No vamos a hablar de impuestos ni de paraísos fiscales sino del papel que inventaron los chinos en el siglo II d.C. y que fue traído a Occidente por los árabes, quienes, a su vez, aprendieron su fabricación de los prisioneros chinos en Samarcanda.
El papel que empleaban los chinos entonces estaba compuesto por fibras, preferentemente de origen vegetal (celulosa, que obtenían del bambú y la morera) y que forman una superficie plana. A esas fibras podían añadirse diversas materias, como colas, colorantes, blanqueadores o cargas de relleno, capaces de proporcionar características acordes el uso que se vaya a dar a ese soporte. La resistencia del papel depende de cómo sean las fibras y su entrecruzamiento.
Con anterioridad al siglo II se trabajaba sobre seda, sobre el papiro (en Egipto) y la piel. En Europa se utilizaban pergamino y vitela: mientras que para elaborar el primero se usaban pieles de animales pequeños, como el becerro y la oveja, la segunda es más fina, muy apreciada, y procede de becerros recién nacidos o no natos.
En época romana se emplearon tablillas de madera cubiertas de cera, pero la piel fue el soporte fundamental para la escritura, el dibujo y la iluminación de manuscritos hasta la imposición del papel, que llegó a Europa desde Extremo Oriente hacia el siglo X. Sus primeras manufacturas en Europa surgieron en Játiva, Córdoba, Toledo o Fabriano (Italia).
Si el papel en Oriente se elaboraba con fibras vegetales que generaban tipologías variadas, en Occidente se realizó hasta el s XIX a partir de trapos (lino, cáñamo y algodón).
EL PAPEL EN ORIENTE
Su proceso de elaboración se iniciaba con la búsqueda de bambú y el corte de sus tallos puestos en haces. Esos haces se depositaban en un hoyo en el suelo, con agua y sal, donde se maceran durante horas los tallos para ablandar el bambú y permitir romper su sustancia fibrosa.
Posteriormente se machacan esos tallos con mazos para acabar de deshacer los trozos de bambú, y la pasta resultante, con algunas fibras, se mete en una gran olla al fuego donde cuece un tiempo. Los grumos o fibras que quedan se convierten en pulpa, una gelatina blanquecina que se deposita en recipientes muy grandes donde los obreros la recogen en bandejas y la dejan secar.
Las hojas más pequeñas se pegan a un muro para quedarse estiradas y que las dé el sol; las grandes se colocan en horizontal. Más tarde se apilan las distintas hojas para su distribución.
EL PAPEL EN OCCIDENTE
Como dijimos, se elaboró manualmente a partir de trapos hasta el siglo XIX; desde 1843 se realiza industrialmente a partir de la pulpa de madera, más asequible. La demanda de papel crece desde que se establecen las primeras manufacturas en una época de desarrollo social e histórico, de aumento de la burocracia y de la complejidad de los estados, de las transacciones económicas, etc. La imprenta, aparecida en el siglo XV, había provocado también un incremento de la demanda.
El uso del papel de trapo se alternó durante un tiempo con la producción industrial de papel de pulpa de madera en grandes cantidades; la materia prima de este último era de menor calidad, y su producción, menos ecológica. A día de hoy continúa fabricándose papel de trapo, poco, pero de muy buena calidad, apreciada por los artistas.
Al papel artesanal se le llana “de tina”, y se hace hoja por hoja. El primer paso es la recolección de trapos, que se desgarran en trozos pequeños en una mesa con cuchillas en vertical. Se clasifican en cestos y con una azuela se eliminan las dobleces y zonas gruesas.
Las manufacturas suelen situarse siempre al lado de un río, para aprovechar la energía hidráulica que mueve un molino papelero. Los mazos y las púas de hierro en los extremos desfibran los trapos en tinas completamente hasta deshacerlos, con un ruido ensordecedor.
Después tiene lugar un proceso de refinado para convertir el trapo en gelatina. La pila holandesa, que tritura y bate, fue inventada a fines del siglo XVII para sustituir a los mazos y aún se utiliza en las fábricas para desfibrar, quitar consistencia textil y convertir la gelatina en una sustancia grumosa.
Cuando la pulpa queda homogénea y la gelatina fluida, se pueden añadir pétalos decorativos, trozos de periódicos, hilos de lana o mariposas. También se puede colorear, añadiendo pigmentos en polvo.
El papel verjurado, por su parte, predominó en Europa muchos siglos: presenta marcas internas con forma de enrejado que solo se ven al trasluz, debido a la forma en que se extrae la pulpa de la tina y se deja secar. Para que el papel quede más blanco se usan blanqueadores, como la lejía.
Cuando la pasta está preparada se utiliza una formadora, con marco de quita y pon y una base de alambres entrecruzados. Los alambres verticales gruesos se llaman corondeles, y los horizontales finos, puntizones.
Esa malla metálica permite que, al extraer la pulpa, se cuele el agua. La formadora puede tener un formato más grande o más pequeño y la disposición de los alambres se marca en la hoja final.
En ocasiones, para indicar la fábrica o el molino papelero que realizó el papel, se cose en el enrejado metálico algún dibujo o nombre, bordando con hilo metálico grueso; esa forma aparecerá después en relieve en la hoja de papel. Cuando la formadora se llena de pulpa líquida de papel, esta queda en los huecos, no en el relieve sobresaliente.
Las filigranas aportan datos sobre el tipo de papel, su elaboración y fecha. Estas solo aparecen en Europa y las primeras las encontramos a fines del siglo XIII, en Fabriano (1293).
Una vez que la filigrana está hecha, la formadora se introduce en la tina donde está la pulpa de papel, y se levanta recogiendo la cantidad necesaria para hacer la hoja, del tamaño que sea. Después se quita el marco para depositar la pulpa en forma laminar, aún muy fina y completamente húmeda. La filigrana empieza entonces a marcarse.
Se deja secar el papel en una zona soleada sobre cuerdas con pinzas. Cada hoja corresponde al tamaño de la formadora; también se pueden secar sobre superficies horizontales porosas.
Cuando la hoja se ha secado se queda abarquillada y hay que prensarla en frío o en caliente. Para un mejor acabado, se emplea un mazo para satinar o alisar, un mazo que sube y baja mientras un obrero mueve el papel para que haga efecto en todos sus lados.
PROBLEMAS DE CONSERVACIÓN DEL PAPEL
Bacterias, hongos, termitas, cucarachas y roedores atacan el papel, y la dimensión de los daños depende del insecto. Estos se reproducen en ambientes de poca aireación y alta humedad, por ello es importante airear y climatizar los espacios donde se conserva papel y las bibliotecas.
Mal almacenamiento. Motiva la fragilidad del papel y su pérdida de elasticidad.
Papel celo. El adhesivo, con el paso del tiempo, se introduce en la fibra del papel dejando una mancha casi transparente que permanece en el soporte aunque el celofán se quite con facilidad, porque el pegamento se ha quedado en la superficie y eso contribuye a su deterioro.
Foxing. Es un tipo de deterioro del papel que se ve sobre todo en dibujos y grabados antiguos. Aparecen puntos donde han actuado bacterias degradando la pluma: esos puntos se oxidan llamándose foxing. No siempre acaba con el papel, que puede llegar a conservarse satisfactoriamente pese a la oxidación.
Manchas de humedad. Genera el problema la humedad ambiental o goteras. Si sobre el papel se utilizan tintas muy ácidas, estas lo oxidan y corroen, traspasándolo de un lado a otro hasta que lo deshacen íntegramente.