Lorenzo Monaco, en origen Piero di Giovanni, nació en Siena en 1370 y entró en el convento florentino de los camaldulenses de Santa Maria degli Angioli en 1391 para pertenecer el resto de su vida a esa orden, conocida por su rigor y por contar con scriptorium y un taller miniaturista célebres. Antes de morir, hacia 1425 o algo después, parece que pudo contribuir a los primeros trabajos de Ambrogio Traversari, teólogo y humanista que participó de las reformas desarrolladas en los concilios de Basilea y Ferrara-Florencia.
En la producción de Monaco se dan cita las tendencias estilísticas de su tiempo: el ritmo de las líneas propias de la pintura sienense, las cualidades casi tectónicas de la florentina, los miembros delicados y los personajes alargados que remiten a la estética del gótico internacional; en cuanto al dibujo, los suyos recuerdan prácticamente a las miniaturas: podemos destacar el de los Reyes Magos atravesando un desierto (Staatliche Museen, Berlín), de un realismo fructífero en ideas. Sus grandes retablos son los del panel de la Coronación de la Virgen para Santa Maria degli Angioli (hoy en los Uffizi), que data de 1413; la Anunciación para la capilla Bartolini en Santa Trinità; y la Adoración de los Reyes Magos (1420-1422), pintada seguramente para la iglesia de San Egidio florentina, cuyo dinamismo ascendente evoca lo sublime, la meta alcanzada por los viajeros tras cruzar un paisaje imaginario y vasto.
Los gestos vivos y de excitación de los jinetes del cortejo, asombrados ante la aparición de la estrella sobre el pesebre, componen un conjunto que contrasta con la actitud serena y contemplativa de los Magos. Todos los medios artísticos empleados se ponen al servicio de la descripción del acontecimiento religioso, conforme a una concepción que se ha tenido por precursora de las de Fra Angelico.
Un año posterior a esta composición es la Adoración de los Reyes Magos que Gentile da Fabriano llevó a cabo para la iglesia del mencionado templo de la Santa Trinità, por encargo del banquero Palla Strozzi. Si en Monaco apreciábamos piadosa contemplación, aquí se despliegan ideas diferentes: esta vez anima la obra el espíritu del arte cortesano.
Un cortejo de caballeros principales se acerca a la Virgen; dos de los Reyes hacen la genuflexión en gesto de adoración; y un escudero quita las espuelas del tercer rey, todavía muy joven, que se dispone a hacer su reverencia, ya en pie. Una delegación de la corte, que lleva animales exóticos, se apresura, y en el fondo de la pintura quedan relatadas las etapas del viaje de los Magos a través de Oriente, plasmadas como expedición de caza, en múltiples escenas y en un país lleno de encanto, que da cierto aire profano a un trabajo como este.
El tema de la Adoración se encontraba en boga en este momento entre las clases privilegiadas, como símbolo de la devoción de los ricos de entonces ante la pobreza de Cristo, y probablemente gustara al comitente este despliegue de esplendor, desacostumbrado en la Florencia de la época. Es plausible que la idea tuviese impacto: treinta y cinco años después, cuando los Médici encargaron a Benozzo Gozzoli que decorase su capilla particular con frescos del mismo tema, la senda de Fabriano se acentuó, dado que los personajes principales del cortejo son retratos de los miembros de la familia y su clientela, aproximándose lo sagrado y lo terreno.
Gentile da Fabriano nació en la localidad de este nombre y se formó en el área de Umbría y Siena, pero tempranamente marchó hacia Lombardía, donde recibió sus enseñanzas fundamentales. Hacia 1408, siendo ya autor reconocido, le encargaron en Venecia la realización de la decoración de la sala del Gran Consejo del Palacio de los Dux: hubo de ejecutar una pintura bélica, sobre la victoria de los venecianos ante la flota del emperador Federico I, pero esta obra quedó destruida en un incendio en 1577. Se han perdido, igualmente, los frescos que pintó en Brescia para Pandolfo Malatesta y las pinturas para San Juan de Letrán que llevó a cabo a petición del papa Martín V, relativas a la vida de san Juan Bautista y los profetas (1426). Las continuó, a su muerte, Pisanello, pero una restauración de este templo por Borromini acabó con ellas.
La producción de Gentile en pintura monumental, sea sagrada o profana, solo nos es conocida, por tanto, a través de los escritos: únicamente lo apreciamos debidamente por sus cuadros. Y, junto a la Adoración de los Magos, su otro gran trabajo es el políptico que realizó entre 1423 y 1425 para la familia florentina Quaratesi, con destino al altar mayor de su capilla de san Niccolò. Sus distintas partes se encuentran dispersas en museos de Londres, Florencia, Roma y Washington, pero puede reconstituirse su estado original.
Los santos representados en las alas, en el clasicismo de sus formas, evocan el de las figuras esculpidas por Ghiberti; probablemente los profetas para San Juan de Letrán poseerían esa misma tendencia a lo monumental, del mismo modo que la Madonna de la Catedral de Orvieto (1425) sugiere una dignidad sencilla.
Es posible que su conocimiento del ambiente florentino le permitiera a Fabriano agudizar su mirada sobre los monumentos de la Antigüedad: parece que se le deben copias de esculturas romanas, en su mayoría de relieves de sarcófagos, que formaron parte de un cuaderno de bocetos (taccuino era su nombre) que poseyó Pisanello, quien lo utilizaría bien. En su gracia al interpretar temas antiguos (reúne en una misma hoja fragmentos de grupos o de personajes aislados tomados de sarcófagos diferentes) se mueve en los parámetros del clasicismo gótico tardío, esto es, interesándose menos por el tema que por la forma.
Su arte se difundió especialmente en el norte de Italia: Jacopo Bellini confesó ser su discípulo y dio, por esa razón, el nombre de Gentile a su hijo mayor. Pero su sucesor más evidente no es sino Pisanello, que ya tuvo su Rebobinador.
BIBLIOGRAFÍA
Ludwig H. Heydenreich. Eclosión del Renacimiento en Italia, 1400-1600. Aguilar, 1972
Fabio Marcelli. Gentile da Fabriano. Silvana, 2006