No son pocos los datos que conocemos de la vida del arquitecto y escultor Michelozzo di Bartolomeo (Michelozzo), aunque la atribución de alguna de sus construcciones sea dudosa. Tenemos claro que nació en Florencia, a fines del siglo XIV; que murió en esa misma ciudad en 1472, que fue aprendiz de Ghiberti y colaborador de Donatello y que contó con la fructífera amistad de Cosme de Médicis.
La primera iglesia en la que trabajó, entre 1420 y 1427, fue la de San Francesco al Bosco, cercana a Florencia y perteneciente al convento franciscano de San Buenaventura. Consta de una sola nave, proporcionalmente ancha, con cuatro tramos cuadrados y cabecera, y ya advertimos aquí rasgos de sus construcciones posteriores: era partidario Michelozzo de los espacios amplios y despejados.
La cabecera, poligonal, recuerda la arquitectura precedente: sigue la tradición de las iglesias rurales de Toscana desde el siglo XIV, y su cubrimiento se realizó a base de crucería tripartita gótica, con tramos igualmente limpios. Los muros son anchos y las ventanas proporcionan una iluminación aún insuficiente, incrementada por las de los lados de la cabecera; comienzan a verse atisbos de preocupación por el asunto de la luminosidad en los templos.
Los arcos fajones descansan sobre pilastras planas con una pieza a modo de capitel. Esas pilastras quedan adosadas al muro, acentuando el aspecto despejado del templo.
En la portada de la iglesia de San Agustín de Montepulciano, aunque aparecen remates góticos mixtilíneos, vemos también pilastras con capiteles corintios. Michelozzo la inició hacia 1425-1427, en colaboración con el escultor Donatello; interrumpió su labor aquí en 1433, para acompañar a Cosme de Médicis en su exilio veneciano y diseñar la biblioteca de san Giorgio Maggiore, y la retomó al año siguiente.
Desde aquellas fechas comenzó a gozar de la protección del noble y la primera obra en la que trabajó a su regreso fue la reconstrucción del convento florentino de San Marcos, aproximadamente entre 1437 y 1452. Desde 1436, y por directriz de Eugenio IV, este convento, antes silvestrino, pasó a manos de los dominicos de Fiesole, titulares también de Santa María Novella, y en él trabajaría, desde 1438, Fra Angelico, que ya había pintado para San Domenico de Fiesole. Durante mucho tiempo trabajó codo con codo con Michelozzo, y es interesante establecer paralelismos entre las arquitecturas de este y las que aparecen en las pinturas de aquel artista.
La iglesia del convento ha sido muy transformada, pero mantiene su estructura de nave única, amplio crucero y cabecera poligonal, semejante a la de San Francesco. El arquitecto realizó un pequeño claustro adosado, llamado de san Antonino, y en torno a él, en el piso superior, se dispusieron las estancias de los dominicos, decoradas con las pinturas de aquel pintor.
Sabemos que Michelozzo se ocupó con especial atención de la biblioteca, rectangular, que data de 1444 y se dispone en paralelo al segundo claustro, el de santo Domingo. Presenta entrada adintelada y un espacio longitudinal con tres naves separadas por columnas de fuste liso con capiteles clásicos jónicos; tuvo una gran trascendencia, pues el diseño de dependencias con esa función específica no era habitual en aquel momento. Dispuso una pesada bóveda de crucería en la nave central; en las laterales, la crucería descansa sobre ménsulas y no tiene ningún otro apoyo.
El uso de columnas, la amplitud de los arcos y el despliegue liso de las bóvedas crea un espacio muy despejado y luminoso. No hay interrupción ni en el medio cañón ni en las aristas. Precisamente esta estancia se dispuso en el piso superior buscando la luz necesaria para una biblioteca, y se emplean capiteles jónicos, y no corintios o compuestos, para favorecer la concentración. Es cierto que Michelozzo desarrolló una tendencia constante a evitar el adorno, pero aquí prescinde de él quizá con mayor intencionalidad. Los siete tramos de las naves nos hablan de una sala a escala humana, carente de la infinitud del dormitorio de Santa María Novella (1338-1340) que, por su disposición espacial, pudo influir en este proyecto.
Hablábamos de su influencia en el tiempo porque la posterior biblioteca realizada por Mateo Nutti en Cesena para el convento de San Francisco y costeada por un Malatesta (1447-1450) presenta columnas estriadas y muros dobles horadados con amplias ventanas. También se aprecia la impronta de Michelozzo en la Biblioteca de los dominicos de Bolonia, obra de Giovanni Rossi (1466).
Regresando al piso bajo del claustro de San Antonino, vemos que sus arcos son muy amplios, un poco rebajados, y que las columnas presentan capiteles jónicos y se disponen sobre pequeños pedestales para ganar altura y que la luz del patio penetre en la galería, abierta y con bóvedas de arista.
Sin marcharnos de Florencia, nos detenemos en el convento de la Santa Annunziata, que fue de los siervos de María, una congregación surgida en la ciudad a fines del siglo XIII. Acogía a nobles florentinos reunidos aquí para cumplir con una vida apartada y piadosa (sus iniciadores fueron canonizados sin ser mártires).
Michelozzo envolvió aquí la iglesia gótica anterior con otra de tres naves a la manera renacentista, con la nave central más ancha que las laterales, cerrada de manera que se convierte en capilla. La cabecera es semejante a una rotonda, casi un edificio de planta centralizada comparable a una iglesia.
El florentino trabajó en este templo hasta 1455, después tomó su testigo el brunelleschiano Antonio Manetti, desde 1460, y por último Alberti, desde 1470.
Hay quien cree que esta rotonda la concibió Michelozzo, pero se construyó tras abandonar el la Santa Annunziata, en el periodo de Alberti aquí; otros opinan que, dado que se sabe que Ludovico Gonzaga consultó a Alberti respecto a esta cabecera, puede ser que no fuera obra suya, sino que, ante la oposición de Manetti a la idea del primer arquitecto, Alberti apoyara el proyecto inicial.
Gonzaga quería ser enterrado aquí, plan que finalmente no se llevó a cabo pero que puede explicar el empleo de esta planta central derivada del remate del Santo Sepulcro de Jerusalén.
Sí conocemos que Michelozzo dio las trazas del claustro, con capiteles más complejos, pedestales y arcos de medio punto, a imitación de los de San Marcos. También recubrió y transformó uno de los patios del Palazzo Vecchio con arcos de medio punto.
Otra obra fundamental de este autor es el palacio urbano Medici Riccardi, en el que trabajó por encargo de Cosme de Médicis (la familia Riccardi lo adquirió después). Cosme solicitó primero un proyecto a Brunelleschi, pero rechazó sus trazas por opulentas -aún se estaba haciendo con el poder en Florencia y no quería hacerse notar demasiado-.
Michelozzo se volcó en este edificio entre 1444 y 1459, fecha en la que suele datarse su terminación porque fue la de la consagración de la capilla del palacio. Excepto el patio y la fachada, el resto de la construcción han sido muy transformados por unos y otros propietarios.
Su exterior es semejante al del Palazzo Pitti y no se sabe con certeza cuál es anterior; en cualquier caso, el Pitti fue ampliado en el siglo XVI y cuando se levantó el Medici Riccardi no presentaba su aspecto actual.
Situado en un lugar céntrico de Florencia, alineado con el resto de edificaciones de la actual Vía Cavour, no fue exento seguramente porque Cosme de Médicis no quería perder la relación con el resto del caserío florentino y, como decíamos, destacar excesivamente. La ordenación de su fachada no era habitual en la época: presenta tres pisos, de alzado distinto, marcados por una pequeña cornisa. Una más grande remata el palacio en su conjunto, como ocurría en los edificios antiguos. Se diferencia así del Palazzo Vecchio, sin divisiones.
En los pisos superiores, las ventanas se disponen ordenadamente, alternando en el muro; hay que subrayar que en la arquitectura civil anterior no existía esa voluntad de estructurar desde el orden y la proporción. En el piso inferior se atienen a un ritmo las puertas, no las ventanas, aunque Miguel Ángel modificó estas después. Las ménsulas voladas no remiten a Buonarrotti, sino a Brunelleschi.
Destaca el almohadillado rústico del piso inferior, con sillares bien dispuestos y tallados regularmente, pero no planos ni totalmente pulidos. Incidiremos en que, en el siglo XIV, cualquier edificio tenía un carácter bastante fortificado por la situación político-militar del momento, y no es raro que este palacio sea así, como recuerdo de aquello, pero no sucede lo mismo en los pisos superiores, así que este palacio no tiene la apariencia, anterior, de castillo. A Cosme de Médicis le interesaría que así fuera, restar carácter defensivo.
La planta noble la forman hiladas bien dispuestas de sillares planos y tallados y en el tercer piso no se aprecian apenas separaciones o junturas, así que disminuye en altura la importancia del sillar, dando paso a esa armonización de las ventanas, con arcos de medio punto y bíforas.
Su patio es cuadrado, de columnas regulares y es el primero renacentista que conocemos, una absoluta novedad por sus correctas proporciones. Cuatro columnas cortan las esquinas, con tres arcos a cada lado, de medio punto por reminiscencias clásicas. Los fustes son lisos, muy bien trabajados, y el ritmo de los arcos corresponde al de las ventanas superiores y también al de las de la fachada.
Entre arco y ventana, queda un entablamento con un gran friso (solución clásica), un arquitrabe y una pequeña cornisa y el friso se adorna con medallones con el escudo de los Médicis, en tondos, o con relieves que representan asuntos mitológicos o reproducen pequeñas piezas romanas de la colección de esta familia, para la que Michelozzo también trabajó en las villas de Careggi, Caffaggiolo y Fiesole. Se conserva la primera, una pintura del siglo XVI de Caffaggiolo, que la reproduce bien, y documentación gráfica de Fiesole.
Además, desde 1462, trabajó en el Palacio de la Banca de los Médicis en Milán, con la colaboración del arquitecto lombardo Filarete. Utilizó almohadillado en la parte inferior, con ventanas pequeñas y puertas rítmicamente ordenadas, y en el piso superior incorporó ventanas tan adornadas que parecen arcos conopiales; se estaba acercando así Michelozzo, en parte seguramente por cuestiones políticas, al gusto lombardo, muy decorativo (cercano al del propio Filarete).
No obstante, son perfectamente renacentistas sus pilastras, capiteles y arcos de medio punto, su entablamento y su friso; nos encontramos ante un gótico tardío muy ornamentado con estructuras renacentistas clásicas inéditas en Milán.