En sentido estricto, la neofiguración supuso una transición entre el arte informal y posteriores tendencias pictóricas que recuperó la representación icónica, aunque acudiendo aún a procedimientos y elementos informalistas; la personalidad subjetiva del artista continúa operando sobre el mundo de los objetos, reconstruyéndolos o deformándolos. El crítico Sánchez Marín afirmaba en 1964: En el fondo de lo que estamos llamando nueva figuración -y que no es otra cosa que las formas más recientes adoptadas por el expresionismo- existe la necesidad de concretar el entorno social del hombre, de configurarlo de alguna manera, sin renunciar a los hallazgos plásticos aportados por el informalismo.
Ha sido una de las tendencias artísticas con mayor desarrollo en España en el siglo XX, porque mientras en América o en Europa se efectuó una rápida evolución hacia figuraciones más explícitas, como el Pop Art o el nuevo realismo, en nuestro país esta neofiguración pervivió hasta 1965, de algún modo indecisa y con nostalgia de abandonar la herencia del informalismo español, que contaba con un consolidado reconocimiento internacional. Así, si esta corriente supuso en el extranjero una etapa pasajera, en nuestro país alcanzó una relevancia peculiar.
Uno de los primeros críticos en llamar la atención sobre la tendencia fue Clement Greenberg. A las Pinturas de mujeres de De Kooning (1952-1955), o a ciertas obras de Kline posteriores a 1953, las llamó representación sin hogar, por contar con fines abstractos pero continuar sugiriendo elementos representacionales. Greenberg aludió también a la obra primeriza de Jasper Johns o Wols en Europa, mientras Dubuffet o Fautrier habían iniciado la figuración del “bajorrelieve furtivo”. Podemos considerar como enlace entre lo informal y nueva figuración la obra del grupo Cobra, De Staël, Vedova y parte de la producción de los mencionados Wols y De Kooning, Antonio Saura y Hans Platschek.
En los autores más cercanos al informalismo, la nueva figuración no era excusa sino resultado del proceso de creación: el cuadro exige el inventario imaginativo del artista. Las líneas de Jorn, Karel Appel o De Kooning se agrupan en cabezas, ojos o narices, dan lugar a un signo icónico, etc, y esas figuras son resultado de la acción pictórica. Aquella corriente informalista subterránea emergerá, paulatinamente, en la nueva figuración, aunque no siempre rompiendo con la premisa de la necesidad de una expresión total que implicaba el primer movimiento.
Sin duda, Francis Bacon fue su pionero y principal representante. La deformidad de sus figuras discurre paralela a los contenidos significativos de violencia, terror, aislamiento o angustia y sus trabajos sugieren experiencias opresivas. La pincelada amplia y las contorsiones corporales no se disocian de los contenidos expresivos; es más, las figuras engendran el espacio como prolongación de sí mismas.
Pese a que, en sus inicios, la neofiguración se movía en el terreno ambiguo de la no-representación y la figuración, clarificaría su camino hacia esta última. Por eso afirmaba Juan Genovés, en 1961: Aunque mi técnica actual se identifica con las experiencias del informalismo, como su fin es distinto, presiento que pronto derivará hacia nuevos campos. Sin embargo, durante varios años, la neofiguración española, más que ninguna otra, experimentó una contradicción señalada por el citado Sánchez Marín: Al proponerse un arte figurativo se busca, a fin de cuentas, un arte representativo, pero su morfología es consecuencia de las experiencias plásticas llevadas a cabo por el informalismo.
La obra neofigurativa aprovechó la composición libre propia del informalismo, pero la introducción de objetos representados le exigía una cierta lógica de convenciones gráficas e icónicas. La composición neofigurativa conjugó los polos de la figura y del lugar que ocupa en el espacio: el motivo representado, generalmente aislado, da lugar a su propio espacio, que es emanación del mismo, una suerte de apéndice.
La reintroducción del objeto representado o signo icónico supuso, por tanto, un replanteamiento de la cuestión especial en la pintura, base de toda representación gráfica, pero ese replanteamiento no implicó un retorno a la ordenación euclidiana: se crean relaciones espaciales de contigüidad, vecinaje, separación o desarrollo y esas relaciones hallan su equilibrio en leyes primitivas de organización espacial, como las de segregación, sucesión, proximidad, interiores y exteriores, sin que exista un sistema general de referencias y distancias.
En la mayoría de las obras neofigurativas, en especial en las de Bacon, abundan las relaciones deformantes, tanto entre figuras como entre las partes de una misma figura.
Los iconos representados en una obra neofigurativa-expresionista generan ese espacio vital propio gracias a su carácter dinámico. Su espacialidad no es tanto de posición, como ocurre generalmente con los objetos exteriores, sino de situación, de un desarrollo de sus acciones. Se instaura una dialéctica entre el espacio corporal y el espacio exterior, donde el primero es el fondo sobre el que puede aparecer el objeto como fin de nuestra acción. Como apreciamos en las figuras deformadas de Bacon, en la acción y en los movimientos del cuerpo es donde se satisface mejor la espacialidad del mismo.
La nueva figuración se centró en la figura humana aislada, sin aparentes relaciones contextuales, desprovista en general de connotaciones históricas y sociales, oscilando entre subjetividad y objetividad. Quizá Bacon, a través de sus numerosos retratos históricos y actuales, fuera el único en incorporar esas connotaciones, debido en gran parte a su independencia frente al informalismo. Pero en general, y sobre todo en España, fue muy acusada la atención dominante al sujeto y objeto representado.
Como decíamos al principio, la neofiguración debe entenderse como enlace entre la pintura informalista de los cincuenta y la nueva representación posterior, interesada cada vez más por las realidades representadas, lejos de indeterminaciones. Fue una tendencia ambigua, de hecho Aguilera Cerni llegó a afirmar que no había podido consolidarse como tal, sino que quedó convertida en un repertorio de intentos personales neofigurativos o bien en una continuidad de la indeterminación informal con algunos ingredientes neofigurativos. También incidió en que Bacon fue casi el único en introducir connotaciones concretas.
En España, la mayoría de nuestros artistas neofigurativos, cuando empezaron a relacionar su problemática con la realidad social, debieron renunciar a las ambigüedades y acudir a connotaciones concretas. Pero, desde entonces, dieron la espalda a la nueva figuración para aproximarse al realismo crítico o a figuraciones esteticistas; los relieves de Genovés, las manos enguantadas de Mignoni o las formas simbólicas de determinadas clases sociales de Somoza conectaban con la realidad de su tiempo.
Desde 1964-1965, se abandonaron las convenciones formales del informalismo y se introdujeron técnicas más objetivas, reflejo asimismo de transformaciones profundas en lo social. La transición de la neofiguración al realismo crítico en nuestro país debe atenderse atendiendo a nuestro contexto socioeconómico y cultural, no como mero empeño de clarificar la representación. Quizá esta corriente nació para ser transitoria, pero las innovaciones de la pintura figurativa posterior no pueden entenderse si la pasamos por alto.