Soetsu Yanagi (1889-1961) fue un pensador y crítico de arte japonés que, en la década de los veinte, fundó el movimiento de las artes populares mingei y también impulsaría el Museo de la Artesanía Popular de su país, del que asimismo sería primer director. Desempeñó un papel fundamental en la revalorización de la artesanía, reclamando atención sobre el valor de los objetos cotidianos, sobre todo aquellos de factura anónima.
Escribió numerosos ensayos destinados a invitarnos a contemplar con otros ojos el acervo cercano, su riqueza tanto material como intangible, y uno de ellos, datado en 1932, está dedicado a los patrones. Repasaremos sus ideas.
Consideraba Yanagi que el de los patrones es asunto espinoso, pero que resulta difícilmente evitable reflexionar sobre ellos si exploramos la noción de belleza porque, en el caso concreto de la artesanía, una y otros se encuentran estrechamente enlazados. Basta recordar las representaciones de cañas de bambú, que han dado lugar a bellos patrones usados en blasones familiares; si se comparan esas imágenes con las cañas de bambú reales, veremos que sus rasgos distintivos son claros: se parecen en la medida, decía Yanagi, en que el patrón trae a la mente el objeto real. Y se diferencian en cuanto a que el patrón está lejos de una representación realista; el patrón representa la realidad, pero es también un artificio.
Si tenemos que dilucidar las diferencias entre las cañas de bambú reales y las del patrón, podemos afirmar sin dudar que el bambú primero es un producto de la naturaleza, mientras sus patrones incorporan la perspectiva humana; el real está vivo y es una sustancia orgánica pero es nuestra mirada la que le concede significado. Sin la intervención humana, el bambú físicamente sigue siendo el mismo, al margen de si es visto o no; cualquiera puede visualmente aprehender una caña, pero el modo en que se contempla depende de cada uno porque no todos percibimos de la misma manera. Hay quien puede sentirse conmovido por su belleza y hay quien no, o solo muy superficialmente: en definitiva, el bambú se convierte en algo bello solo cuando es apreciado como tal.
Un patrón de bambú consiste en una disposición creada por la mente humana, como todo patrón es producto de nuestra perspectiva: no constituyen representaciones realistas de la naturaleza, sino nuevas creaciones. Esto es, el bambú es una parte de la naturaleza, pero los patrones de bambú pertenecen estrictamente a la esfera humana.
¿Y en qué consiste la perspectiva humana? ¿Qué percibimos exactamente y cómo? Hay varias formas de percibir un objeto y la más sencilla es la intuición, que podemos considerar la percepción directa de la esencia natural de un objeto. Cuando esa naturaleza es recreada por la mente, el fruto es un patrón y cuando la intuición es débil, el patrón deviene dibujo esquemático, fría composición intelectual. La única alternativa a esa intuición débil es introducir añadidos que incorporan artificialidad al conjunto. Al final, decía el japonés, crear un buen patrón consiste en aprehender la verdadera naturaleza de un objeto y el hecho de que los patrones contemporáneos nos parezcan tan flojos prueba lo mucho que se ha debilitado nuestra imaginación.
Un patrón, para Yanagi, no es una representación de un objeto tal como existe en la naturaleza, realista, sino una imagen del objeto como este es captado por la intuición, un hijo de la imaginación que diría William Blake. Puede describirse como irracional; en cierto sentido, es una exageración.
En definitiva, un patrón de bambú no es el propio bambú sino un símbolo que lo representa, pero se da una paradoja: ese patrón no realista muestra la naturaleza real del bambú, su esencia interior. Y cuanto más fiel es un patrón a la esencia del objeto, más y mejor captura su vida, su quintaesencia: cuanto la intuición percibe el corazón de un objeto, lo ve en forma de patrón. Mientras un dibujo esquemático sobre papel resulta frío y parece muerto, un buen patrón rebosa vida y significado; muestra aquello que late en las cosas: si no está vivo, llegó a expresar el ensayista, no es un patrón.
En ese mismo sentido, cuanto menos realista es un patrón, más cerca está de ofrecer una representación fiel en tanto repleta de vida. Su simbolismo no es una ilusión, un fruto de la fantasía: un patrón de bambú es la forma vibrante de un bambú vivo. También lo que queda de él después de haber eliminado todo lo innecesario; se trata de una simplificación: emerge cuando lo excesivo ha sido eliminado y solo lo fundamental permanece. En los términos del zen, se trata de un vacío que lo incluye todo. Cuanto mayor sea el significado subyacente, mayor la vitalidad.
Decía Yanagi que es imposible percibir más belleza en un objeto natural que en un patrón y que siempre que vemos un bello ejemplo de cañas de bambú reales, nuestros pensamientos regresan irremediablemente al patrón. Si percibimos la naturaleza como bella, es porque la vemos como tal patrón, porque estos suponen la cristalización de la belleza. También la acentuación de la verdad.
Todo patrón especialmente bello posee, invariablemente según el japonés, un aspecto grotesco, como resultado de ser un refuerzo y una fortificación de lo bello: una exageración fiel a la verdad, podríamos decir, porque no representa un objeto tal como aparece en la naturaleza, sino que se trata, más bien, de una vívida expresión de algo que, de hecho, no existe. No hablamos de una reproducción realista, sino que alcanza una condición que trasciende lo real: solo cuando un objeto se convierte en el motivo de un patrón cobra su existencia verdadera realidad. Los patrones representan el poder y la fuerza de la belleza. En los grandes periodos del arte, si lo pensamos, siempre ha existido un componente grotesco, un poder ausente de las etapas más sentimentales. o menos creativas. Y lo verdaderamente grotesco no se aleja mucho de los patrones.
Así, según Yanagi, solo a través de ellos podemos entrar en contacto verdadero con lo bello: el patrón es transmisor de belleza y, sin ellos, nuestra percepción de la naturaleza sería mucho más difusa, porque también enseñan cómo percibirla. En los patrones contemplamos lo que es más natural de la propia naturaleza, una condensación de lo que esta nos ofrece. Un tiempo que carece de buenos patrones es un tiempo que no presta la debida atención al paisaje.
Un tiempo que carece de buenos patrones es un tiempo que no presta la debida atención a la naturaleza.
Yanagi consideraba bonitos los patrones porque porque los mejores entre ellos no contienen nada que no sea esencial; si lo hicieran, serían dibujos del natural. Estimulan la imaginación, apelan a las emociones y resultan siempre nuevos: La belleza nos intoxica mediante patrones, en sus palabras.
Y estos son, en su mayoría… simétricos. Es difícil convertir en patrón algo que carece de simetría: hojas de árbol, ramas, pétalos… se ajustan a un orden sistemático y pueden reducirse a una fórmula numérica, un código matemático. Cuando un patrón concreto alcanza su madurez, reconocemos inmediatamente su disposición ordenada; sin ese orden, se quebraría y aparecería la fealdad desfigurada. Por otro lado, simetría y simplificación son dos caras de la misma moneda.
Consideraba Yanagi, además, que cuando un patrón se adecua a las restricciones impuestas por la utilidad, los materiales y la técnica, su belleza está libre de errores humanos: depende de leyes universales.