Corría 1971 cuando Jean Prouvé fue nombrado presidente del jurado que había de fallar el concurso de arquitectura para la realización del futuro Centre Pompidou de París y la noticia fue la primera controversia levantada por aquella convocatoria; en su presentación se le calificaba como arquitecto y, a veces, como ingeniero. La polémica dolió a este creador, que no se había formado como arquitecto ni tenía título de tal y tampoco se consideraba así, habida cuenta de la noción de la profesión manejada en Francia tras la II Guerra Mundial. Pero lo era, sin duda: por reflexión, por ejecución, por su práctica cada vez más sofisticada y por el respeto que le guardaban los arquitectos que se acercaban a él para garantizar, de su mano, el éxito de sus proyectos.
En el comienzo de su carrera, Prouvé fue herrero y siempre lo reivindicó, aunque pronto quiso ser constructor y así se calificó también. Podemos entender que su primer gesto como arquitecto fue la concepción integral de una estación de autobuses para Citroën, en París en 1933. La dimensión arquitectónica de aquella propuesta no ofrecía dudas, aunque la distribución del edificio y su volumetría no fueran novedosas: esta era una nave industrial de forma clásica a la que se añadió, dada su función, una marquesina en voladizo perimetral. Aunque este proyecto era semejante a los de las empresas que levantaban estructuras industriales metálicas, sí hay huellas primeras de su futura originalidad: en el modo de asociar dibujos técnicos y perspectivas bien ejecutados y en la sustitución de los perfiles y los ensamblajes tradicionales por la técnica de la chapa plegada, que entonces se estaba desarrollando.
Durante unos diez años, desde la apertura de su taller de forja en Nancy en 1924, Prouvé pasó de la fabricación de objetos únicos de hierro forjado a la producción en serie de elementos de chapa ligera de acero: primero fueron puertas de edificios, barandillas, cristaleras para grandes almacenes y puertas de ascensor; después, paneles móviles y carpinterías para proyectos de envergadura. El encargo de una puerta vidriera con postigos correderos para las viviendas sociales en la Cité de la Muette de Beaudoin y Lods nos habla de su salto cualitativo desde el rango artesanal a los procesos industriales.
Nunca parto de una visión o una forma. La forma es el resultado; la arquitectura, el final de un camino.
El avance fue paulatino: primero se sumó a la construcción de un edificio, el aeroclub Roland Garros (1935), más tarde fue consultor de construcción en la Casa del Pueblo y el mercado cubierto de Clichy (1936-1939) y, por último, coautor de la Maison de week-end BLPS, en 1938-1939. Sus intervenciones se centraron primero en fachadas y elementos de cubierta hasta que, poco a poco, se desarrollaron en el conjunto de los componentes, como coautor en BLPS. Aunque se le consideraba el responsable del metal, era Prouvé un hombre de su tiempo que empleaba ese material en consonancia con la arquitectura moderna. La chapa plegada, su especialidad, era una chapa fina que permitía ahorrar material y también una mayor resistencia mecánica; en cualquier caso, ya en Clichy, no dominaba la concepción total de un edificio, pero sí de su revestimiento.
Esa Maison de week-end BLPS, una casa desmontable de fin de semana, se relaciona con la pasión del momento por el camping y el ocio, favorecida en Francia con las vacaciones pagadas entonces para los trabajadores (el entusiasmo fue breve, ante la inminente irrupción de la II Guerra Mundial).
Había participado Prouvé en un concurso de barracones desmontables para el Ministerio del Aire a fines de 1938 y diseñó un edificio a partir de elementos modulares cuya estructura se apoyaba sobre un elemento original: el pórtico central. Patentó la idea y aquel elemento devendría el primero de su personal gramática constructiva, pero su propuesta no se aceptó. Sería en 1939 cuando recibió un nuevo encargo de 300 barracones para los ingenieros del ejército; su principio constructivo sería distinto, dado que el volumen habitable era pequeño, así que dispuso postes en las cuatro esquinas. Además, para la construcción urgente de unos barracones para alojar al personal de una fábrica de armamento en Issoire, Le Corbusier y Pierre Jeanneret recurrieron a él y adoptaron, no solo aquel modelo de pórtico, sino su sistema constructivo en conjunto. Al componerse de elementos modulares, las dimensiones de los barracones podían modificarse según su uso.
Aquella operación animó a Prouvé a perseverar en su noción de un prefabricado que aunase modulación, movilidad y ligereza; las piezas salidas del taller se ensamblaban en seco e in situ y un equipo reducido podía llevar a cabo el montaje.
Finalizada la guerra, se retomó el modelo de los barracones militares para los damnificados de Lorena con la producción de varios centenares de unidades, pero fueron necesarios también proyectos más ambiciosos. Entre 1945 y 1953, Prouvé diseñó modelos de casas atendiendo a nuevos enfoques constructivos; en primer lugar, la casa Standard, retomando el principio del pórtico central, que derivó en los modelos Tropique y Métropole. Ambas se expusieron en París y la segunda se sometió a un experimento en Royan. Después llegarían la casa Coque, en la que las investigaciones se centraron en la cubierta, de una sola pieza, y la casa Alba, organizada en torno a un núcleo portante, un bloque técnico que agrupaba cocina y baño.
El parisino fue el autor de esos modelos, su creador y fabricante, pero aún su labor era la de colaborar con otros arquitectos; buscaba emanciparse. Decidió dotar a sus talleres de un estudio de arquitectura integrado, un equipo formado en torno a su hermano Henri, que había trabajado junto a él como diseñador desde 1931 y obtenido su título de arquitecto en 1947. De algún modo recogió el testigo de Jean, se aproximó como nadie a su trabajo, aunque les costó acercarse a clientes y promotores; entretanto, otros arquitectos reclamaban sus consejos como constructor.
Uno de ellos fue Bernard Zehrfuss, que le llamó para su imprenta Mame en Tours: un edificio doble, con oficinas y talleres en la planta baja. Para estos últimos, el arquitecto concibió una cubierta en dientes de sierra y Prouvé ideó unos dientes parabólicos, prefabricados en aluminio y en forma de cáscara. Los módulos, con cinco metros de luz, se transportaron en dos partes, se montaron en obra antes de alzarlos y se ensamblaron uno al lado del otro. De una sola pieza y en un único material, evitaban así la junta compleja de la cumbrera.
Junto al ingeniero Bernard Lafaille, Prouvé solicitó su patente en 1950, y quedó registrada en 1953, año de construcción de la imprenta. Su intervención en ella, por cierto, fue más allá: se ocupó de los despachos de dirección y de la sala de juntas del consejo de administración, en el ático del edificio de oficinas de hormigón armado.
En 1954 Prouvé pudo construir, además, una casa para su familia en Nancy, de la que su hermano realizó un primer proyecto. El segundo sí fue puro Prouvé: una adaptación del modelo Coque, que debió modificarse ante los problemas en su empresa. Conservando la planta, hubo de inventar una nueva cubierta y encontró la solución en unos tableros industriales tensados de madera laminada encolada de nueve metros de longitud. Durante mucho tiempo, este edificio se consideró ejemplo de una labor de bricolaje genial construida con tablones reciclados, aunque se trata de un proyecto muy estudiado, y los reportajes en prensa lo convirtieron en emblema de casa moderna y humana en armonía con la imagen de su creador.
Aquel mismo año, firmó Prouvé su obra maestra: el Pabellón del centenario del aluminio, una nave expositiva enteramente de aluminio que mostraba sus diferentes procedimientos de fabricación y productos. Por la rapidez de su montaje y la posibilidad de volver a realizarlo en otro lugar, legitimó el principio de la prefabricación, no obstante, fuese por su carácter efímero o por la reducción de su función a simple espacio cubierto, no recibió demasiada atención de la prensa especializada gala, sí de la internacional.
Fue 1954 un año ambivalente: perdió también Prouvé su fábrica, se marchó de Nancy y, dos años después, puso en marcha Les Constructions Jean Prouvé en París. Hizo montar en pocas horas Les Jours Meilleurs, proyecto en el que retomó un estudio anterior en el que definía el principio constructivo del núcleo portante; impulso la propuesta el abate Pierre, para ayudar a personas sin hogar, y cosechó elogios de Le Corbusier.
También en 1956 dio prueba de su inventiva en la escuela provisional de Villejuif, edificio alargado concebido por tramos cuya forma de muleta se retomaría en la fuente del manantial Cachat de Évian. Su última obra sería la torre de radar de Ouessant, reivindicada por el mismo Prouvé como la mínima arquitectura posible, verdadera apuesta de un arquitecto.
Le gustaba hablar de una arquitectura del derecho frente a otra del revés: Todo cuanto he hecho personalmente se ha desprendido de un pensamiento que era instantáneamente constructivo, hasta el punto de que sabía exactamente qué materias primas, qué máquinas emplearía y cómo lo construiría. Nunca parto de una visión o una forma. La forma es el resultado; la arquitectura, el final de un camino.