El término kasuri significa originalmente, en chino, tejido de seda; en japonés la palabra enlaza con el verbo kasureru (frotar). Durante mucho tiempo se creyó que la técnica kasuri de teñido por reserva se originó en la India, pero se hallaron muestras de la dinastía Han, lo que revelaría que también existía en China. Además, el hecho de que palabras como ikat hayan penetrado en algunas lenguas europeas a través de Java y Sumatra podría probar que este procedimiento no existía antes en nuestro continente, y en Francia al kasuri se lo llama chine, lo que indicaría que los franceses pensaban que la técnica procedía de allí.
En todo caso, el kasuri habría llegado a Japón procedente del sur, primero a través de Okinawa, donde floreció antes de extenderse por todo el país, hasta el punto de que se convirtió este en el mayor productor mundial de ese tejido y hubo un tiempo en que, prácticamente, no había nipón sin una prenda de kasuri índigo. Su mayor gloria llegó entre finales del siglo XIX y principios del XX, cuando aparecieron numerosos centros de producción para su manufactura: Okinawa, Amami Oshima, Kagoshima, Kurume, Iyo, Bingo, Hoki, Izumo, Yamato, Omi, Noto o Echugi.
Buena parte del kasuri también se elaboraría, seguramente, en los hogares de remotos pueblos de campesinos y pescadores por todo Japón. La prenda más habitual, al principio, era un kimono para adulto decorado con delicados patrones y, con el tiempo, comenzaron a elaborarse prendas nocturnas y atuendos de pautas más osadas: diseños pictóricos complejos en lugar de líneas sencillas. Entre los materiales empleados se encontraban algodón, cáñamo, seda y, en Okinawa, también fibra de orquidea; era corriente el kasuri índigo, pero también lo había blanco, marrón y multicolor.
Para teñir los hilos, se utilizaban diferentes métodos de reserva, pero con independencia de si los hilos se ataban a mano, se usaban plantillas o se colocaban entre planchas de madera grabadas, los bordes de los patrones no encajaban con exactitud: tanto en el proceso de teñido como en el de tejido se daba algún tipo de desalineación. El efecto resultante producía la sensación de que el patrón hubiera sido frotado o emborronado y esa impresión borrosa es precisamente la fuente de belleza del kasuri, que es también la de los números impares. Dicho emborronamiento puede interpretarse, no como error humano, sino como plasmación del efecto que produce la naturaleza al tomar su curso.
Decía el crítico de arte Soetsu Yanagi que la falta de alineamiento de patrones perceptible en el kasuri es un fenómeno de lirismo sorprendente: es posible que si concitáramos toda la inteligencia y habilidad humanas, y la producción de patrones perfectamente alineados fuese posible, los resultados no fueran en absoluto comparables, sino más fríos y duros. Así, el kasuri no puede interpretarse como fruto del ingenio de un artesano, sino como el producto de los mecanismos enigmáticos de la naturaleza; ocurre así porque el proceso de producción conlleva limitaciones técnicas.
Cuando los hilos se atan juntos, no importa lo fuerte que se aten y con cuánto cuidado, la operación siempre está sujeta a variaciones. En el entintado, después, existen diferencias de permeabilidad entre los distintos hilos en función de su grosor y su firmeza: unos se tiñen completamente y otros solo superficialmente. También se dan diferencias en la densidad del propio tinte, que escapa igualmente al control del hacedor.
A continuación, cuando el hilo se coloca en el telar, entra en juego una segunda fase de constricciones: las diferencias en los movimientos de las manos del operador del telar producen, igualmente, diferencias sutiles en el alineamiento de los bordes de los patrones, lo que conlleva que estos se desfiguren ligeramente. En definitiva, dado que los artesanos no pueden hilar, teñir y tejer libres de toda restricción, es razonable que tengan que desarrollar su labor con naturales distinciones. Aunque esto pueda generar la impresión de que su labor está constreñida, la verdad es que esa limitación los convierte en beneficiarios de la libertad que concede la naturaleza. Y esa es la esencia del kasuri: somos imperfectos, es imposible no cometer errores; otro asunto son los excesos en ese efecto borroso: alteran el equilibrio matemático y quiebran la armonía.
En Okinawa se utiliza una técnica llamada teyui (atado o hilado a mano), mediante la que se cogen manojos de hilos y se disponen a intervalos matemáticamente determinados. Casi todos los kasuri más antiguos del lugar emplean este procedimiento, que es el que vertebra los principales patrones; sin embargo, usando este método no es posible generar cualquier tipo de patrón, solos los basados en algunos intervalos fijos; los que no se ajusten a ciertos parámetros matemáticos no son una opción. Ante un paso en falso, el patrón se rompe y pierde su sentido. Estas constricciones alumbran la belleza de los kasuri de este origen, fenómeno de interés ilimitado.
Más adelante, sin embargo, en el periodo Meiji, en Okinawa se desarrolló un nuevo método llamado iji (boceto): era una técnica diferente a las utilizadas hasta entonces y se otorgaba alguna libertad a la creación de patrones, por ejemplo, se permitía ignorar las restricciones matemáticas. Sin embargo, cuando se comparan los kasuri llevados a cabo mediante las técnicas de teyui y de iji se observan diferencias evidentes: mientras que el primero no produce, prácticamente, ninguna pieza fea, el segundo no produce apenas resultados bellos.
Mientras que el estándar kasuri que usa el método teyui está basado del todo en principios matemáticos, el que emplea el método iji se sustenta en el capricho humano; al primero, la naturaleza lo protege del error, se funda en leyes universales, y el segundo es proclive al error humano; está sujeto a inestabilidades.
Para Yanagi, dos factores fundamentales explican la belleza del kasuri: la propia mano de la naturaleza en el efecto borroso y la estabilidad que produce ese sometimiento a la ley natural. Además, no importa quiénes participen en su proceso de elaboración: especialmente en el método teyui, hay pocas diferencias entre su creación por los más capaces o por los menos diestros porque se funda en las leyes naturales, no en las capacidades humanas. En este sentido, este tejido se basa en un poder que trasciende con mucho al individuo y casi impide que se equivoque.
Aunque el kasuri índigo hace mucho que dejó de ser la vestimenta estándar del japonés de a pie y su valor se ha ido gradualmente olvidando, se trata de la más desarrollada de las telas japonesas y las técnicas con que se fabricaba aún sobreviven. De origen oriental y único, sin precedente en Occidente, posee una belleza extraordinaria y, en cuanto se ciñe a la naturaleza, pisa un suelo ancho y firme.