Quentin Massys, que nació seguramente en Lovaina en 1466 y murió en Amberes en 1530, está considerado uno de los mejores pintores flamencos del siglo XVI. Se cree que se formó siguiendo la estela de Dirk Bouts, ligado al primer Renacimiento en aquel mismo contexto, pero de su juventud tenemos pocos datos: se atribuyen a esa etapa algunas composiciones dedicadas a la Virgen.
Sí sabemos que a principios de la década de 1490 formaba parte del Gremio de San Lucas de Amberes, y existe división de opiniones sobre si nunca abandonó esta ciudad o si, a tenor de su pintura, pudo realizar algún viaje a Italia o Francia. Contó, además, con taller propio y entre sus discípulos se encontraron dos de sus hijos: Cornelys y Jan.
Junto al Tríptico de Santa Ana, uno de sus primeros retablos, en el que se aprecia la fusión en su trabajo del lenguaje de los primitivos flamencos y el del Renacimiento italiano, es el Tríptico de las lamentaciones de Cristo (1511) que le encargó el gremio de carpinteros de Amberes para su capilla en la Catedral de esta ciudad belga. Con el fin de animar a los fieles al rezo, el tema elegido para esta pieza fue el de la muy emocional lamentación ante el cuerpo muerto de Jesús: este acaba de ser bajado de la cruz y ante él lloran las figuras habituales de esta escena, esto es, la Virgen María, vestida de azul, y san Juan evangelista, aquí de rojo.
Contemplamos, asimismo, a María Magdalena secando con su cabello la sangre de los pies de Cristo y a José de Arimatea, en el extremo izquierdo; las otras dos mujeres serían hermanastras de la Virgen, mientras el resto de las figuras masculinas corresponderían a un desconocido y a Nicodemo, con barba. Así, cada vez que se celebrara misa ante esta obra, los fieles recordarían que Jesús dio su vida para redimir a la humanidad. Entretanto, los dos paneles laterales están dedicados a los santos mártires Juan el Bautista y Juan Evangelista.
Conviene prestar atención a los detalles, comenzando por los aún crucificados al fondo, en el Gólgota. Durante siglos la población estuvo convencida de que podía adivinarse el mal en la apariencia de las personas, especialmente en los rostros feos, como los que aquí atisbamos. La ropa, por cierto, también delataba a torturadores, pecadores, haraganes y no creyentes: marrones, amarillos y mezclas heterogéneas indicaban perversidad y la lascivia; el paganismo y la ostentación se simbolizaban a través de indumentarias exóticas. Igualmente en el paisaje del fondo, pero en la parte inferior derecha, vemos cómo se prepara la tumba de Cristo, y Jerusalén se aprecia a la izquierda, detrás de José de Arimatea.
Juan el Bautista aparece, como dijimos, en uno de los laterales por ser santo patrón de los carpinteros. En un interior suntuoso, Salomé danza y muestra la cabeza de Juan a su padrastro, Herodes, y a su madre, Herodías, durante un banquete para celebrar el cumpleaños del rey. Es sabido que Herodías odiaba al santo, quien había revelado y atacado su matrimonio, ilegítimo, con Herodes. Después de que su hija bailase también para el rey y este le concediese un deseo, la reina vio la ocasión de ordenar a Salomé que pidiera la cabeza de Juan; hay que recordar que, hacia 1500, un banquete real consistía en una combinación de viandas, cantos, danzas y espectáculos (menos dañinos que este).
En cuanto a Juan el Evangelista, era el segundo patrón de los carpinteros. Los romanos, que en esta escena aparecen en un número importante, lo hirvieron en un caldero de aceite por negarse a reconocer a sus dioses, mientras el santo, que parece impasible, mira a su propio Dios en las alturas. Sobre un caballo blanco, el emperador Domiciano, conocido por su crueldad, contempla esta escena, y la fortaleza que vemos al fondo es la de la propia ciudad de Amberes, de la que hoy solo queda el arco de entrada, llamado Steen.
Paulatinamente a lo largo de su vida, Massys fue distanciándose de la pintura religiosa para centrarse en la de carácter moralista y en los retratos. Un ejemplo de esa evolución lo constituye El banquero y su mujer (1514), que también alude a una profesión (la de prestamista) relativamente nueva a principios del siglo XVI, época en que la sociedad cambiaba rápidamente, ganaban peso el comercio y el dinero y pocas voces advertían de los potenciales abusos, entre ellas la de la Iglesia.
El hombre que aparece en este panel, en el Louvre, se encuentra absorto en su labor: pesa monedas y calcula su contenido en oro, mientras su esposa parece mirarlas con avidez. Podemos considerar esta escena un ejemplo temprano de pintura de género: no se trata de un retrato, sino que responde a una acción cotidiana en este trabajo, y contenía, como es habitual en estas imágenes, una moraleja o mensaje religioso. Este tipo de telas solían elaborarse para el mercado, en lugar de por encargo para un cliente concreto, pero Massys era célebre por conceder a sus figuras rasgos distintivos, individualidad.
Mientras contempla las monedas, la mujer tiene abierto su Libro de Horas por una página que contiene una miniatura de la Virgen y el Niño; el hecho de que parezca poner más interés al dinero que al devocionario contrapone los valores religiosos a la codicia y los bienes terrenales efímeros (en este periodo Amberes, donde este artista trabajaba, se estaba convirtiendo rápidamente en una metrópoli comercial). También podría apuntar, la presencia de este Libro, a que los ideales más elevados que simboliza ayudarán a la pareja a permanecer en el camino recto; no hay una única interpretación válida.
Entretanto, la copa de cristal de base y tapa doradas y las perlas sobre un paño de terciopelo negro han inducido a algunos a pensar que este individuo podría ser un joyero, tesis que se vería respaldada por la composición del panel, que recuerda una obra anterior de Petrus Christus en la que aparece san Eligio como orfebre; también ligaría esta imagen a aquel artista la indumentaria del siglo XV que viste la pareja de Massys, pero en este caso el tema resulta más secular que santo.
Sobre la mesa del banquero, y junto al Libro de Horas, destaca la presencia de un espejo. Ya habían aparecido en pinturas de Van Eyck, Christus y Memling: los artistas aprovechaban la oportunidad de demostrar su virtuosismo que estos utensilios les aportaban; además, los reflejos introducen otra dimensión en el cuadro y, a veces, permiten distinguir al propio artista. El de Massys en particular ofrece una ventana con una vista al exterior y un hombre que quizá lea. En cuanto a las balanzas, son un símbolo tradicional de pesar el bien y el mal al administrar justicia; aparecen en muchas escenas del Juicio Final con ese mismo sentido.
Hablábamos de mensajes morales y estos no se encuentran solo en la composición: el marco original de esta pintura incluía un versículo admonitorio del Levítico; rezaba así: No hagáis agravio en juicio, en medida de tierra, ni en peso, ni en otra medida. Balanzas justas, pesas justas, epha justo, é hin justo tendréis: Yo Jehová vuestro Dios.
El Museo del Prado conserva de este autor Cristo presentado al pueblo y Las tentaciones de san Antonio, esta última pintura realizada en colaboración con Patinir. Se han relacionado con Leonardo da Vinci algunos de sus personajes, pero los fondos, exteriores o interiores, siempre se enraízan en la tradición flamenca del siglo XV. Entre sus retratos destacan los de Erasmo, con quien se relacionó (Royal Collection, Hampton Court, Herefordshire), y Pieter Gillis (Longford Castle, Londres), ejecutados en 1517 y enviados como regalo a Tomás Moro.
BIBLIOGRAFÍA
A.de Bosque. Quentin Metsys. Arcade, 1975
Patrick de Rynck. Cómo leer la pintura. Electa, 2005