Tras su calvario bien conocido en los andamios de la Capilla Sixtina, y pese al éxito de sus frescos, Miguel Ángel dejó a un lado la pintura para regresar a la escultura y al proyecto que bullía en sus ambiciones: el Mausoleo de Julio II. También tuvo mucho de tragedia.
El primer proyecto para este monumento data de 1505 y se concluyó, de manera simplificada, en 1545: seis propuestas planteó el artista en esos cuarenta años, pero no fue él el único responsable de que se prolongara tanto su finalización; se sucedieron acontecimientos diversos, los papas se relevaban… y tampoco sus ideas eran constantes.
Julio II, realista, había estipulado en su testamento que este mausoleo debía ser de proporciones modestas, pero sus albaceas no parece que estuviesen de acuerdo. Y a Buonarrotti, trabajando a solas, cada proyecto le parecía más grandioso que el anterior. A aquel papa lo sucedió León X, hijo de Lorenzo de Médicis, que apoyó al escultor y firmó con él un nuevo contrato en marzo de 1513. Feliz de que se aceptaran sus propuestas, el de Caprese escribió: Tras la muerte de Julio II y el advenimiento de León X, el Aginense (albacea testamentario) quiso agrandar el monumento y hacer una obra más considerable de lo que se preveía en mi primer proyecto; así hicimos un nuevo contrato.
Se comprometió a ejecutar la obra en siete años y a no aceptar ningún otro encargo considerable en ese periodo, y cobraría por este trabajo 16.500 ducados, de los que se descontarían 3.500 que había percibido en vida de Julio II. El nuevo desarrollo comprendía treinta y dos grandes estatuas destinadas a ilustrar el triunfo de la Iglesia sobre el paganismo y, en la planta inferior, debían disponerse las Victorias (las provincias subyugadas al Pontífice y sometidas a la Iglesia apostólica, según Vasari) y los símbolos de los Esclavos, símbolo de los pueblos antes paganos.
Las esculturas de la segunda planta, Moisés y San Pablo, expresarían la victoria del espíritu sobre la carne y, según el contrato, muy detallado, el monumento debía estar adosado a un muro de la iglesia: En cada uno de los tres lados habrá dos tabernáculos, cada uno con un grupo de dos figuras; a cada uno de los pilares que flanquean los tabernáculos habrá una estatua. Entre los tabernáculos habrá relieves de bronce. Sobre la plataforma, por debajo del basamento, se pondrá la figura del Papa sostenida por cuatro figuras sobre pedestales. la tumba estará rematada por una corona de treinta y cinco palmos de altura y cinco estatuas colosales.
Las distancias son claras entre la tumba que Miguel Ángel imaginó y el resultado final: en el fondo, un pálido reflejo. Eso sí, de aquí salieron sus esculturas más perfectas, entre ellas el Moisés, resumen de la calidad artística del monumento. Hermano mayor de los Profetas de la Sixtina, es la imagen de un artista que se percibía a sí mismo como Charles de Tolnay describe su obra: una figura estremecida de indignación, contenida la explosión de ira.
Partiendo de una alegoría fría, abstracta y casi cortesana en un mausoleo en el que todas las estatuas debían manifestar que las virtudes son prisioneras de la muerte con el papa muerto, Miguel Ángel, llevado de su habitual apasionamiento, lanza, de algún modo, un grito de rebeldía contra la bajeza del mundo y la opresión de cada vida. Lo explicó también Vasari: Ha puesto en el mármol el carácter divino imprimido por Dios en este rostro divino; además de los pliegues profundos realizados con la soberbia voluta de los bordes, también los brazos, los huesos y los nervios de las manos son de una ejecución bella y perfecta. Lo mismo vale para las piernas, rodillas y pies, con sus delicadas sandalias.
Otras dos estatuas del proyecto primitivo para la planta baja son Esclavo moribundo y Esclavo rebelde, destinadas en teoría a simbolizar a los pueblos paganos reconociendo la fe verdadera. Según Tolnay, sin embargo, Miguel Ángel las transforma en emblema de la lucha ardua del alma humana contra las ataduras corporales.
Durante tres años, León X no puso obstáculos a la glorificación de su predecesor y dio libertad a Miguel Ángel, pero, desde 1515, ya le destinó a proyectos propios, restándole tiempo; hablamos del proyecto de construcción de la fachada de San Lorenzo, el templo de los Médicis en Florencia. Persuadido de poder acometer ambas obras, trabajó febrilmente en esta última y escribió, en 1517, a Domenico Buoninsegui: La haré en seis años. Señor Domenico, dadme una repuesta firme acerca de las intenciones del papa y del cardenal: será para mí la más grande de las alegrías. El contrato se firmó en enero de 1518 y se le concedieron ocho años.
Los herederos de Julio II presentaron para él otro contrato menos comprometido, que igualmente firmó, convencido de poder afrontarlo. Pero, según contó el mismo artista, León X le retiró pronto el permiso para trabajar en el monumento a Julio II y, en marzo de 1520, le rescindió el contrato para la fachada de San Lorenzo. Tuvo que ver en aquel mal fin el carácter cambiante y ávido de Buonarrotti que, pretendiendo abarcar demasiado, no llegó a concluir ni la fachada ni el mausoleo. Pero… a nuevo papa, nuevo proyecto: el cardenal Julio de Médicis, elevado al trono pontifical como Clemente VII en 1523, quiso atraérselo confiándole la construcción de la sacristía y la biblioteca de San Lorenzo y los mausoleos de los Médicis.
El que estos nuevos trabajos quedaran inconclusos no se debió a la falta de interés del pontífice, que triplicó la pensión de Miguel Ángel y le ofreció casa en San Lorenzo, además de estimularlo con mensajes de afecto. Además, preocupado por su salud, le prohibió trabajar en otra cosa que no fuera la tumba de Julio II y estas últimas obras.
En el curso de estos trabajos estalló la revolución en Florencia e, incapaz de conciliar su amor por la libertad con sus obligaciones con los Médicis, Miguel Ángel se situó en primera línea de las revueltas. La República le pidió ocuparse de las fortificaciones de esta ciudad y él lo hizo, pero finalmente la población tuvo que capitular. El papa, vencedor, se mostró generoso y, a finales de 1530, el artista reanudó los trabajos para quienes antes había combatido.
Sin embargo, los sepulcros de los Médicis no se concluyeron. En los muros laterales se encuentran dos tumbas dobles con figuras alegóricas del día, la noche, la aurora y el crepúsculo (es difícil pensar solo en los efectos del tiempo en esa familia, más bien en lo que a todos los humanos atañe). Otras esculturas, realizadas o proyectadas, no encontraron colocación.
En cuanto a la Biblioteca Laurentina, abandonó Miguel Ángel Florencia habiendo concluido solo el vestíbulo y el techo; la escalera no se había iniciado y, cuando se quiso hacer, no hubo modelo que tomar. Sus empresas y su memoria se evadían a la vez, dijo: La memoria y el espíritu me han precedido para esperarme en el otro mundo.