una paleta más clara y de trazos más sueltos a la hora de llevar a sus lienzos escenas de ocio diurnas.

Sus comienzos, como apuntamos, estuvieron inevitablemente vinculados al impresionismo, pero pronto entendió la necesidad de superarlo ante la evidente imposibilidad de captar fielmente los cambios lumínicos; como otros artistas herederos del movimiento encabezado por Manet, pretendía algo más que la pura satisfacción visual.

En ese mismo periodo, en 1905, le impactaron las creaciones de Matisse, en sus palabras, “el milagro de la imaginación introducida en el dibujo y el color”. Y un año más tarde se apropiaría del lenguaje fauvista a la hora de pintar la playa de Sainte-Adresse o las calles de Le Havre el 14 de julio en lienzos en los que ya no apreciamos pinceladas vibrantes, sino amplias zonas de color más intenso. Abandonó, igualmente, las sombras negras y las sustituyó por tonos malvas y azules; en suma, dejó de lado la reproducción de lo real en favor de una interpretación lírica.

Raoul Dufy. El puerto de El Havre, 1906. Art Gallery of Ontario
Raoul Dufy. El puerto de El Havre, 1906. Art Gallery of Ontario
Raoul Dufy. Vista de París desde Montmartre, 1902. Musée des Beaux-Arts, Reims
Raoul Dufy. Vista de París desde Montmartre, 1902. Musée des Beaux-Arts, Reims

En el frenesí vanguardista de comienzos del siglo pasado, sólo pasaría otro año más hasta que, en 1907, Dufy se dejase impresionar por las obras de Cézanne que antecederían el cubismo, expuestas en el Salón de Otoño y la Galería Bernheim-Jeune de París. La huella del pintor de la montaña Santa Victoria se hace evidente en las formas simplificadas y las líneas ortogonales de trabajos como Barcos y barcas, Martigues, de colorido más austero.

Pero Dufy escaparía, otra vez, del cubismo para continuar en sus ensayos de un lenguaje propio determinado por sus estudios del color; en este sentido resulta muy significativa su pieza de gran formato La gran bañista, de 1914. Por sus dimensiones contrasta con los dibujos preparatorios y grabados que llevó a cabo para ilustrar el Bestiario o Cortejo de Orfeo de Apollinaire, puede que el primer gran ejemplo de libro de artista. Conjugó en él elementos religiosos y paganos y se inspiró en obras medievales y renacentistas a la hora de ilustrar los profundos significados de la obra del poeta francés.

Raoul Dufy. Botes en Martigues, 1908. Courtauld Institute of Art, Londres
Raoul Dufy. Botes en Martigues, 1908. Courtauld Institute of Art, Londres
Raoul Dufy. La gran bañista, 1914. Colección GDF SUEZ,
Raoul Dufy. La gran bañista, 1914. Colección GDF SUEZ,

Aquellos trabajos supusieron para el artista el punto de arranque en el diseño de una serie de tejidos por encargo de la empresa Bianchini-Férier, ya entre 1912 y 1928. Ese soporte le proporcionó un excelente campo de experimentación con el color y con la representación de plantas y animales puramente ornamentales, independientes de su anterior estética constructiva. Coincidiendo con aquel interés por los textiles, comenzó a desarrollar igualmente cerámicas, en colaboración con el español Llorens Artigas, decoradas con conchas, animales o bañistas.

La I Guerra Mundial supuso para él otro punto de inflexión, tanto vital como creativo, al igual que para muchos creadores del momento. Tras la contienda empezó a visitar frecuentemente el sur de Francia para representar la serena naturaleza de la Provenza en composiciones muy equilibradas, de formas esculturales y una viva luz mediterránea. Para conseguir sintetizar la plasmación del espectáculo que le brindaba la naturaleza y su propio disfrute del acto de pintar al aire libre, sin dejar por eso de lado la labor reflexiva en su estudio, sometió a sus paisajes a una ordenación en bandas cromáticas en las que las luces y las sombras se organizaban en base a la luz que emanaba de los propios colores.

Los tonos de objetos y figuras ganaron independencia respecto a sus contornos, en una marcada dualidad entre exterior e interior claramente apreciable en obras como Ventana abierta, Niza (1928) o la más tardía El estudio del Impasse Guelma (1935-1952).

Y el tiempo también se dejó ver en su obra de madurez: para Dufy, la pintura no debe representar solamente lo visible, sino también tradiciones, recuerdos o vivencias asociadas a un lugar, de ahí que en sus representaciones del mundo moderno incorporara alusiones alegóricas, mitológicas…

También en sus últimos años dedicó series, de atmósfera más intimista, a la música (que constituiría su consuelo y medio expresivo en años de enfermedad) y a sus estudios de trabajo, y dio mayor importancia al negro, con un sentido introspectivo y también como color de deslumbramiento, atendiendo a la máxima de La Rochefoucauld de que “al sol y a la muerte no se los puede mirar de frente”.

Raoul Dufy, Villerville, 1935
Raoul Dufy, Villerville, 1935

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Dufy. Fundación Colección-Thyssen Bornemisza, 2015

 

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