NOMBRE: Natalia
APELLIDOS: López de la Oliva Mena
LUGAR DE NACIMIENTO: Tomelloso, Ciudad Real
FECHA DE NACIMIENTO: 1998
PROFESIÓN: Artista
La labor de la Galería Herrero de Tejada dando a conocer la producción de jóvenes pintores nos permitió adentrarnos, a principios de este año, en la obra de Natalia López de la Oliva: junto a Sergio Gómez/ Srger, Alicia Vogel y Alsino Skowronnek participó allí en la muestra colectiva “Desire Paths”, dedicada a la pervivencia del azar, lo accidental y lo incierto como punto de partida de ciertos procesos creativos y a las posibilidades de incorporar el error a dichos procesos.
Graduada en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, esta autora ha presentado asimismo exposiciones individuales en la Universidad donde se formó y las galerías madrileñas Cutto y Arniches 26, mientras que sus colectivas le han llevado a centros como el Espacio El Dorado de Quintanar de la Orden o el Museo de Cuenca, además de a Herrero de Tejada, y ha participado en ferias como MARTE o By Invitation, en ambos casos este mismo año.
Se suma Natalia a nuestros Fichados porque queremos saber más de esa concepción que mantiene del arte como espacio donde cabe lo inesperado y lo imperfecto, también lo espiritual, y de las raíces de la estética potente y cruda de sus composiciones, derivada de modos de trabajo que deliberadamente huyen de lo pulido y pretendidamente excelso. La intuición juega un papel importante en sus procedimientos, al igual que la observación de lo cotidiano y sus detalles, en los que encuentra riqueza y simbolismo.
Nos ha explicado López de la Oliva que, a diferencia de las experiencias que muchos artistas refieren, ella no dibujó especialmente en la infancia, sino que su interés por la creación fue más tardía y más consciente, a raíz de una cierta epifanía en su adolescencia, y que hoy la considera una forma de vida, porque ninguna otra actividad le proporciona las mismas sensaciones. Si en sus composiciones encontramos espontaneidad y un carácter indómito, esos rasgos también se hacen patentes en sus respuestas. Le hemos preguntado por sus inicios: Mi interés por lo artístico no fue demasiado temprano, no era de estas niñas que dibujan mucho (y lo que dibujaba se lo copiaba a mi hermana). El interés por dibujar fue consciente y por necesidad.
A los 16 años empecé a aburrirme y a estar insatisfecha con lo que me rodeaba, con el tipo de vida que comencé a formar. No sabía muy bien cuál era la magnitud de aquello, sólo sabía que me aburría que flipas. Una noche salí de la discoteca Kavala de Tomelloso a las dos de la madrugada y me dije: “Debe haber otra cosa más que esto, NO PUEDE SER”. Tras este crack craneal, empecé a relacionarme con los edgys del pueblo y fue cuando tuve contacto con todo ese lado teórico artístico, películas raras, o el conocimiento de pintores míticos como Bacon y Rothko.
Aunque no entendía ni papa, empecé a dibujar manos rollo pinterest y pronto pasé a los monstruitos y a sacar imágenes que tenía en mi cabeza, que eran un paralelismo de cómo me sentía (el primer monstruito recuerdo dibujarlo en la mesa del instituto).
En primero de Bellas Artes ya tuve claro que quería pintar cuadros enormes (como los de Rothko). Hacía una abstracción donde le atribuía a cada mancha un símbolo. Siempre acababa haciendo unas formas que estaban muy juntas pero nunca se llegaban a tocar, colores que vibraban entre sí y mucha capa suave. Ese acercamiento torpe al dibujo, y el posterior desarrollo en la universidad, hizo que crease un lenguaje indispensable, como si hubiera aprendido chino en China, pero aprendí colores, formas, y escenas. La pintura es algo que ha crecido y que crece conmigo, que hace que comprenda el mundo de otra manera, que pueda comunicarme con él y que lo pueda descifrar.
Adivina, desvela, desea.
También expone aquello que me rodea y su problemática (directa e indirectamente). No puedo ya separarlo de mí y de mi estructura cerebral, y es algo a lo que quiero dedicar mi energía y mi acción. Me llena, me hace feliz y me hace ver cuando estoy triste. Es necesario. Desde entonces he estado dedicándome a ello naturalmente. He tenido largas épocas de ir en contra de la pintura, lo veía ridículo o incluso algo que me hacía daño por todas las exigencias que la rodean. Pero tras varios horribles intentos de trabajos normales (camarera, taquillera, bibliotecaria, dependienta, auxiliar de archivo) lo echaba de menos.
En una de estas épocas de nada, después de una explosión de realidad y de volverme absoluta tarumba, supe que debía volver a pintar y comprendí que debía profesionalizarme si quería sobrevivir, no estar muerta del asco. Hacer de ello un trabajo es una divinidad. Y una obligación. Hacer de ello un trabajo siento que lo pervierte, porque mis motivos no son monetarios, son otros. Esto es lo que me ha alejado siempre, pero debo sobrevivir y otros trabajos me enferman. Esto no solo tiene que ver con ganarse la vida, sino con que no contemplo otra forma de existir.
Las bases temáticas de la obra de López de la Oliva no son estáticas, pero tienen que ver con su relación con otras personas y con el mundo, con emociones, con instantes que no quiere olvidar, con la soledad y con la peor cara del ser humano. En cualquier caso, no concibe la artista pintar siempre lo mismo ni trabajar en variaciones sobre motivos comunes: La base que mueve mi pintura es la comunicación yo-los otros; universo-yo. Sé que lo fácil es la palabra, pero yo no la suelo manejar del todo. Me traduzco con imágenes y ese esquema de las letras se me hace difícil, no sé definirme inmediatamente a través de ellas, pero sí con los gestos y las escenas que imagino.
La uso para adivinar, descifrar la información del mundo de la que de otra forma no me enteraría: qué es lo que siento realmente, a qué debo estar atenta… Es mi oráculo. Muchas veces suelto cosas que aparentemente no tienen relación y luego se conectan entre sí cuando hago de ello un objeto que puedo mirar. Últimamente dibujo muchas manos retorcidas, puertas o armarios, mucha gente tumbada o mucha veladura.
Una de las cosas que más me gustan es ese momento exacto donde surge una chispa y cobran sentido todos esos elementos despiezados. Ha sido algo complejo saber con certeza qué era lo que estaba haciendo con la pintura, cuál era mi propósito, pero ahora que lo sé, sé que debo estar atenta, y sobre todo, para que esto ocurra, debo mantenerme fiel a la verdad. Intento dedicarme siempre a una narrativa honesta, a espiar a través de un agujero e intentar recrear lo que he visto desde mi escondite.
Los temas específicos que trato varían según mi contexto y situación. A veces solo retrato momentos que no quiero que se me olviden, como cuando fui a la misa con mi abuela y todas las viejas se arrodillaban y se levantaban a destiempo, que me hacía mucha gracia; el cura pimplando vino y yo pensando: “jajaj, será un borracho”.
Muchas veces pinto lo enfadada que estoy con las personas. Otras, el deseo de estar cerca de ellas: agarro mucho las manos, hago que estén casi tocándose, soltándose. Muchas cabezas en regazos. Las cabezas cayéndose del regazo. Acabo de hacer un cuadro de dos personas cagándose encima de otras tres. Las tres felices y arriba una iglesia. Este último cuadro es un poco el culmen de lo que me ha obsesionado estos meses, que es lo que yo llamo “el postmisticismo”: un escepticismo que no quiero tragarme, vergüenza, qué hay después del despertar espiritual, apatía. Me aburre siempre pintar lo mismo. Cojo de aquí de allá un poco mirándolo de reojo.
Al final sin pretenderlo suelo tratar la soledad, el enfado. La soledad elegida, la ira. La guarrería. Todo lo que sea una cerdada del ser humano. Intento ir hasta el fondo siempre. Esto hace que continuamente esté saltando. Reflexión del humano. Humor sutil, que quizá sólo entiendo yo. La huida. Si alguien al final puede entender lo que observo, me emociona, porque es lo que busco; sin esto habría una especie de lejanía.
Aunque, creo que si estuviera completamente aislada y sólo atenta al universo – yo, sin contemplar a las personas, seguiría actuando y sintiéndome acompañada.
Intento dedicarme siempre a una narrativa honesta, a espiar a través de un agujero e intentar recrear lo que he visto desde mi escondite.
Casi no hace falta especificar ya que su medio de expresión es el pictórico, por muchas razones, entre ellas la cercanía, el hábito o la posibilidad de comunicarse con cierta inmediatez. Sus formatos son diversos, y su técnica habitual, el óleo; prestad atención a sus modulaciones de lo que deseaba contar en las telas y lo que no: Elegí la pintura casi desde un principio, porque era lo que tenía al alcance. Era el paso posterior al dibujo (el dibujo fue lo primero, porque era lo más sencillo por lo que empezar).
El imaginario de una adolescente paleta sobre lo que es ser una artista inmediatamente le lleva a la figura del pintor, al óleo sobre un gran lienzo. Fue un poco un mejunje de clichés a los que me he ido arraigando. Me ha acompañado siempre por pura inercia, y ya por nostalgia no creo que lo suelte.
Uso el mismo tipo de tela que utilicé desde el primer día, el mismo procedimiento (imprimar con gesso, pintar en la pared, arrancarlo y montarlo en un bastidor). A veces, cuando he tenido que hacerlo de diferente forma por rapidez me sentía mal. Inmediatamente siento que fallo a mi integridad (que no pasa nada, pero siento eso). Ahora que me he metido en el mercado del arte, he tenido que realizar pequeños cambios -que debes realizar si quieres estar ahí dentro-, y siento que si no renuncio a ciertos procedimientos me mantengo fiel. No renuncio a todo.
Tampoco he cambiado demasiado mi forma de pintar, desde mi primer cuadro grande he usado la capa, la veladura entre ellas para que el color vibre, el pincel un poco suelto para las formas, nada excesivamente minucioso; campos de color, colores complementarios, brutalidad. Pero he ido perfeccionándolo como lo seguiré haciendo en el tiempo. Creo que esto es importante, no estancarse mucho en una sola manera de pintar.
En el camino de usar la pintura he descubierto ventajas que me hacen seguir con ella:
El óleo porque es lento, es ir en contra de las exigencias de todo lo que te rodea.
Te da cierta libertad para solucionar errores o seguir pintando sobre una misma idea, siguiéndola sin perder mucho su pista.
Se juntan las diferentes etapas del cuadro un poco como un ciempiés. (Además, como no limpio los pinceles nunca, va empalmándose un color con otro y otro y otro de forma infinita entre cuadros).
Uso muy pocos pinceles, aguarrás, y papel.
Esto me viene bien porque, si no, me abruman las posibilidades, me gusta limitarme.
No le hago ascos a los tamaños. Cuando es muy grande lo siento monumental e importante, te puedes explayar más, mover todo el cuerpo a ratos. Los pequeños me sirven para exorcizar todo aquello que no funcionó en los grandes, son una extensión de ellos, lo que rescato de debajo del grande, lo que hay enterrado bajo capas y capas.
En cuanto a la técnica, empecé con la abstracción para que nadie entendiera lo que quería decir, no quería que fuera visible. Luego comencé a querer explorar realidades que no estaba contemplando y para ello debía representarlas de alguna forma un poco más fiel, más reconocible. Empecé poco a poco a implementarla.
Quería decir un poquito. Desvelar una pequeña cosa pero que fuese un poco difícil, no dejarme demasiado expuesta. Con la pintura puedo decir muchas cosas sin tener que abrir la boca y no dar demasiadas explicaciones. Puedes ocultar. Puedes inventarte lo que quieras. Me gusta ver cuando se hace físico: que todo ese pensamiento, información inconexa, esté toda junta en una forma que pueda procesar, que pueda ver. Me hace comprenderlo todo mejor.
Quería decir un poquito. Desvelar una pequeña cosa pero que fuese un poco difícil, no dejarme demasiado expuesta. Con la pintura puedo decir muchas cosas sin tener que abrir la boca.
Sus referentes son diversos, artísticos pero también vitales o ligados a sus lecturas. Y se acuerda de sus amigas y mucho de una abuela que también se expresó y expresa creando, teniéndolo muy difícil: No suelo tener una biblioteca clara en mi cabeza a la que pueda acudir con claridad, guardo por ahí cosas, surgen de golpe y a veces no sé qué son. Pero hay detalles en todas las cosas, que aunque pocos, se me quedan muy adentro y recurro de alguna forma a ellos a lo largo del tiempo.
Muchas veces mis influencias son las paredes de la calle a medio pintar, desgastadas, los desconchones. Son mis propios sueños, y a veces las imágenes surgen solas. En una reflexión del manifiesto de la literatura futurista, donde decía Marinetti que él comparaba a un pequeño fox terrier con el agua hirviendo. Son otros pintores de Instagram que ni me sé sus nombres.
A los pintores como que los miro muy rápido, o me fijo sólo en algún detalle de ellos: en cómo han puesto una línea, o si hacen muchas transparencias o si los colores son importantes o les da un poco igual. Me rondan siempre por la cabeza algunos artistas conocidos como Rothko, Josef Albers (capas, lentitud, vibración del color). Basquiat (underground autodestruido). Marc Chagall (tembleque en las formas). Joseph Beuys (punky) o Remedios Varó (puedo pintar todo lo que quiera y hacerlo pasar como real).
Una de las personas que me plantó la semilla de querer hacer algo más figurativo fue Isabel Baquedano. Me quedé con la imagen de los faros de un coche, de las columnas derruidas y de ella en la cama muriéndose con unos ángeles, en pequeñito. Lo que me arrolla con más impacto es mi abuela, que en su adolescencia quería dedicarse a cantar copla y a bailar con un grupo del pueblo, pero su padre se lo prohibió y tuvo que quedarse sirviendo a un cerdo toda su vida, encerrada en casa, sometida y sin libertad. Pero siempre ha encontrado la forma de explorar su artista latente, que, aunque jamás haya sido reconocida por nadie como tal, siempre estuvo con ella. Ha escrito poemas de los momentos más terribles de su vida, tiene una tirada interminable de collages con sus fotos y la de su familia (que son un montón de cabezas cortadas que pone en otros cuerpos). Tardíamente comenzó a pintar cuadros de sus casas de campo y de su bombo, de los que está muy orgullosa…
Mis amigas han hecho de puente siempre. Cuando ellas saben algo me lo machacan entre sus dientes y viene a mí ya impoluto, reflexionado, dulce. Con sus voces. María me acercó a su pensamiento de loca. Ahí exploté, me acercó a unas realidades que no comprendía, que no me habían sido dadas, pero que podía habitar. Me acercó a una forma de pensamiento más amplia. Jodorowsky y el pensamiento mágico. Jacobo Grinberg y su teoría de la Lattice. Pachita, que nos explicaba que había almas vagando arriba deseosas de tener un cuerpo. María Sabina, que se masticaba un puñao de trufas para los rituales de sanación.
Leopoldo María Panero, amando y odiando con todo su ser a su madre, y aquel poema que leí al azar en la biblioteca, de Cecilia Vicuña a su AMADA “amiga”, en el que le decía, entre otras cosas, “no puedes ni siquiera desear acariciarme”.
Yo que sé. Me quedé tiesa en la silla esa.
Más que articular proyectos, Natalia desarrolla composiciones individuales. Nos habla de su trabajo en torno al monumento del Sagrado Corazón de Cuenca y de pinturas muy recientes en las que ha volcado emociones: Hay un proyecto que hice en cuarto de carrera al que recuerdo con cariño, que aparentemente no tiene nada que ver con la pintura pero creo que puede ayudar a entender de qué forma la utilizo y cómo me muevo por ella. Es el proyecto del Cristo.
Mi lenguaje, como ya he dicho, es desfragmentado, no es continuo. Para hacer un discurso coherente debo reposar frases sueltas durante días, apuntarlas y luego rejuntarlas. A veces me grabo vídeos hablando, que se parecen más a un par de escupitajos sin sentido, así que los edito hasta formar un monólogo que se pueda entender. Primero lo suelto y luego lo pienso.
El proyecto consistió en subir durante unos meses al Cristo, con un propósito. Me refiero al Monumento del Sagrado Corazón de Jesús, que está en lo alto de una colina en Cuenca. Lo que hice fue lanzar letras aparentemente sueltas durante esos meses, que al final formarían una frase. Escribía la letra correspondiente con ese día en una tela grande, y la llevaba arrastras todo el camino hasta el Cristo. Cuando llegaba, la estiraba, le hacía una foto y me quedaba ahí un rato pensando. Entonces, claro, tardé unos cuatro meses en articular una frase.
La frase era “Mi abuela se fue a ver a un muerto, y se llevó un solo pañuelo”. Es algo que escribí cuando estuve cuidando a mi abuelo, porque ella se fue a un funeral con un pañuelo en el bolsillo. Mi abuelo tenía alzheimer ya avanzado y estaba enfrente de él, me miraba extraño, sonaba de fondo una cinta de Rafael Farina y empecé a escribir para distraerme de lo que sentía en ese momento.
Ese acto era sacrificio puro, misterio y compromiso. Su terminación, el resultado cuando lo miran otros, cuando lo miro yo, es inmediato, silencioso. Está armado todo en un aparente segundo.
Lo que hago con la pintura no son proyectos como tal, porque lo que me gusta es plantar cuadros al azar, ordenarlos con el tiempo y pensar en lo que ha ocurrido, por lo que mis proyectos podrían denominarse en realidad “épocas”. Una de esas épocas, que considero muy importante, es aquella que me llevó a pintar de nuevo hace un año. Estuve dos años dejándolo de lado, y de golpe me propuse volver por pura necesidad.
En esos dos años había estado completamente perdida, pero hubo una explosión, y llegué a la conclusión de que debía adentrarme hacia lo más oscuro de mi persona, aceptarlo, y hacer algo con ello. Armé un plan que consistió en estar varios meses “yendo hasta el fondo”. Me volví completamente loca, obsesiva, paranoica, tuve algún delirio. (Todo aquello era roña que debía sacar, pero volví). En esa vuelta supe que debía volver a pintar e intentar que aquello fuese el rumbo de mi existencia.
Me mudé de ciudad y me propuse hacer una serie de cuadros que narrasen todo lo que había visto, lo que había vivido: la fe, la desesperación, la incógnita, la certeza. Los cuadros que hice me ayudaron a comprender todo aquello. Todas estas pinturas se reunieron en la galería Arniches de Madrid, en una muestra comisariada por Roberto Majano.
Su momento actual está abierto a la redefinición y al divertimento: Ya he sobrepasado esa “época-proyecto” y he podido deshacerme de todo aquello que no deseo que forme parte de mí. (Más o menos, es que ahora mismo estoy en la contradicción).
Estoy en todo el meollo de descubrir de qué manera puedo disfrutar de la pintura. Nunca la he disfrutado del todo, porque es algo muy unido a mí y hace que me replantee mi alrededor y a mí misma (y tengo un monólogo interno un poco autodestructivo). Me propuse estar cinco meses encerrada hasta descubrir la mejor forma de comunicarme a través de ella.
He descubierto que no debo tomármelo en serio, rebajar su importancia y divertirme con ella, que signifique algo divertido la mayoría del tiempo y no llenarla de teorías sobre su concepto incomibles, inalcanzables, o serias. Es una herramienta y punto, lo que hay detrás es lo que importa, o no. Intento descubrir qué es lo que me define y no abandonarlo por lo que se supone que debería ser un pintor, qué cualidades debe tener, cómo debe pintar, cómo debe relacionarse o cómo debe pensar.
Uso la pintura para intentar encontrar un lugar propio, como excusa para el pensamiento. En esta época he reflexionado incansablemente sobre la soledad, sobre si debo mostrar a mi persona o no, (que sí). Y ha hecho que reconecte con una lucha personal que tenía apartada, que es reivindicar mi guarrería y mi estupidez; es la forma de proceder que yo tengo, la ausencia de intelectualismo me perpetúa.
Podéis seguir los pasos de Natalia en Instagram: @lott.kk.cancelada