El rebobinador

Jan Steen, el manjar y la insinuación

Fijaos en esta pintura de pequeño formato, casi diminuta (20,5 x 14,5 cm), que nos espera en el Mauritshuis de La Haya y que contiene toda una invitación: la joven mira de forma directa a los ojos del espectador, con expresión del todo insinuante, mientras echa sal en una ostra, como si la estuviera preparando para alguien. Está sola, aspecto raro en las obras de Jan Steen, el autor de esta composición, y lleva una chaqueta elegante forrada en piel.

Decía Johan van Beverwyck, médico autor de un manual de medicina solo unos años anterior a esta imagen, que se data en 1658-1660, que de todos los moluscos, las ostras se han considerado en cualquier época los más refinados, porque sacian el apetito y también la necesidad de sueño, y por tanto van bien tanto a los lujuriosos como a los delicados. En la Holanda del siglo XVII, en todo caso, existía la opinión generalizada de que eran un afrodisiaco poderoso: no dejan lugar a dudas la expresión de los ojos de la modelo y su gesto.

En la habitación a la que da la puerta abierta, a la izquierda, se encuentran un hombre y una mujer: ellos también están ocupados con ostras; podemos especular si han pasado ya a la siguiente fase o si están en la cocina preparando el alimento para el espectador.

Es habitual asimismo, en las piezas de Steen, la incorporación de pequeñas naturalezas muertas que le daban ocasión de poner a prueba su virtuosismo técnico: requieren texturas variadas, y en este caso aparecen una jarra de Delft realmente primorosa, ostras abiertas y crudas, un panecillo blando e igualmente abierto, un plato plano y con reflejos, sal y un cucurucho con pimienta. La copa de vino blanco intensifica la atmósfera y el mensaje del conjunto.

Jan Steen. Joven comiendo ostras, hacia 1658-1660. Mauritshuis, La Haya
Jan Steen. Joven comiendo ostras, hacia 1658-1660. Mauritshuis, La Haya

Más manjares nos esperan en La fiesta de san Nicolás (1665-1668), en el Rijksmuseum, otra composición que nos ofrece una escena probablemente habitual de la vida cotidiana holandesa. La pintura de género, con sus personajes y situaciones de costumbres, llevaba en muchas ocasiones mensajes moralizantes o simbólicos más o menos ocultos; un ejemplo clásico lo constituyen los cuadros que ofrecen muchos placeres distintos pero que, en realidad, cobijan una advertencia vital sobre cómo no se debe vivir. Steen era justamente un pintor narrativo de productividad notable cuyos pequeños dramas, aparentemente cómicos, solían albergar este tipo de moralejas.

Si atendemos a la niña pequeña, de indumentaria y gesto alegre, que aprieta un muñeco de Juan el Bautista que acaban de darle, encontraremos el primero de estos significados. La pequeña lleva un cubo con juguetes y dulces al que tampoco parece querer renunciar, y este santo, atendiendo a las lecturas populares, protege de las enfermedades infantiles.

La fiesta de san Nicolás, por cierto, continúa siendo hoy una celebración importante en los Países Bajos, único país europeo que se acogió a la Reforma en la que pervivió su leyenda. En época de Steen, esta fiesta católica no se veía con buenos ojos por los protestantes, que rechazaban el culto a los santos, y muchas ciudades prohibieron elaborar pasteles o galletas dedicados a su figura (Steen era católico). Sin embargo, en el propio siglo XVII los colonizadores holandeses trasladaron esa tradición a Nueva Ámsterdam (Nueva York), donde la imagen de Sinterklaas se fundió con la de un anciano bondadoso que repartía regalos conforme a las tradiciones nórdicas (Santa Claus). La noche del 5 de diciembre, el santo llevaría dulces y regalos a los niños que habían sido buenos durante el año, entregándolos a través de la chimenea.

El hermano mayor de la niña, a la izquierda, llora y la doncella nos enseña la razón: san Nicolás le ha dejado un haz de ramas de abedul, símbolo de una buena azotaina. El hermano pequeño lo señala burlonamente; él ha tenido suerte: ha recibido un bastón para jugar al kolf, juego popular entonces con alguna semejanza con el hockey. Puede que la abuela, que vemos gesticular al fondo, quiera consolar al mayor, al señalar algo que la cortina de la cama nos impide percibir.

En definitiva, Jan Steen se vale de gestos, actitudes y expresiones para contar la historia e ilustrar las distintas emociones que acompañan a las fiestas. Además, en esta obra también, revela su talento en el bodegón: los encontramos en los ángulos izquierdo y derecho de la obra, plena de dinamismo. Contemplamos un gran pan con forma de diamante, que se elaboraba y comía tradicionalmente en festividades como esta, la de san Nicolás; también una manzana que tiene guardada una moneda, a modo de sorpresa, y que se solía dar a los amigos para gastarles una broma.

La factura de los trabajos de este autor, que vivió, por cierto, entre 1626 y 1679, suele ser abocetada y las notas que hemos visto son comunes a la mayoría de su producción, poblada de proverbios ilustrados, detalles de humor y también trasfondos moralizantes.

Jan Steen. La fiesta de san Nicolás, hacia 1665-1668. Rijksmuseum, Ámsterdam
Jan Steen. La fiesta de san Nicolás, hacia 1665-1668. Rijksmuseum, Ámsterdam

 

BIBLIOGRAFÍA

Patrick de Rynck. Cómo leer la pintura. Electa, 2005

H. Perry Chapman. Jan Steen: painter and storyteller. 

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