De la vida de Jacopo della Quercia (al margen de que nació en Siena en 1374 y murió en 1438 en Bolonia) poco sabemos. Era hijo de un platero, que también era escultor en madera, del que pudo aprender, pero no se conservan sus obras. Y participó en el concurso para esculpir la segunda puerta del baptisterio florentino: es posible que viajase entonces a esa ciudad, aunque no hay noticias de ninguna otra visita allí ni de que tuviera otro maestro.
No conocía la técnica del bronce, o solo aproximadamente; trabajó fundamentalmente el mármol. Y tan bien que Miguel Ángel lo admiró por el partido que lo sacaba.
En 1406, y por encargo de Paolo Guinigui, señor de Lucca, llevó a cabo el sepulcro de Ilaria del Carretto en la catedral de esa ciudad. Sus ángeles con guirnaldas parecen tomados de un sarcófago antiguo, pero esa mirada a la antigüedad no supone que esta sea una obra plenamente renacentista.
Es su primer trabajo conocido y ya demuestra un gran dominio del mármol: esos ángeles parecen incoherentes con una Ilaria preciosa, suave, estilizada, elegante y con un traje de numerosos pliegues; una figura poco vinculada al mundo antiguo. En ella Jacopo trabajó, podemos decir, medievalmente; su relieve es más plano que el de los ángeles.
Puede que en 1406 también trabajara en una Virgen con Niño de aspecto muy medieval para la Catedral de Ferrara.
De 1409 data otra de sus obras fundamentales: la Fonte Gaia de Siena. Según su contrato, debía acabarla en veinte meses, pero al más puro estilo Antonio López, Jacopo tardó una década. Se la encargó el Comune de Siena y se dispuso en la Piazza del Campo, llegando a representar para esa ciudad algo parecido a lo que fue para Florencia la cúpula de Brunelleschi.
Ha sido destruida en parte, pero su significación fue importante por razones prácticas: era una suerte de estanque poligonal que tenía alrededor un muro con relieves. Presenta tres lados rectangulares y las esculturas quedan hacia el interior.
Su programa iconográfico es confuso, porque mezcla lo religioso y lo pagano: en los extremos aparecen estatuas exentas de Rea Silvia, la madre de Rómulo y Remo, y de Acca Larentia, su nodriza. Se considera que Rómulo y Remo eran fundadores de Siena, no solo de Roma.
Y los ingredientes legendarios se acaban aquí, porque el resto del programa lo forman relieves de la creación de Adán y Eva y la expulsión del paraíso (estas escenas recuerdan a las de las metopas de los templos griegos) y de la Virgen con el Niño. El resto de las figuras representan probablemente las tres virtudes teologales y otras que pueden (o no) ser las cardinales. Se disponen en hornacinas de medio punto o gabletes góticos y son de mármol: sabemos que a Jacopo se le permitió llevar a Siena todo el material que quisiera sin impuestos. Fijaos en la altura de los relieves.
Las de Rea Silvia y Acca Larentia –esta última semidesnuda, destacando el tratamiento del cuerpo femenino– son figuras muy alargadas, de canon estilizado deudor del manejado en el siglo XIV, y las representaciones de las virtudes destacan por su fuerza y su expresión grandiosa.
De nuevo para la catedral de Lucca, llevó a cabo Jacopo entre 1416 y 1422 el retablo de san Frediano, ubicado en la Capilla Trenta. Es de mármol y se conserva completo. Presenta arcos lobulados góticos, gabletes, adornos de florones… y sus hornacinas se separan con pequeños pilares: estructuras góticas, como no es de extrañar al encontrarnos en Toscana a principios del s. XV.
Las figuras son muy alargadas y el estrechamiento de las hornacinas acentúa esa sensación. Hasta cierto punto, podemos hablar de individualización en ellas, cargadas de pliegues exagerados y artificiales.
La Virgen con el Niño recuerda a las virtudes de la fuente sienesa por su gran volumen y su cabeza fuerte algo cuadrada; no le falta sentido curvilíneo, pero la cuadratura se acentúa por la toca que lleva encima.
En el banco del retablo las figuras son pequeñas pero también poderosas, sin ninguna perspectiva y con un relieve aparentemente más alto. Destaca san Lorenzo en la parrilla, por la fortaleza de su figura y su postura suave. No existen referencias espaciales.
Y de vuelta a Siena, se ocupó Della Quercia de la fuente bautismal: dirigió la realización de toda su estructura hasta acabarla en 1427. Para decorarla con relieves en bronce, material en el que no tenía mucha experiencia, recurrió a Ghiberti y Donatello y él solo trabajó en uno o dos relieves, que son su única obra en bronce. Uno de ellos es la aparición del ángel a Zacarías, una obra más simple y elemental que las de los anteriores, sin fondo ni detalles, porque trabaja el bronce como si fuera mármol.
En 1425 Jacopo, y esto prueba su fama, había sido llamado a Bolonia para ocuparse de los relieves en piedra de la iglesia gótica de San Petronio. Decorando su puerta central trabajó hasta su muerte trece años después (en fechas paralelas, Ghiberti se ocupaba de la del paraíso en Florencia).
La portada central de la que hablamos contiene relieves de mármol en dintel y jambas, además de las figuras del tímpano. No llegó a realizar las esculturas de la puerta de la izquierda, dedicada a san Ambrosio y obra de un escultor menor. Ya data de 1510.
A él se deben las imágenes de la Virgen y San Petronio, ambas exentas. La primera presenta reminiscencias de la Capilla Trenta de Lucca, pero ha ganado en humanización: el Niño se coloca con naturalidad sobre la Virgen, de manos poderosas y pliegues amplios pero no superfluos, dejando zonas lisas. Los rostros, aún potentes, son algo menos rectos.
En cada jamba encontramos cinco relieves, en tableros cuadrados, con escenas del Antiguo Testamento: la creación de Adán y Eva, el pecado original, la expulsión del paraíso y los trabajos de los dos tras esa salida, los sacrificios de Caín y Abel y la muerte del segundo, el arca de Noé, el sacrificio de Abraham…
La mayoría de las escenas solo requiere dos figuras, frente a las muchas que utilizó Ghiberti, porque Della Quercia prefería composiciones más desnudas y simplificadas, que no menos potentes. Sabemos que Miguel Ángel admiró este trabajo, sobre todo de cara a iniciar su Virgen con Niño de Brujas.
No podemos decir que en Siena se desarrollara un humanismo filosófico que sirviera de base al artístico, pero sí podemos considerar a Jacopo renacentista cuando prescinde de los detalles, presenta rostros contundentes y opta por un tratamiento elemental de la anatomía.
El dintel ya ofrece escenas del Nuevo Testamento: nacimiento de Jesús, Adoración de los Magos, presentación en el templo, matanza de los inocentes y huida a Egipto.
Las figuras son comparables a las del retrato de la Capilla Trenta: achaparradas, fuertes, nada estilizadas. Ocupan el espacio hasta parecer que van a reventarlo: no hay apertura. Jacopo se ocupa de lo elemental, no de lo que considera detalles secundarios.
También en Bolonia llevó a cabo el sepulcro de Anton Galeazzo Bentivoglio, en la iglesia de San Giorgio Maggiore, poco antes de su propia muerte. Mostró aquí a la Virgen con el Niño, santos coronando, y a un yacente bastante plano. En el frente del sarcófago aparece Bentivoglio, maestro de la Universidad boloñesa, y alumnos que atienden a sus explicaciones a izquierda y derecha.
Sabemos que este tipo de representación era frecuente en Bolonia en los sepulcros de profesores. Maestros como él.