El año pasado se cumplieron nueve décadas desde el nacimiento de Peter Hujar, el fotógrafo de Trenton que pronto marchó a Manhattan y que fue retratista incluso cuando sus obras no se enmarcasen estrictamente dentro de ese género: en sus trabajos, al margen del tema, lo relevante era la captación de la chispa del encuentro entre el propio autor y su motivo o modelo. Buena parte de ellos ofrecen formato cuadrado, que le permitía suscitar serenidad y a la vez conceder gravedad al objeto de su atención, la sensación del tiempo detenido en torno a él.
Apenas reconocido en vida (falleció en 1987), publicó únicamente un libro de fotografías, Portraits in Life and Death, pero hoy lo consideramos uno de los fotógrafos más personales, y fieles a su propio lenguaje, de la segunda mitad del siglo XX. En sus retratos supo conjugar lo revelado y lo oculto, a veces la sensación de fiereza y la de calma; se dice que sus imágenes no pueden valorarse sólo por lo que dejan ver, sino también por lo que parecen mostrar.
Trató de combinar, en un principio, la vertiente más creativa y original de su trabajo, en la que se encuadrarían sus retratos de intelectuales en Nueva York, con la búsqueda de reconocimiento en el ámbito de las revistas de moda, en la senda de sus maestros Irving Penn, Lisette Model o Richard Avedon. Pero sin separar ambos caminos: nunca expuso sus fotos por separado, de forma individual o cronológica; sino que las superponía en yuxtaposiciones que pudieran sorprender o desconcertar. Para su última exposición, en enero de 1986 en la Gracie Mansion Gallery del East Village, organizó durante varios días setenta fotografías en treinta y cinco pares verticales dispuestos muy próximos entre sí, procurando que en ninguna fila hubiera dos fotos contiguas del mismo género. Sí le preocupó preservar la invisibilidad de la técnica en sus composiciones, sin dejar por ello de cuidarla.
Entre 1958 y 1963 vivió fundamentalmente en Italia, primero con Joseph Raffael y después con Paul Thek. Tras estudiar durante un año en la escuela de cinematografía de Roma, volvió a Nueva York, donde se movió en el ambiente de Susan Sontag y de la Fábrica de Andy Warhol. Una década más tarde, entre 1968 y 1972, fue cuando emprendió su citada andadura como fotógrafo de moda freelance, publicando más de una docena de reportajes en Harper’s Bazaar y GQ antes de concluir que el ajetreo del trabajo en las revistas no era su terreno.


En 1973 ya había abandonado sus aspiraciones profesionales para emprender una vida de creación personal (y de pobreza) en el East Village neoyorquino. Los únicos trabajos pagados que realizaba los llevaba a cabo para concentrarse en lo que realmente le motivaba: retratar a artistas que conocía, animales, el cuerpo desnudo y el Nueva York que le era cotidiano, aunque no se encontrara en su mejor momento.
En 1976 publicó el citado Portraits in Life and Death, en el que combinó estudios íntimos de su círculo de personajes del downtown (pintores, actores, coreógrafos y escritores como Susan Sontag y William S. Burroughs) con retratos de momias que había hecho trece años antes, durante una visita con Thek a las catacumbas de Palermo.
Su atención por la muerte se acentuó en los ochenta, coincidiendo con el crecimiento del sida. En los últimos años que vivió, fue amante Hujar de David Wojnarowicz, del que también sería mentor, y no cejó en su rol autoasumido de cronista de la cultura creativa de la que era partícipe.

Su modelo más habitual en esos años fue el actor drag Ethyl Eichelberger, que era su vecino y su amigo y a quien consideraba “el actor más grande de América”. Además, junto a Wojnarowicz se desplazaba a las zonas deprimidas de los alrededores de Nueva York para capturar ruinas industriales en Queens, los barrios de Newark, una Nueva Jersey marcada por los disturbios de finales de los años sesenta y los muelles abandonados del río Hudson en la parte baja de Manhattan.
Hujar murió en la ciudad que amó el Día de Acción de Gracias de 1987, casi un año después de ser diagnosticado de sida. Nunca fue un activista, pero conoció de cerca los disturbios de Stonewall, estuvo presente en las primeras reuniones del llamado Frente de Liberación Gay y para ellos creó un póster, en 1970.
Frente a los autores que preferían el dinamismo y la sorpresa que podía facilitarles la fotografía callejera, él siempre eligió la quietud y la calma de su estudio o de espacios interiores, el trabajo meditado y silencioso. Así podía captar las esencias del tema abordado, el reflejo de la relación vulnerable entre el fotógrafo y su modelo, que había de mostrarse sin inhibiciones ante la cámara. Por esa razón le resultaba más sencillo trabajar con personas de su confianza, amigos y amantes. Alguna parte de sus personalidades se nos hace casi transparente.


BIBLIOGRAFÍA
Peter Hujar. A la velocidad de la vida. Fundación Mapfre, 2017