Antes de adentrarnos en lujos, hablaremos de historia. La de Oriente Medio en el primer milenio a.C. vino marcada por la recuperación y la expansión del estado asirio, consolidándose en los siglos X y IX antes de Cristo su control sobre los que habían sido sus antiguos territorios. Restaurado aquel dominio, sus reyes iniciaron un programa de repoblación y renovación; las ciudades que anteriormente poseyeron se convirtieron en centros provinciales y se reconstruyeron palacios, se excavaron canales y se repararon carreteras. Esa expansión militar en los reinados de Asurnasipal II y Salmansar III alcanzó desde el río Éufrates, al oeste, hasta las fronteras de Babilonia, al sur (y las campañas supusieron una fuente de riqueza).
En su punto álgido, hacia 645 a.C., el Imperio llegó a controlar desde Egipto hasta el oeste del actual Irán, pero poco más de tres décadas después, en 612 a.C., una confederación de babilonios y medos atacó Asiria, dejando la capital real, Nínive, en ruinas.
Refiriéndonos ya a palacios, los asirios estaban destinados a fascinar a quien los contemplase. Se trata de enormes edificaciones que, no solo tenían una función residencial para el rey y su familia, sino que eran lugares donde se desarrollaban rituales de estado. Así, su arquitectura y su decoración se diseñaron, además de para glorificar al monarca, para recordarlo de cara al futuro, entablando lazos entre el gobernante y los mismos dioses. Podemos, por tanto, considerarlos una expresión de su realeza y del estado en sí mismo.
Por los enormes recursos, en mano de obra y materiales, necesarios para levantarlos, habitualmente durante la vida de un rey solo se construía un palacio. Las inscripciones reales nos hablan de esas empresas, que no era raro que formaran parte de un proyecto más amplio de fundación de una ciudad real, que se poblaría con gente llegada de todas las regiones del imperio. Cerca del palacio se disponían templos y edificios administrativos, se trazaban parques con huertos y también jardines, dotados con sistemas de riego, para el disfrute del monarca.
Seguramente lo primero que verían quienes se adentrasen en un palacio asirio serían sus enormes murallas exteriores, con ladrillos de barro cocido y nichos, como se aprecia en relieves de pared y sellos. Un gran recipiente de arcilla en forma de maqueta de fortaleza que se descubrió en el palacio noroeste de Nimrud nos ofrece información sobre sus fachadas: adopta la forma de muralla fortificada con torres y almenas que sobresalen levemente. Se ha empleado un sello rectangular liso para representar los bordes realizados y otro para imprimir hileras de rosetas que, seguramente, representaran una decoración con ladrillos y azulejos vitrificados de colores vivos que había en las paredes exteriores y en los portales de los palacios y templos.
En los ejemplos que conocemos, las superficies vidriadas de esos ladrillos han perdido intensidad pese a que algunos colores, como negro, azul y amarillo, se conservan mejor que otros. Gracias a algunos fragmentos de ladrillos vitrificados hallados también en Nimrud, y datados en el siglo IX a.C., hemos conocido un motivo circular amarillo con un fondo azul que podría representar una roseta. Según muestran los sellos de aquel recipiente de arcilla, estos ladrillos se colocaban originalmente debajo de las almenas de un edificio fortificado, puede que atribuyéndoles valor protector. Otro motivo habitual era la palma, como las que aparecen en ladrillos del palacio noreste; su repetición podría hacer referencia a la abundancia de la naturaleza que se entendía proporcionada por los dioses a través del rey que habían designado.
El material de construcción fundamental eran esos ladrillos de barro cocido, pero la madera también era importante: se utilizaban sobre todo vigas largas, que podían atravesar salas grandes. En los portales más representativos se usaban troncos altos, ocasionalmente cubiertos con franjas de metal repujado, para sostener grandes puertas. Aunque en Asiria crecían los pinos, se importaban maderas resistentes; un testimonio escrito por Asurnasipal II informa de que en su palacio de Nimrud utilizó cedro, ciprés, enebro, boj, madera de meskannu, cornicabra y tamarisco. Algunos relieves de los palacios de Jorsabad se refieren al corte y al transporte de este material.
En cuanto a la estructura de estos complejos, consistía en un patio exterior que daba acceso al salón del trono y, detrás de este, había más estancias alrededor de uno o más patios interiores pequeños y, también, zonas de terrazas en torno a los edificios.
El palacio asirio más grande fue el palacio suroeste de Senaquerib, en Nínive, que tuvo al menos cinco patios cuya distribución consistía, a grandes rasgos, en una versión ampliada de los palacios anteriores de Nimrud y Jorsabad. Se prestó especial atención a la escala y a la decoración de los portales y entradas principales, entendiendo que eran vulnerables al ataque de fuerzas sobrenaturales capaces de alterar el orden del estado, representado en el rey y su palacio. Allí se situaron, por eso, figuras colosales de toros y leones con cabeza humana, figuras protectoras. La piedra de esas esculturas procedía, por cierto, de afloramientos de yeso de los alrededores y, como muestran relieves en las paredes de Nínive, era tallada antes de ser arrastrada hasta palacio. Asurnasipal describe en sus inscripciones esos seres protectores como “bestias de las montañas y el mar en piedra calcárea blanca y alabastro”.
Algunas inscripciones conservadas mencionaban a un rey y ensalzaban sus logros, talladas o pintadas en paredes, umbrales y objetos de todo el palacio, mientras que otros textos pensados para que perdurara su memoria quedaban ocultos a la vista. Seguramente estaban dirigidos a los dioses o a algún futuro gobernante que pudiera descubrirlos al remodelar el edificio. En Nimrud, por ejemplo, Asarhaddón hizo enterrar en los cimientos unos cilindros vacíos de arcilla con 63 líneas que conmemoran la construcción de un arsenal militar, mientras su padre, Senaquerib, hizo enterrar documentos cilíndricos de arcilla en los cimientos de su palacio de Nínive: en ellos, 95 líneas de escritura cuneiforme contienen la más antigua descripción de su palacio y mencionan la creación de bases de bronce con forma de león para sostener las columnas; se explica, asimismo, cómo los prisioneros fueron obligados a arrastrar hasta el palacio grandes losas de piedra para erigirlas en torno a las murallas, seguramente para ser talladas en relieve con escenas de los triunfos del rey.
En cuanto al interior de estos palacios, sus salas importantes y sus patios estaban decorados con pinturas murales y ladrillos vidriados que representaban al rey llevando a cabo rituales o campañas; tal vez ese era el modo de decoración tradicional en el interior de los edificios reales cuando, en el siglo IX a.C:, Asurnasipal introdujo en el palacio noroeste la idea de recubrir las paredes con losas de piedra de la cantera local. Dichas losas estaban grabadas con relieves que representan a escala monumental figuras sobrenaturales protectoras y rituales, escenas del rey triunfante de caza o en combate e inscripciones cuneiformes donde se nombraba al gobernante y a sus antepasados o donde se detallaban algunos de sus logros, sus riquezas y poder.
Desde mediados del siglo VIII a.C., esos relieves de piedra pasaron a ser una característica habitual de los palacios asirios y, en Nínive, casi todas las salas del palacio suroeste estaban cubiertas de narraciones de las campañas militares de Senaquerib, además de escenas de la construcción del propio Nínive.
Algunos elementos ornamentales adicionales que aumentaban el esplendor de diversas salas de los palacios eran placas y pomos de arcilla en las paredes (algo por encima de la altura de la cabeza). Esas placas solían formar parte de pinturas murales que muestran que se disponían en hilera, alternando círculos y cuadrados. Tronos muy trabajados, con respaldos altos o sin ellos, taburetes, mesas, canapés o camas también formaron parte de estos palacios, como vemos en escenas talladas en los relieves de los muros; asimismo se han conservado partes de esos muebles, cuya estructura básica solía ser de madera y se cubrían con láminas de bronce. Los tronos sin respaldo solían decorarse con cabezas de animales y capiteles en forma de palmera que se situaban sobre los pies ahusados y debajo del travesaño.
Igualmente se integraban en los palacios objetos realizados con materiales raros que venían de lejos y y que reflejaban el alcance de la autoridad real; en algunos se inscribían textos sobre el rey.
BIBLIOGRAFÍA
Lujo. De los asirios a Alejandro Magno. Ediciones Invisibles, 2019