El rebobinador

Monet, Zola y las huellas del hombre en todos lados

Monet ha presentado este año unas magníficas vistas interiores de estaciones de ferrocarril. Se oye en ellas el chirriar de los trenes entrando; se ve el vapor que echan y que forma un torbellino en la amplia estación. Ese es el lugar para la pintura de hoy… Del mismo modo que sus padres descubrieron la poesía de los bosques y ríos, hoy en día nuestros artistas han de encontrar la poesía de las estaciones.

Son palabras del escritor (realista) Émile Zola, como es sabido amigo de los impresionistas, mostrando su entusiasmo por las estaciones que Claude Monet enseñó en la tercera muestra del colectivo en 1877; un interés que no compartieron muchos, dado que de las 250 piezas que se expusieron allí, muy pocas llegaron a venderse.

Estaciones y ferrocarriles devinieron, en esas últimas décadas del siglo XIX, en símbolo de la modernidad y la velocidad que llevaron a sus trabajos, además de Monet, otros artistas como Manet y Caillebotte. El mismo Monet, de hecho, en cerca de dos meses llevó a cabo una docena de vistas de la Estación de Saint Lazare y del cercano Puente de Europa: en aquel momento residía el pintor, junto a su familia, en la Rue Moncey, muy próxima a esas infraestructuras.

En esos años el reconocimiento de su arte parecía escapar a este autor, parisino de nacimiento, y crecían para él los problemas económicos; por entonces escribió su amigo Renoir: Monet estaba por encima de las vicisitudes de la vida. Se vistió con sus mejores galas, puso en orden los puños de su camisa y, con un movimiento desenfadado del bastón con el puño de oro, entregó su tarjeta de visita al Director de la línea de ferrocarril Oeste, en la Estación de Saint-Lazare. El ordenanza se quedó petrificado y le hizo entrar inmediatamente. El personaje le rogó que tomara asiento; se presentó entonces con toda sencillez: Soy el pintor Claude Monet…

Le interesaban sobre todo los efectos lumínicos que suscitaban el vapor y el humo, por eso en sus obras las locomotoras se dirigían de un lado a otro de la estación y del citado Puente de Europa: esa era su visión poética de la modernidad. Eran composiciones concienzudamente preparadas, no impresiones auténticas ni espontáneas; tampoco pintura al aire libre, en un sentido estricto. Estas piezas son el resultado de ver y de configurar las telas con meticulosidad: no hay espacio para lo casual; de hecho se conserva un buen número de dibujos preparatorios para estas imágenes que indican hasta qué punto son fruto de una reflexión lenta. En ocasiones, la geometría rígida del puente de hierro y piedra contrasta con el dinamismo del humo y el vapor al diluirse en la neblina.

Claude Monet. El puente de Europa, 1877. Musée d´Orsay, París
Claude Monet. El puente de Europa, 1877. Musée d´Orsay, París

Otro contraste respecto a esa producción urbana lo encontramos en sus pinturas campestres: Monet cambió a menudo de lugar de residencia y en las casas en las que más a menudo permaneció había jardín; nos referimos a Argenteuil, Vétheuil y, por último, Giverny. Este último se hizo muy célebre, pero su interés por las flores era bastante anterior: les dedicaba naturalezas muertas desde mediados de la década de 1860, cuando escribía a su amigo Bazille: Ahora hay muchas flores bellas… Pinte también usted algunas, creo que es una cosa extraordinaria.

Además, esas cosas extraordinarias podían venderse con relativa facilidad, un aspecto importante para Monet, en permanente crisis económica. Entre 1882 y 1885, Durand-Ruel le encargó tres docenas de esos bodegones florales. Entonces el artista residía en Vétheuil, pequeño pueblo al oeste de la capital francesa cuya ambiente rural le ofrecía descanso respecto a la pujanza parisina. Su entorno en este lugar lo captó en Ciruelos en flor en Vétheuil o Campo de amapolas cerca de Vétheuil, ambos fechados en 1879, y sobre todo en Campo de trigo, que muestra los colores intensos de la llanura del Sena en el verano.

Aquel mismo año de 1879 falleció Camille, su esposa, y la que fuera mujer de un coleccionista amigo que se dedicó a cuidarla, Alice Hoschedé, se casaría más tarde con Monet. Para entonces, el artista no concebía ya trabajar demasiado entre paredes: ¡Mi estudio! Pero si nunca tuve ninguno; tampoco entiendo cómo alguien puede encerrarse en una habitación… Quizá para dibujar, pero no para pintar.

En Vétheuil, donde sus hijos se sumaban a los seis de Hoschedé, solo contaba, en todo caso, con una estancia en el ático. Su casa estaba próxima al Sena y una escalera conducía directamente a sus orillas; el río no estaba ya limpio, porque en Asnières se vertían las aguas residuales de la capital, pero sí era rico en sustancias nutritivas, lo que favorecía la vegetación exuberante que Monet pintó.

Esa escalera, desde una perspectiva baja, la encontramos en cuatro pinturas en las que el sentido ascensional se acentúa a través de los girasoles en flor y los gladiolos rojos en maceteros azules y blancos. También por la chimenea de la casa, que asciende al cielo y no se detiene hasta el límite de los cuadros. Podemos constatar, como dijo el mismo Zola, que en los campos Claude Monet prefiere un parque inglés a un trozo de bosque. Le gusta descubrir en todos lados las huellas del hombre… Como un auténtico parisino, prefiere París al campo; no puede pintar ningún paisaje sin introducir en él a hombres y mujeres elegantemente vestidos.

Claude Monet. El jardín de Monet en Vétheuil, 1881. The National Gallery of Art, Washington
Claude Monet. El jardín de Monet en Vétheuil, 1881. The National Gallery of Art, Washington
Claude Monet. La casa entre las rosas, 1925. Colección Carmen Thyssen
Claude Monet. La casa entre las rosas, 1925. Colección Carmen Thyssen

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Daniel Wildenstein. Monet. El triunfo del impresionismo. Taschen, 2025

Karin H. Grimme. Impresionismo. Taschen, 2008

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